EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Esperando a Tolstoi en Sebastopol

Les voy a decir una cosa.

Casi tres millones de retuiteos lleva el selfie, la autofoto, que se hizo Ellen DeGeneres con diez o doce estrellas del cine en la gala de los Oscar. La apoteosis de la notoriedad, está claro que los famosos lo son por algo: juntas a Brad Pitt con Jeniffer Lawrence, Meryl StreepJulia Roberts, Bradley Cooper Frank Underwood(digo Kevin Spacey), ¿y qué te sale?, la foto más retuiteada de la historia. ¿Y este negro con gafas que le tapa media cara a Angelina Jolie quién es? Ah, el hermano de Lupita Nyong’o.

ondacero.es

Madrid | 03.03.2014 20:16

Tres millones de retuiteos de una foto que no necesitó fotógrafo. La fama es así, oiga. El Usa Today tuiteó esta mañana una fotografía que ha hecho Emilio Morenatti -palabras mayores del reporterismo gráfico- en el centro de Kiev, Ucrania, país al borde de una guerra, y se la han retuiteado 43 veces. La autotofo de los actores en los Oscar le ha ganado el récord de rebotes al mensaje aquel que publicó Obama cuando reganó las elecciones. Y ha puesto el listón tan alto que lo único capaz, hoy por hoy, de batirlo es un selfie de Vladimir Putin observando en Sebastopol la magnitud de su flota. “Selfie” es la forma en que Putin ejerce la presidencia: “Aquí lo importante soy yo, el resto es el público”.

Mientras estábamos entretenidos esta madrugada con estos Oscar de 2014, que han resultado ser como la lotería, muy repartidos -el Lobo reducido a corderillo; la Gran Estafa empequeñecida; la Esclavitud que, al final, ha tenido más años (12) que estatuillas (3); Alfonso Cuarón, director ingrávido, o levitando por lo bien que le ha ido a Gravity; una vencedora moral, Dallas Buyers Club; un actor graduado en drama, McConaughey; y un artista que se vuelve icono para la oposición venezolana, Jared Leto (ya ha dicho más sobre la crisis política que vive ese país que el presidente del gobierno de España, por citar un caso) - mientras estábamos entretenidos, en fin, con esta fiesta anual, y global, que son los Oscar, Vladimir Putin seguía filmando en Ucrania su propia versión de Guerra y paz.

Después de desplegar por Crimea a esta marca blanca del Ejército ruso que son los uniformados sin bandera; después de promover calladamente la destitución del gobierno autónomo que había para aupar a un nuevo responsable, Aksionov; después de obtener por abrumación, y sin haberla pedido, la bendición de su Parlamento para intervenir militarmente en cualquier provincia de Ucrania, Putin termina de preparar el tablero registrando en ese mismo Parlamento, el suyo, hoy, el proyecto de ley sobre la incorporación de Crimea a la Federación Rusa. En cuanto el referéndum, si llega a celebrarse, muestre la voluntad mayoritaria de los crimeos a romper con esta Ucrania que sólo piensa en Kiev y en el Maidán, Rusia tendrá el marco legal preparado para acogerles en su seno. El seno que, en opinión de Putin y de la mayoría de los rusos, Ucrania nunca debería haber abandonado - Krushev, Krushev, si algún día regresas de la tumba te van a correr a zapatazos-.

Hoy la Unión Europea celebra que Angela Merkel ha logrado desbloquear la vía diplomática. “Lo que no consiga la Merkel”, dicen con orgullo en Alemania, “no lo consigue ni Obama”. Veamos: lo que se ha conseguido, al cabo de una conversación a dos bandas de la canciller con el ruso y el americano es que se articule (lenguaje oficial) un grupo de contacto bajo mandato de la OSCE. Dices: bueno, es un primer paso. Sí, sólo que no se sabe hacia dónde. Ya el jueves y el viernes se pusieron muy bravos Merkel, Cameron y Obama y Putin ha seguido actuando como quien oye llover.

Tan dura ha sido hoy la reprimenda de la alemana que Putin ha aceptado que se articule un grupo de contacto, enorme concesión -quién lo duda- mientras mantiene a sus uniformados sin marca en Simferopol, alimenta el fervor anti-Kiev en las poblaciones ucranianas del este y hace llegar invitaciones a los mandos militares para que sigan el camino del contralmirante Berezovsky. Como damnificados quedan, por el camino, la baronesa Ashton y el resto de las autoridades comunitarias, fuera de foco, y el nuevo gobierno -o lo que sea-, que habla en nombre de Ucrania tras haber sido aupado al poder por la revuelta popular del Maidán, y que está evidenciando, en estos primeros y cruciales días, que sigue instalado en la proclama mientras pierde el control de plazas relevantes, se le da mejor el discurso que el control efectivo de una situación desbocada.

Putin no le perdona a Yanukovich que saliera por piernas de Kiev veinticuatro horas después de que él avalara el pacto alcanzando con la oposición gracias a la mediación de la Unión Europea. Y Putin no le perdona a Europa que no haya hecho valer el contenido de ese acuerdo -gobierno de unidad nacional, elecciones anticipadas-, bendiciendo en su lugar a estas nuevas autoridades que, para Moscú, son hijas de un asalto. Los medios de comunicación pueden cometer el error -llevados de la fuerza de las imágenes- de equiparar el Maidán con toda Ucrania; la distorsión de pensar que diez mil personas en el centro de Kiev hablan por los 45 millones de un país que son varias sociedades en una.

Pero los gobiernos no pueden -o no deben- caer en esa equivocación fruto del deslumbramiento y de las prisas. “¿Dónde está Europa?”, se preguntan ahora los vencedores de la revuelta en Kiev, “¿dónde está Europa para parar los pies a los ucranianos prorrusos, para expulsar a los militares rusos de Crimea, para luchar por una Ucrania entera y europea?” La respuesta es que Europa está calculando sus opciones, como el resto de actores de este drama. La respuesta es que Putin vive esta crisis con más intensidad, más interés y más entrega -porque percibe que se juega más y porque él es un nacionalista ruso- que cualquier gobierno europeo. Nadie le va a discutir en Rusia su política de hechos consumados porque ya se ha encargado él, todos estos años, de que en Rusia nadie le discuta apenas nada.

Controla Crimea y, sobre esa base, abrirá, si lo considera oportuno, una negociación en la que lleva la iniciativa. De la pared de su despacho de presidente cuelga el retrato de un señor con bigote, la frente despejada y cara de no estar para bromas. Se llama Nicolás y fue zar, Nicolás I. El ídolo de Putin. El de la otra guerra de Crimea. Si uno alegó como motor de su acción militar la protección de los cristianos ortodoxos allá donde estuvieran, misión sagrada de la Madre Rusia, el otro alega la protección de sus nacionales, residan éstos donde residan empezando por Crimea, como misión (o coartada estratégica) de la Rusia putina. Qué son ciento sesenta años. Europa se mueve para frenar al zar. Faltaba que hablara el turco y ya lo ha hecho: no cabe una Crimea rusa, dice Erdogan, porque estarían en peligro los tártaros. En cuanto llegue Tosltoi a Sebastopol, ya estamos todos.