Hay treinta mil fallecidos en España que siguen cobrando la pensión. Están muertos y bien enterrados, incluso incinerados, pero la Seguridad Social les sigue abonando religiosamente la nómina. No, no es un expediente equis del que tenga que ocuparse Bruno Cardeñosa, es una fabulosa trifulca que se traen las instituciones del Estado. Dos, en el barro: a un lado, el Tribunal de Cuentas; al otro, el ministerio de Trabajo. El primero dice que se ha tomado la molestia —esforzado trabajo— de cruzar los datos del Institución de Estadística con los de la Seguridad Social y le sale que fallece mucha más gente de la que deja de cobrar. Veinticinco millones de euros al mes que, a la luz de lo que dice del Tribunal, unos cuantos vivos se está quedando por la jeta.
El Tribunal de Cuentas lo ve claro. Pero el ministerio de Empleo dice que es el Tribunal el que no se entera. Que lo que hay es un error en los DNIs de algunos pensionistas, pero no porque estén muertos —y sus familias cobrando— sino porque están equivocados. En casa Báñez explican que han ido a mirar quiénes son los presuntos muertos y ni sus nombres ni sus direcciones coinciden con los de los pensionistas ejercientes. No es un caso, por tanto, de difuntos con gastos, sino algo aún más inquietante: el expediente equis de los treinta mil DNIs equivocados.
Desde que el ministro Montoro le atribuyó a la infanta Cristina la mitad de las viviendas que se anuncian en idealista.com no se recuerda un suceso más enigmático. Póngase las pilas, le dice el Tribunal al ministerio, póngase las pilas para detectar fallecidos.
“En ocasiones, veo muertos…políticos”.
Dirigentes que alcanzaron una gran influencia en otros tiempos y a los que hoy nadie les hace, la verdad, ni puñetero caso. Hay nombres relevantes de la política de hace diez o viente años entre los firmantes de un manifiesto —quién lo ha promovido— que se difundió ayer emplazando a los nuevos diputados a que cumplan de una vez con su tarea de investir un presidente de gobierno nuevo. No dicen qué presidente debe ser eso, los firmantes, pero sí que el tiempo pasa y no es plan de seguir mareando una perdiz que ya no de más de sí.
Hay nombres que en otros tiempos fueron algo. Solana. Maravall. Almunia. Eduardo Serra.
Lo que no hay son nombres de dirigentes políticos en activo y con influencia real en los partidos a los que están vinculados. Como ocurre con este tipo de manifiestos —éste, por cierto, construido a base de interminables subordinadas—- lo interesante no es tanto quién lo firma como quien no ha querido firmarlo. A quién se invitó y declinó amablemente la oferta. Y ahí nos falta la lista de quienes se escaquearon.
El llamamiento recuerda a sus señorías que cada una de ellas tiene plena libertad para votar lo que le parezca oportuno. Que una vez que han sido elegidos, deben información y explicaciones de sus actos a quienes les pusieron ahí —los votantes, me refiero, no los aparatos de los partidos— pero no son empleados de esos votantes, no existe el mandato imperativo. Piensen más en lo que necesita España que en lo que agradará o disgustará a quienes le votaron, es el mensaje. Que ni uno solo de los aludidos, los 350 diputados, ha tenido a bien comentar hasta ahora.
La urgencia que perciben los abajo firmantes no deben de percibirla los partidos. Los viernes hay libranza general en el ámbito político. Y el lunes, por aquello de que es el día de Santiago, tampoco debe de ser día hábil del todo: el rey deja para el martes el comienzo de su famosa ronda de consultas. Esta liturgia que consiste en que él pregunta cómo va todo y le responden que no va. Él pregunta quién está en condiciones de ganar una investidura y le respoden que hoy por hoy, nadie. Él pregunta cómo es posible y ellos responden que parece mentira que lo pregunte a estas alturas, con lo bien que los conoce.
Dice Albert Rivera en El País que él le piensa decir al rey que le diga a Sanchez que ponga algo de su parte. Dígaselo usted, señor, que a mí me da la risa. Que se abstenga Sánchez para que salga Rajoy sin más síes que sus 137. Y Rajoy le está metiendo presión a Rivera para que sea él quien respalde claramente su investidura, aunque sea para gobernar en precario y sin seguridad de comerse ni siquiera el turrón, siempre pendiente de una posible moción de censura. En el filo que separa el sillón de la sepultura.
Qué quieren que les diga. El niño de El Sexto Sentido por lo menos veía claro lo que, a su alrededor, sucedía.