Usted es Felipe VI y qué dice. Sabiendo que si apela al diálogo, el entendimiento, los consensos —-clásicos navideños en los discursos borbónicos—- será muy aplaudida su intervención, tan aplaudida como desatendida: que diga el rey lo que quiera que nosotros, los líderes políticos, vamos a seguir a lo nuestro. Felipe de Borbón grabó anteayer el discurso de Nochebuena. Téngalo presente usted cuando lo vea. Cuando vea al rey pidiendo altura de miras y espíritu constructivo tenga en cuenta que él no sabía que acudiría Sánchez a la Moncloa y se harían él y Rajoy la foto menos constructiva, la de más desdén mutuo, que se ha realizado nunca en ese palacio.El portazo de Sánchez a Rajoy en los morros de Susana Díaz.
Quede claro que Sánchez va a intentar ser presidente diga Susana lo que diga. Porque anteayer dijo que el PSOE tiene que estar en la oposición, a lo que Pedro le replica que eso no lo decide ella.
Ésta es la batalla ---la gresca, si prefieren, el lío gordo--- que está librando Pedro Sánchez. Su supervivencia política pasa por aguantar hasta que la investidura de Rajoy descarrile e intentar entonces el asalto a los cielos monclovitas a remolque de una coleta morada. Todo o nada para Sánchez. O trono o guillotina. La cara de matar con que entró a ver a Rajoy era sólo el ensayo de la que tiene previsto poner el lunes cuando vea a Susana.
Mariano Rajoy, 60 años, Pedro Sánchez, 43, haciendo de suegro y de yerno obligados a verse pero queriendo que se note que es a disgusto. Ya les vale a los dos, esas caras. De acelga es poco. Sánchez se ha especializado en poner cara de killer cada vez que saluda a Rajoy y a Rajoy le sale sola la cara de tengo una fístula cada vez que tiene al lado a Pedro Sánchez. Caín y Abel sin impostura.
Fue la anti escena del sofá. El candidato socialista le dijo a Rajoy lo que éste ya sabía —-con nosotros no cuente para ser investido— y el presidente en funciones se abstuvo de ofrecer nada concreto. La famosa exploración de la gobernabilidad no dio para más. Esta vez la foto palaciega sólo habrá contentado a quienes celebren que los dos responsables de los partidos más votados de España se detesten mutuamente. Debilitados ambos por las urnas y trabajándose ambos la supervivencia política. Dos náufragos dándose manotazos. Aparentan tenerlo todo controlado, pero pronto irán comprobando hasta qué punto todo el proceso puede írseles de las manos.
Sánchez dice ya a las claras lo que los tres días anteriores no dijo: que quiere intentar ser él quien presida un gobierno de izquierdas. ¿Cómo era lo que decía César Luena el lunes cuando le preguntaban? Ah sí, que mientras Rajoy no intentara él ser investido no se pronunciarían sobre la siguiente fase.
Ahora Sánchez cambia de guión porque se sabe cuestionado dentro de su partido. Golpe de autoridad, o como se le llame: si no queréis ni oír hablar de un pacto con Podemos, ahí va el envite: estoy abierto al pacto.
Es el mismo Sánchez, nadie lo niega, que en campaña llegó a decir que si perdía las elecciones lo encajaría como un fracaso. Es el mismo Sánchez que elogió a Ed Miliband cuando éste perdió las elecciones en el Reino Unido, presentó la dimisión y se fue a Ibiza. “Que aprenda Rajoy”, dijo entonces, “en el Reino Unido el que pierde se marcha”. Perdiendo más de sesenta escaños, Rajoy ganó menguadamente las elecciones. Sánchez, que aun podría gobernar, las ha perdido.
Entre tanta lluvia de tópicos como arrecia en estos días —-lo de tender puentes en lugar de trazar líneas rojas, lo de los españoles que han votado diálogo, lo de ha llegado la hora de hacer política— es altamente interesante cómo se interpreta la voluntad de los ciudadanos: donde Sánchez ve que los votantes han encomendado al PSOE conseguir un gobierno de cambio que dé estabilidad al país, Susana Díaz ve que los han mandado a la oposición por falta de crédito político. Ella quiere elecciones de nuevo y él, gobernarora a toda costa. Porque unas nuevas elecciones llevarían aparejadas, en el PSOE, cambio de candidato. O cambio de candidato a candidata.