Monólogo de Alsina: "Borrell molesta a los 'puigdemones' porque sabe comunicar con eficacia a los gobiernos y medios extranjeros"
Mañana valenciana para quienes hacemos este programa. Mañana de aprendizaje, de investigación y de reconocimiento a los que saben. Y a los que abren camino.
Los premios Rei Jaume I hacen de Valencia, un año más, la capital del saber y de la ciencia. No todos los días se hace un programa de radio con dieciocho premios Nobel a sólo unos metros de donde estamos nosotros. ¿Y dónde estamos? En Capitanía. El antiguo convento de los Dominicos. Aquí se reúne el jurado de los Premios, los dieciocho investigadores que tienen en su haber un premio Nobel y sesenta y dos que aún no lo tienen. Pero que aún están a tiempo.
Más conocimiento y más talento no cabe por metro cuadrado. De ahí que nos hayamos venido a bajar la media y a contarles a ustedes lo que está pasando aquí. Serán ocho los científicos, de ocho disciplinas distintas, los que reciban esta mañana la noticia de que han sido galardonados. Y será una de las noticias más importantes de sus vidas por lo que tiene de reconocimiento profesional, de impulso a su carrera y también por la dotación económica que tienen estos premios.
Que mantienen (y refuerzan) este año su aroma reivindicativo. El toque de atención. La demanda de mayor inversión pública y privada, de más estímulos a la innovación y el conocimiento. Qué mejor momento para reverdecer este mensaje que cuando está llegando un nuevo gobierno a gestionar lo que es de todos. Más aún si ese gobierno pretende, por lo que sabemos, resucitar el ministerio de Ciencia e Innovación para darle relevancia, ya veremos si además de relevancia recursos y presupuesto, a la investigación científica.
Ayer decía en este programa Carmen Pellicer que en todos estos días revueltos en los que se ha hablado de qué pretende el presidente del gobierno nuevo no se ha escuchado una palabra sobre Enseñanza, Educación, Ciencia, Investigación. No lo bastante alta, al menos, para que haya quedado memoria de ella. No está ni la investigación ni la ciencia, habrá que admitirlo, en el centro del debate político. Y si no lo está es porque la sociedad, de la que los dirigentes políticos son un reflejo, no se ha propuesto hasta ahora que lo esté.
Sánchez va rellenando las casillas de su gobierno. Lo tiene ya casi hecho.
Confirmado sólo está el fijo que aparecía en todas las quinielas: José Borrell como titular de Exteriores. Pasamos de un ministro tan técnico tan técnico que nunca se le conoció una aportación notable al discurso político, Alfonso Dastis, a un ministro tan político tan político que llegó a ser candidato a la presidencia de gobierno. Duró poco, pero lo fue. Y luego echó unos cuantos años como presidente del Parlamento Europeo.
Si Sánchez no pretendía, con esta elección, darle en los morros a Puigdemont lo ha disimulado muy bien. Borrell es una de las figuras más detestadas por los líderes independentistas desde que publicó el libro aquel de 'Las cuentas y los cuentos de la independencia' hace tres años. La refutación de los mundos de yuppie que había prometido Junqueras a los catalanes por la balanza fiscal y el déficit de dieciséis mil millones, todo aquello que ahora suena tan lejano pero que fue el catecismo oficial de la santa cofradía del procés.
Este ministro llamado Borrell sostiene que la televisión autonómica catalana es una vergüenza democrática. Se manifestó con Ciudadanos, con el PP, con Sociedad Civil, el ocho de octubre en la Vía Laitana. Mostrando allí su bandera estrellada, que no es otra que la de la Unión Europea.
Si Borrell molesta a los puigdemones por el mundo no es sólo por su posición beligerante contra la falsificación independentista, sino sobre todo porque él si puede llevar ese mensaje con eficacia a los gobiernos y los medios de comunicación extranjeros.
Con Borrell se procura Sánchez (a sí mismo) un aval, una garantía, un certificado de firmeza. Con Borrell impugna la idea de que esté preparando el coqueteo —o el pasteleo— con los independentistas que le han ayudado a ser presidente. Pero también se procura una voz más, la de Borrell, que siempre ha abogado por encontrar salidas políticas a la cuestión catalana. Uno más de los que criticaban al gobierno anterior por dejarlo todo el manos de los jueces y los fiscales.
Borrell como avalista e Iceta como muñidor. Sánchez aspira a que el debate público lo ocupen otros asuntos: la desigualdad, la brecha salarial, el feminismo, la pobreza energética.
Pablo Iglesias, que no va a ser ministro, ha empezado a reclamarle todas las medidas que él ya sabe que Sánchez va a ir tomando. Exigírselas antes es la forma de colgarse la medalla.
Y para hoy, el PP. Lo del PP.
Expectación máxima ante el cónclave que ha convocado el papa destronado. Rajoy, el presidente que no vio venir su caída, dispuesto a contener el empuje de quienes dentro de su partido opinan que las recetas del marianismo ya no sirven. O que ya no servían, pero nadie se atrevió a decirlo en voz alta. Las cosas cambian cuando has perdido el gobierno por la traición del socio necesario al que entregaste todo lo que te fue pidiendo. Te acostubrarte a entregarle un fortuna tras otra —el cupo, las inversiones, las pensiones, los compromisos— y acabaste entregándote tú mismo. Sin advertirlo, sin preverlo, sin haberlo olido.
Rajoy no tiene prisa por irse. Aunque el marianismo, que aspira a sobrevivirle, cuente (como ha contado siempre) que no es un caso de apego al poder, o de ambición personal, o de incapacidad para asumir que se acabó su ciclo. Es un caso de interés general. Qué otra cosa puede mover a Rajoy que el interés de la institución, dicen los suyos (o los que todavía se dicen suyos). El interés del partido que consiste en tomarse su tiempo para no abrir antes de tiempo la guerra fratricida que sólo puede ganar uno, o una. La guerra llegará. Antes o después llegará porque sólo de una competición interna real y descarnada puede salir un liderazgo nuevo y con opciones de triunfo. Rajoy quiere quedarse el reloj para señalar él la hora atendiendo a su proverbial manejo de los tiempos. Hace una semana nadie habría dudado de que en el PP se haría lo que él dijera, sin pestañear, sin debatir, sin rechistar, sin pensar. Hoy puede que salga, una vez más, de una ejecutiva del PP el silencio de los corderos. Pero incluso los corderos más mansos del mundo emiten algún sonido si perciben que a la vuelta de la próxima curva lo que está esperando es el matadero.