OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Griñán se marcha decepcionado y Zapata de forma extraña"

Teoría y práctica de cómo irse sin haber llegado. O cómo sacar pecho por haber renunciado a algo que, en realidad, no era tuyo.

ondacero.es

Madrid | 16.06.2015 08:18

Dos políticos con salario público —uno muy veterano, Griñán, otro de la nueva hornada, Zapata— dijeron ayer quitarse de en medio para no perjudicar al proyecto común del que cada uno de ellos forma parte (argumentario clásico de quien procede a acatar la instrucción que le ha sido transmitida). Griñán se marcha del todo, decepcionado con su partido; Zapata se marcha de una forma extraña: se marcha para quedarse, en una evolución novedosa de la puerta giratoria que consiste en que coges la puerta —la puerta gira— y, abracadabra, vuelves a estar dentro. Oiga, ¿pero no se había ido? No, sólo he renunciado a ser delegado de cultura, concejal, claro, sigo siendo.

Mira que se lo preguntamos a Carmona ayer aquí: ¿dimitirá Zapata del todo o sólo a medias? Y dijo Carmona: si dependiera de mí entregaría el acta. Que es una forma de admitir que toda la influencia del portavoz socialista sobre la alcaldesa a la que él ha franqueado el paso terminó en el mismo momento de la investidura. A Carmena lo que diga Carmona, y mientras no haya que votar, no le interesa. A Carmena su concejal Zapata le parece inapropiado, por su humor negro y cruel, para dirigir la cultura madrileña, pero no para dirigir un distrito municipal. A Carmena su concejal Zapata le parecía idóneo para gestionar la cultura madrileña hasta que descubrió que entre sus aficiones está hacer chistes macabros sobre judíos en el horno y mujeres sin piernas, circunstancia que convirtió al idóneo en inhabilitado, a juicio siempre de Carmena.

Zapata se va porque así, se queda. El despacho de delegado de cultura —si es que en el nuevo ayuntamiento sigue habiendo despachos— no ha llegado a estrenarlo porque nunca empezó a ejercer. Ayer cumplió con su obligación de personarse ante los periodistas y dar la cara. Se explicó, asumió como propios los chistes de mal gusto y pidió disculpas. Asumo mi responsabilidad, dijo, sin alcanzar a explicar de qué responsabilidad hablaba. Él se ciñó al asunto: me tomé a broma lo que no debí, hice daño, lo lamento y espero que me perdonen. Sus mentores de Podemos, sin embargo, echaron mano del repertorio tradicional de la política de siempre. A saber: que es injusto que el compañero tenga que renunciar al cargo porque no ha hecho nada que merezca tal castigo; pero que a la vez es ejemplar su comportamiento por renunciar al cargo y asumir su responsabilidad; responsabilidad que, en realidad, no existe porque, recordamos, no ha hecho nada el compañero de lo que deba avergonzarse; pero precisamente porque no ha hecho nada, a ver si aprenden los demás porque él dimite mientras tanta gente que ha robado sigue en sus cargos. No es nada frecuente tanta generosidad como ha demostrado el compañero; es un tipo verdaderamente excepional.

A los políticos nuevos que han llegado para limpiar y engrandecer la política habrá que reclamarles, como a los de antes, un mínimo de coherencia argumental. Si es injusto que Zapata dimita, diga usted que es injusto y, por tanto, le parece mal. No repita la táctica que ya usó cuando Monedero: todo lo ha hecho bien, es un empresario ejemplar, pero bienvenida sea su declaración complementaria. Tratar al personal como si fuera bobo es uno de los más conocidos defectos de la política tradicional.

José Antonio Griñán dice haber renunciado a un escaño que, en realidad, había dejado de ser suyo. El escaño siempre es del cargo electo, decimos. No exactamente. Hay una categoría peculiar, que es el senador por designación autonómica, al que no elige el votante sino el parlamento de una comunidad para que lo represente en el Senado. En nuestra vida política ésta ha sido la vía tradicional para promocionar a dirigentes a los que se quería dar visibilidad —-senadora fue Susana Díaz, o Tomás Gómez, lo es Alicia Sánchez Camacho, o Juan Manuel Moreno Bonilla— o para dar salida a dirigentes ya amortizados a los que se buscaba acomodo —-se arrumbaba— en un cómodo sillón para que no molestaran. Senadores por designación autonómica son Montilla, o Marcelino Iglesias, o Javier Arenas, al Senado quiere ir Rita Barberá y en el Senado estaba, hasta ayer, José Antonio Griñán. ¿Qué sucede con estos senadores no elegidos directamente en las urnas? Que cuando cambian los parlamentos autonómicos pierden el asiento.

Pepe Griñán, que salió escopetado del Parlamento andaluz cuando la juez Alaya apretó el cerco, podía haber aspirado a que le renovaran el contrato senatorial. Incluso es posible que confiara en ello a primeros de año, cuando Susana aún no había pasado por las urnas y Podemos y Ciudadanos no había reclamado su cabeza como primer peaje para empezar a negociar la investidura. Entonces aún había ingenuos que sostenían que jamás sacrificaría la presidenta a quien fue su mentor, hombre de referencia en el partido, el pope que había sido presidente, nada menos, del PSOE. Ingenuos. Luego ya se vio que Susana sacrificaría a quien hiciera falta y Griñán empezó a recibir sugerencias para que tomara la iniciativa y se quitara de en medio. Que era la forma de decirle: abandona, Pepe, toda esperanza de seguir siendo senador. Game over, estás k.o.

El sosegado y disciplinado Griñán tuvo sólo un asomo de rebeldía. Una declaración que hizo de pasada, a una agencia de noticias: “He renunciado a todo, a qué han renunciado los demás, qué más quieren que haga”. Después de aquel fogonazo, el silencio sepulcral. Que aún se mantiene. Susana ya está investida. Chaves y él ya han sido defenestrados y a Griñán le queda poco que perder. Quién sabe si algún día se decidirá a decir en público lo que él mismo, mirándose al espejo, se ha dicho ya en privado.

A todo esto, Rajoy —-érase un hombre a un espejo mirándose—- le ha puesto ya fecha a su propio alumbramiento. Hoy sale de cuentas el presidente, mañana le enseña la criatura al rey y el jueves le pone nombre(s) ante la plana mayor de su partido. El comité ejecutivo del PP, más conocido como la unidad de quemados. El presidente que se especializó en hacer ajustes se prepara para anunciar el suyo, el reajuste de ministros y cargos orgánicos del partido. En la quiniela suenan los habituales: Alonso, Pablo Casado, Maroto, Iñigo de la Serna. Jóvenes y con soltura para decir cosas.

Aunque el tapado puede acabar siendo uno que de joven no tiene nada. Más bien al revés, es —-con todo respeto el abuelo del gobierno. Setenta años y una carrera política que, hasta 2011, estuvo casi siempre centrada en el área económica. García Margallo. Ya sonó como ministro de Economía, incluso como vicepresidente, antes de que Rajoy le encargara el ministerio de Exteriores. Y está en la personalidad del presidente recuperar, años después, ideas que en su momentó aparcó pero que siguen siendo sus ideas. “La cosa está entre Margallo y Soria”, dicen algunos compañeros de ambos que presumen de estar en la pomada. En favor del primero está su facilidad para dejarse entrevistas por los medios y torear con buen ánimo las preguntas complicadas. Ya saben, la política de comunicación. En favor del segundo está su plena sintonía —y cercanía personal— con Rajoy, aunque como hagan vicepresidente a Soria a Juan Vicente Herrera le da un vahído. ¿Es Margallo el tapado de la crisis de gobierno que viene? Sólo Rajoy lo sabe. Pero igual alguien más lo sospecha y lo teme. “Margallo le coló al rey un decreto sin pasar por el Consejo de Ministros”, informa hoy en exclusiva el diario El Mundo, bebiendo en fuentes solventes que conocen al dedillo lo que han tratado o no los ministros. Margallo colándole un decreto al rey. Ha empezado el fuego, amigo.