OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Los nuevos debaten en la tele y los tradicionales intercambian dardos a distancia"

Debatieron en televisión el que está de subidón y el que está de pájara. Rivera e Iglesias. De subidón en las encuestas y de pájara demoscópica. Uno subiendo, el otro bajando. Y los dos dispuestos a sentarse mano a mano contraponer sus diagnósticos, recetas y puntos de vista.

Carlos Alsina

Madrid | 19.10.2015 08:04

Éste es el resumen del fin de semana electoral: los nuevos, los emergentes, aceptando el cuerpo a cuerpo en televisión y los dos grandes intercambiándose dardos a la manera tradicional: a distancia y en actuaciones mitineras. Como le dijo anoche Iglesias a Rivera en un momento del programa, “en los mítines nos damos mucha caña pero esto de debatir sin pegar voces es más natural”. Lo es. Aunque estuvieran Rivera e Iglesias más pendientes de presentar al otro como conservador encubierto o izquierdista insolvente —sin perder nunca la diplomacia— y de quitarse ellos mismos las etiquetas.

Ambos se mueven mejor en el discurso, en las categorías, que en el detalle de sus propias propuestas. A Iglesias le pasó con el salario mínimo: ¿cuál sería si gobernara Podemos? “Más de seiscientos”, fue su primera respuesta. Y cuando le insistieron, acabó soltando, con poca convicción, un número. ¿Por qué seiscientos cuarenta es indigno y setecientos cincuenta es razonable? ¿Cuál es el criterio para hacer la cuenta? Eso nos quedamos sin saberlo. A Rivera se le preguntó qué es un rico para Ciudadanos y se escapó recordando su propuesta de reforma de IRPF con bajada en todos los tramos y un tipo máximo del 42 %, pero no fue capaz de recordar a partir de qué renta se aplicaría.

Creo que 50 o 60 mil euros, dijo. Su programa dice 75.000. Rivera se esforzó en no parecer demasiado sistema, demasiado defensor de las estructuras que hoy tenemos. E Iglesias trató de reverdecer, entre ataques a las eléctricas y las petroleras, su imagen de activista contra el poder económico, bien es verdad que después de admitir que han tenido que aguar su programa porque les hacía aparecer como gente poco solvente. Pragmatismo, le llamó Iglesias.

Por supuesto, ambos dicen garantizar, si gobiernan, un país limpio, con más y mejor empleo, más ayudas públicas, más inversión educación y más incentivos para los empresarios. Según Rivera, porque es posible liberalizando la economía. Según Iglesias, porque basta con cobrarle más a los ricos, a las eléctricas, y perseguir el fraude fiscal. El primero se esforzó en recordar que no se puede prometer lo imposible y el segundo elogió a Tsipras por haber hecho justamente eso, promesas que luego no pudo cumplir.

Los dos medianos, debatiendo en televisión. Los grandes, tirándose piedras en los mítines. Sánchez recurre a Montoro como fuente de autoridad para hacer sangre con la vergüenza que algunos dirigentes populares sienten por serlo, del PP. Rajoy hace sangre, a su vez, con Irene Lozano, el sorprendente reclutamiento de una diputada de UPyD que le ha dado al PSOE hasta en el carné de identidad como revulsivo electoral y símbolo de la regeneración del partido. “Nosotros no necesitamos independientes”, dicen los populares —-que no consta que esta vez hayan intentado fichar a nadie—-, “el PSOE se abre a la sociedad”, dice el aparato socialista, cerrando filas con su secretario general más por liturgia que por devoción verdadera.

Hay quien sostiene que el cesarismo es impepinable para que un partido político funcione. Y si eso es así, en España deben funcionar muy bien todos, porque de cesarismo estamos bien servidos. El personalismo de los líderes máximos es abrumador y es creciente.

De Albert Rivera sus críticos lo que dicen es justo eso, que todo el partido gira, en realidad, en torno a él. Podemos, que funciona de manera asamblearia, admite que buena parte de su éxito está en el hiperliderazgo (mediático, sobre todo) de Iglesias. En el PSOE, aún existiendo primarias para elegir candidato a la presidencia y elecciones internas a los puestos orgánicos, ya se sabe lo que pasa cuando llega la hora de hacer las listas: el secretario general procede y los demás bendicen. Y en el PP, sin primarias aún y sin procedimiento específico para elegir candidato —-el presidente del partido es candidato por defecto—, el comité de listas, como en el PSOE, hace lo que el jefe diga. Las listas las hace Rajoy como las listas las hace Sánchez. Madina, que pudo haber sido secretario general del PSOE, va tres puestos por detrás de quien intentó hace cuatro días dirigir otro partido, UPyD. Pues sí, queda raro.