EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: "Qué dirá de mí la Historia"

Les voy a decir una cosa.

Es humano. Preguntarse cómo será el día que le toque a uno mismo. Siempre se dice que cuando una persona mayor fallece, son aquellos que crecieron con él, los de su quinta, quienes sufren una impresión más honda porque se ven ya, ellos mismos, en el tramo final de sus vidas.

ondacero.es

Madrid | 25.03.2014 20:09

Cabe pensar que cuando un presidente fallece y recibe, de ciudadanos corrientes, el homenaje sobrio, cálido, afectuoso que estos dos días ha recibido Suárez, los otros presidentes, viendo aún lejos su propia muerte, no dejarán de preguntarse cómo será el día que le toque a cada uno de ellos, qué sentimiento se percibirá en la calle, qué recuerdo quedará de mí, pasados los años, en todas estas personas que a lo mejor me votaron o a lo mejor no -o a lo mejor me votaron para luego dejar de hacerlo-, a cuántas de estas personas inspiré o, al revés, defraudé, cuántas de las que ahora me miran con recelo, con mirada distante de desafecto y de reproche, vendrán a llorar mi marcha el día que eso pase.

Tal vez se lo preguntaron Felipe y Aznar al ver la peregrinación ciudadana hacia el Congreso; tal vez pensó en ello Zapatero, reciente aún su salida del gobierno sin gloria alguna; tal vez se lo preguntó Rajoy,mientras caminaba por el Paseo del Prado -ciudadanos abarrotando las aceras- honrando, camino de Cibeles, a un presidente muerto. Qué memoria quedará de mí una vez que el tiempo reformule los juicios, afine los análisis, edulcore los balances. Tal vez se lo pregunta incluso Artur Mas, líder que presume de arrojo, de atreverse, y al que el Tribunal Constitucional le ha dicho esta tarde que el pueblo catalán no es un sujeto soberano y no cabe atribuirle, por tanto, el derecho a decidir por su cuenta y al margen de lo que desee el resto de España. Qué dirá de mí la Historia.

Que el paso del tiempo, y la memoria selectiva, lo endulza casi todo tiene en Suárez y en esta arrolladora respuesta que ha tenido su muerte, la mejor prueba. No fueron sólo sus adversarios políticos y la prensa de entonces quienes hace treinta años lo lincharon, fue la sociedad, la mayoría de la sociedad quien dejó de verle como motor para verle como una carga, el impulsor convertido en obstáculo, no se recuerdan grandes manifestaciones de contrariedad popular el día que anunció que se iba a su casa. Él dijo que entendía que era lo mejor que podía hacer por el país y lo cierto es que el país de entonces pensó lo mismo.

Puede que tengamos que tener esta lección presente para relativizar la opinión general que, en cada momento, merece el gobernante, o el dirigente. A menudo el paso el tiempo la mejora. Dices: eso quiere creer Rajoy, que en el futuro su valoración será mejor que la que tiene ahora. En el “futuro” cercano, porque confía en ganar las europeas de mayo incluso sin presentar candidato. Confían en que el futuro le trate mejor que el presente Rajoy, y Rubalcaba, y Zapatero (sobre todo Zapatero), pero también François Hollande, o Berlusconi, incluso Obama. No te digo ya nada George Bush, para él el transcurrir del tiempo es la última esperanza de desembarazarse del título de peor presidente de la historia.

Con el tiempo, la sociedad perdona errores y encuentra, en la comparación con el presente, virtudes que añorar y carencias actuales de las que dolerse. Se habla mejor de los muertos que de los vivos, casi siempre es verdad. Pero tampoco vamos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. La España de hace treinta y muchos años pudo ser mejor en algunas cosas, en algunos comportamientos, en un cierto espíritu de avanzar juntos, pero fueron años tremendos en los que ese espíritu era consecuencia, precisamente, de la dimensión de los desafíos y la hondura de los problemas: un país en crisis económica, con ruido de sables, con terrorismo de izquierdas y con matanzas de ultraderecha, un país que temía caer de nuevo en el enfrentamiento armado y que su puso a pactar lo principal: las reglas del juego, el nuevo sistema, la Constitución y el Tribunal Constitucional, que hoy mismo es noticia por Cataluña.

Era tan urgente y necesaria esa tarea, que aparcaron los dirigentes, por poco tiempo, la trifulca partidista para ocuparse de sembrar el terreno de juego. Ahora están los políticos más en el yo te digo, tú me dices, qué mal gobiernas tú, peor gobernaste tú, pero en el fondo eso es así -aparte de por lo limitadas que son las metas que se marcan (próximas elecciones, próximo objetivo de déficit público) y por la propia experiencia vital de la mayoría de los dirigentes, toda la vida en el partido, haciendo carrera- porque lo fundamental se asentó hace tiempo. Lo fundamental era que la discrepancia política, el debate sobre el sistema, no trajera consigo que volviéramos a matarnos. No se buscó lo idóneo, sino lo factible; no se aspiraba a un modelo ideal, sino a aquel que, en aquellas circunstancias, podía permitirse el país sin romperse de nuevo.

Hoy ese riesgo está tan conjurado que es posible debatir sobre la mejora de las reglas del juego, incluso sobre las bondades o contraindicaciones de otros sistemas, sin que se vengan abajo las traviesas. Tal vez la talla de los dirigentes está ligada a los desafíos que estos, en cada circunstancia histórica, afrontan. Hoy nos parece que todo está muy mal, pero en la comparación con el 77, cuando Suárez ganó las primeras elecciones democráticas, el presente sale bastante mejorado.

En este día de cortejo, funeral y entierro, la familia Suárez se declaró reconfortada por el incesante discurrir de personas, tras guardar turno dos o tres horas, anoche por la capilla ardiente. A cada gesto de saludo que percibió esta familia de los ciudadanos que pasaban respondió con otro gesto de agradecimiento. Los aplausos que recibió Sonsoles Suárez anoche, en Alcalá, cuando fue reconocida por las personas que hacían cola, fueron la antesala del aplauso que acompañó a toda la familia en el recorrido de esta mañana, de las Cortes a Cibeles, escoltando el harmón con el féretro del padre y el abuelo, del aplauso con que los recibió Ávila en la catedral donde ha sido enterrado. Al cabo de estos cinco días en que todos los medios hemos sido el Canal Historia, vamos pasando página de esta última página en la vida de una figura histórica.

Y así pasamos página, también, de este amago de bochornosa controversia que algunos medios alimentaron sobre cómo de inminente era la muerte, sobre la falsa discrepancia entre los médicos y el hijo del paciente. Mejor olvidamos la actitud mema de quienes se han esforzado en buscarle las vueltas a esta historia, tan transparente, de un anciano con alzheimer que se muere y el proceder miserable de quienes han querido sembrar dudas sobre el comportamiento de la familia aireando esa novela cutre según la cual se le mantenía artificialmente con vida para que el desenlace no coincidiera con unas manifestaciones. País de cuentistas con público que traga y que aplaude.

A Suárez sólo se le administró morfina. Murió cuando su cuerpo se agotó y nunca hubo ningún cálculo sobre con qué otra situación coincidiría en el tiempo la capilla ardiente, salvo en la cabeza, claro, de los peliculeros profesionales que, sembrada la insidia, se deshacen en compungidas declaraciones de ánimo a la familia.