Sobre Rajoy, porque nada ha cambiado. Ningún grupo, salvo el suyo, se anima a darle una segunda oportunidad al presidente. (Y el suyo, como no lo consiga, veremos si le da segundas oportunidades). Y Sánchez, porque después del chorreo que le echó ayer Pablo Iglesias —entre cucamona y cucamona al baby diputado—-, no se vislumbra maridaje posible entre el candidato socialista y coleta morada. En apariencia. Subráyese en apariencia porque esto acaba de empezar y atodo tuvo mucho de puesta en escena. Personajes sobreactuados para que el público asimile qué papel aspira a representar cada cual en esta función recién estrenada.
En el primer día de la nueva política —lo nuevo y lo viejo, como le gusta decir al novísimo Errejón— lo único relevante que sucedió en el Hemiciclo fue que se escogió a un presidente de Congreso que no es del grupo mayoritario pero que gobierna una mesa en la que el PP, con Ciudadanos, sí suma mayoría. El resto fue un recital de sucedidos, algunos inéditos, otros pintorescos, otros folclóricos, que resultan muy vistosos pero no pasan de ser —-no dan para más— carne de tertulia.
• Por ejemplo, el niño. Al que la madre lleva al escaño pudiéndolo haber dejado en la guardería de la cámara, que no es casta guarderil, sino un sitio muy cálido. En favor de la madre hay que decir que al niño se le veía integrado, a punto de pedirle a Pablo un grupo parlamentario propio. Donde caben cuatro caben cinco, tío Pablo. Y en favor del niño hay que añadir que esta explicación que dio la madre, lo de que era su forma de hacer visibles a todas esas personas que cuidan de otros, con carácter general, y fuera de su círculo íntimo, no ha colado.
• Por ejemplo, ese grupo de diputados ciclistas que llegaron haciendose pelotón (pelotonudos) y pedaleando: desde la Puerta del Sol hasta el Congreso, oiga, qué aventura (cinco minutos de viaje, no llega a dos kilómetros).
• O por ejemplo, los diputados de Compromís que se hicieron acompañar de banda de música para entrar en el palacio a ritmo de pasodoble. Innovador no cabe decir que fuera el repertorio, pero como contribución a la fiesta —de la democracia— tampoco estorba.
Es verdad que hubiera tenido más mérito al revés: si los de Compromís hubieran venido en bici desde Valencia y López de Uralde se hubiera arrancado a tocar el bombo.
Gestos, dicen los ciclistas, los músicos y las madres lactantes: son gestos que reflejan la nueva politica. Postureo, dicen los críticos, ansia de foto y política espectáculo. Los diputados de Ciudadanos, que también son nuevos, se encargaron de subrayar la sobriedad gestual con que debutaron ellos en contraste con los de Podemos. Cuyo líder, es conocido, lleva coleta y cuyos diputados, estaba previsto, llevaron todos coletilla (en la promesa de lealtad a la Constitución). Decir sólo “prometo acatar la Constitución” se ha quedado viejo, ya ven (lo viejo). Ahora hay que ponerle añadido de cosecha propia convirtiendo la jura en un concurso de ingenio (presunto ingenio). De todos los de Podemos, el más convencional resultó ser Iglesias, que promete acatar la Constitución para cambiarla. Es decir, que intentará cambiarla conforme al procedimiento que la propia norma contempla. Bien sabe Iglesias que para conseguir eso tendrá que pactar, en este Parlamento, con el Partido Popular, vade retro.
Hubo mucho fuego de artificio —el chavalito se lo debió pasar en grande, el bebé Bescansa, digo— pero, en lo sustancial, fue una sesión parlamentaria a la manera de siempre. En la que, cuando tocó votar, todos los nuevos diputados se comportaron igual que se han comportado siempre los viejos: preguntaron a su jefe de filas qué debían hacer y cumplieron con la instrucción dada todos a una. “Hay que votar a Patxi López”, pues los cuarenta de Rivera lo votan. “Hay que poner Bescansa", pues los 69 de Podemos ponen Bescansa. Nos quedaremos sin saber quién fue el diputado bobo, nuevo o viejo, que escribió en la papeleta que votaba al bebé. Éste tiene una idea de la responsabilidad que ha adquirido que debería hacérselo mirar.
Y en la forma de explicar lo que votó cada partido, tampoco ha habido nada nuevo.
El acuerdo a tres para la mesa de la cámara satisface al PSOE —-a Patxi López, sobre todo, lo suyo ya esta resuelto—- pero se empeña en convencernos a todos de que nunca hizo ningún trío, que fueron dos relaciones de pareja independientes aunque con uno repetido, Albert Rivera. Sánchez pacta con Ciudadanos, estos derechistas tan majos (según la nueva caracterización bendecida en Ferraz), pero jamás pactará con los populares, incluso aunque ya lo haya hecho.
El PP se esfuerza en aparecer como el partido más desprendido, generoso y proclive a los acuerdos que haya habido nunca en la historia mundial de los partidos dialogantes. Pensar que ha llegado a rastras a este acuerdo y sólo porque no podía evitar que Patxi ganara le parece, a los populares, ser muy mal pensado. [[LINK:INTERNO|||Audio|||5696092957bef20c4084129d|||Y Rivera…a Rivera le conviene aparecer como partera (del pacto)]], el mediador que asume así un protagonismo político que las urnas le han regateado —sus cuarenta diputados no dan para kingmaker, hacedor de reyes— y que se presenta, sobre todo, como equidistante entre socialistas y populares. Si es un acuerdo a tres, Rivera preserva su condición de árbitro.
El PSOE presume de que su gran diferencia con el PP es que Rajoy no tiene con quién pactar porque nunca ha practicado el diálogo y Sánchez, sin embargo, tiene mucho más margen. Lo veremos. A día de hoy, la única formación con la que ha sido capaz de pactar algo el PSOE es Ciudadanos. Y el PP, también. De momento, están empatados.