Y Tony lo disfruta porque no hay nada que agrade más a los líderes antiguos que ver a los nuevos acudiendo, genuflexos, a consultarles qué hay que hacer —-qué hemos de hacer, señor-— para revivir aquellos maravillosos años en que siempre ganában. Blair, como Aznar, como Felipe, como Anguita, siente ese puntito de orgullo cuando son evocados como la encarnación de los buenos tiempos. Y Blair, como Aznar, como Felipe, como Anguita, siempre han pensado que todo lo que vino después de ellos fue mucho peor. Sin carisma, sin convicciones, sin proyecto.
"El gran vencedor de las elecciones británicas ha sido Tony Blair"
El gran vencedor de las elecciones británicas, aparte de Cameron, no es Rajoy —por mucho que se esfuercen en convencernos de ello los persuasores de la Moncloa— sino Tony Blair. Resurge el líder laborista que nunca terminó de irse. Aun denostado por el ala izquierda de su partido —que nunca dejará de verle como el perrito faldero de Bush, un neoconservador que se hizo pasar por un señor de izquierdas—, Blair tiene en su haber lo que sus sucesores en el liderazgo laborista no tienen: victorias. En este erial que deja Ed Miliband tras su paso por la dirección del partido, los ojos se vuelven a Tony Blair en busca de consejo.
ondacero.es
Madrid | 11.05.2015 07:56
La izquierda británica, ocho años después de la salida de Blair —por la puerta falsa y empujado por los suyos— vuelve a hacer examen de conciencia: por qué no ganamos, se pregunta, cómo es posible que haya sacado mayoría absoluta un partido que promete reducir las ayudas sociales, insistir con la austeridad y someter a consulta la permanencia en la Unión Europea. La respuesta de Blair es ésta: la izquierda, en el Reino Unido, ha sabido acompañar a la gente en la protesta contra aquello que no les gusta, pero se ha mostrado incapaz de ofrecer mejores respuestas. Hemos sido compañeros de viaje de quienes se rebelan, pero no hemos ejercido el liderazgo que demandan quienes soluciones nuevas. El “liderazgo” de la sociedad, la exposición nítida de un proyecto. En abril, cuando Felipe González ordenó a todo su partido que hiciera piña con Pedro Sánchez añadió esta segunda parte que fue menos publicitada por los medios: “Tenemos que presentar proyectos nuevos que definan nuestro futuro”. Es la versión Felipe de aquello que hizo Aznar en la última convención de los populares: presentarse ante la concurrencia para preguntar “qué somos y dónde estamos”. Los veteranos, que fueron líderes, echando de menos siempre en los sucesores el carisma que ellos acreditaron.
Blair es el vendedor de estas elecciones no sólo porque ahora se escuchará con más atención su receta de buscar el centro y conectar con una sociedad que no desea un estado omnipresente, también porque David Cameron siempre se vio a sí mismo como el Blair de los conservadores, el joven que llegó para modernizar el partido y asegurar una larga etapa en el gobierno. La mayoría absoluta que obtuvo el jueves le da para gobernar sin ataduras los próximos cinco años. Y le da para haberse convertido, de pronto, en el héroe popular de los conservadores en España. Pasión por Cameron. En la Moncloa se han vuelto todos británicos: ven la BBC y dicen God save the queen. No se habla allí de otra cosa:: de lo alto, lo rubio y lo guapo que es David. Y lo mucho que se parece a Rajoy, aunque sea en otro idioma. De pronto, oh my God,Cameron es dios. Gobernando un país en crisis, aplicando recortes, soportando movilizaciones sociales, ahí lo tienen, vencedor otra vez en las urnas y con más diputados que hace cinco años. Dínos, David, cómo se hace. Uno de los efectos más curiosos que ha tenido la arrolladora victoria del líder tory es la salida del gobierno español del armario: ahora resulta que es un rendido admirador, en secreto, del estilo Cameron. Con lo que dijeron en esa casa de ti, David, cuando diste portazo a la regla de oro del déficit cero, do you remember?, o cuando convocaste el referéndum escocés haciendo feliz al monotemático Artur Mas y poniendo de los nervios a Rajoy —-a quién se le ocurre decir sí a una consulta, comentaban desde la Moncloa, nos ha salido aún más tonto de lo que parecía el Cameron éste—-. El tonto va a gobernar otros cinco años. My god my god. El insolvente convertido en algodón, en la prueba del algodón de que se puede ganar aun habiendo gobernado una recesión económica. Otro efecto curioso: hoy airean como argumento esto de que gobernar no equivale a perder los mismos que aireaban el argumento contrario en la noche electoral de las andaluzas, o en la noche de las europeas. La consabida coartada, ¿se acuerdan?: perdemos porque tomamos medidas impopulares, porque no hay gobierno en Europa que mejore sus resultados en un contexto tan árido como éste. Nunca fue verdad. Lo desmintió Merkel en Alemania, lo desmintió Renzi en Italia, lo ha desmentido Cameron en el Reino Unido. Se puede gobernar y merecer apoyo suficiente para seguir haciéndolo. Tomemos nota de que el PP ya lo admite pata tenerlo presente, sea cual sea, el resultado de las noches electorales próximas.
Aún han tenido un efecto más, en la España-en-campaña, estas elecciones británicas. La admiración generalizada por la renuncia inmediata de los líderes de los partidos derrotados: Miliband, Clegg, Farage. Aplauden los políticos españoles, anotémoslo también, que el dirigente que empeora el resultado de su partido lo que debe hacer es quitarse de en medio para que venga otro. Lo han celebrado dirigentes muy notables de nuestros partidos. Con la curiosidad añadida de que quien más ha celebrado esta actitud dimisionaria ha sido Pedro Sánchez. Que aprendan del Reino Unido, que cuando pierden dimiten. Él estaba pensando en la Andalucía de Juan Manuel Moreno Bonilla, perdedor que permanece y que asiste, con poco disgusto, a la investidura imposible —“desvestidura”— de Susana. Pero claro, si la regla que Sánchez ahora aplaude es ésta que dice que el que pierde las elecciones se va a su casa, la noche del 24 pueden pasar dos cosas: que tengan que presentar la dimisión, a lo Miliband, la mitad de los barones socialistas o que tenga que presentarla él, a lo Miliband también, si su partido, como pronostica el CIS, sale perdiendo en casi todos los territorios. No perdamos de vista que quien más merma va a sufrir en estas elecciones, salvo que las encuestas se hayan vuelto también británicas, es el PP, en efecto, pero que con merma y todo sale ganador en casi todas partes. Las mismas partes en que el PSOE ni mejora su resultado anterior ni gana. Si el 24 por la noche el PSOE pierde las municipales en favor del PP, si tiene menos votos que los populares y menos votos que hace cuatro años, ¿debe dimitir alguien, a la manera británica?
Ojo con hacernos todos ahora tan admiradores de las actitudes inglesas porque el 24 está demasiado cerca para olvidar estos encendidos elogios que se escuchan a la responsabilidad del derrotado que se marcha. Anotado queda.