Lo dijimos en la noche electoral del 20 de diciembre: las normas con que han sido elegidos estos 350 de ahora son las mismas con que fueron elegidos todos los anteriores. Y cambiar las normas, la ley electoral por ejemplo, es potestad justo de estos 350 diputados y de los senadores que también inician su cometido.
Corresponde a estas dos cámaras hacer las leyes y, si lo creen oportuno, reformar la Constitución. Que esta llave, la de cualquier reforma constitucional, la tiene el grupo mayoritario, el PP. Sin el acuerdo de los populares no hay reforma que valga, como se ocupó de recordar de nuevo, el presidente en funciones. Que le pregunta Rajoy a Sánchez con qué votos pretende hacer esa reforma y qué piensa ofrecer a los independentistas. Sonando, por un momento —-éste un riesgo de imagen que asume Rajoy—- sonando como el jefe de la oposición a un presidente que aún no existe pero que se pareciendo cada vez más a Pedro Sánchez.
El aspirante socialista habla de lo que piensa hacer y Rajoy le pide detalles de cómo sería y cómo piensa hacerlo. Sabiendo que es ésa reforma constitucional la alternativa al referéndum de autodeterminación con la que Sánchez confía en acabar ganándose el apoyo de Podemos. Lo llaman votar para la reforma y no para la ruptura. Vayan haciéndose a la idea de que, recién empezada la legislatura,
la primera tarea de los estrategas es ponerle nombre a las mismas cosas para que parezcan cosas distintas.
Puede que éste sea un Parlamento de vida corta o puede que acabe alumbrándose un acuerdo que asegure que durará cuatro años. Ya saben que el PP no abandona su pretensión de mantener a Rajoy en la Moncloa con un acuerdo parlamentario a tres bandas, con el PSOE y con Ciudadanos. Y que propuso pactar un plan de reformas común, consensuado, y le arreó a Sánchez por hacer promesas que no están en su mano.
Saben también que a esta propuesta de reformas consensuadas Sánchez dice que verdes las han segado porque él con el PP no quiere ni intentarlo. Cuando salió Albert Rivera —al que Sánchez ya no ve ni tan de derechas ni tan marca blanca del PP como antes—- a anunciar el acuerdo entre los tres partidos para la mesa del Congreso se ocupó el líder socialista de corregirle raudo: él sólo tiene acuerdo con Ciudadanos. Si luego Ciudadanos lo tiene con el PP es cosa suya. Cualquier cosa que huela a pacto a tres bandas hace que a Sánchez le salgan ronchas, incluso si el fruto es que Patxi López sale elegido esta mañana presidente del Congreso sin ningún otro rival en danza. Porque a Sánchez esto de Patxi le parece muy bien —-estaba cantado el acuerdo desde que Albert Rivera dijo que le parecía sano que el Congreso no lo presidiera el mismo partido que hoy gobierna—- pero él en lo que está es en lo suyo, en la investidura para la que necesita el acuerdo con Podemos.
Pablo Iglesias no lo descarta. Ayer lo que dijo es que está muy complicado porque los socialistas no han transigido con esta pretensión podémica de tener cuatro grupos parlamentarios. Que va a ser que no, le ha dicho a Pablo, que si quiere reparta él los tiempos de intervencion en la tribuna entre sus tres socios —las mareas, Compromís, Cataluña en Colau—- pero que grupo sólo le corresponde uno. Y él, haciendo de la derrota discurso, ha salido con esto de que PP, PSOE y Ciudadanos son “los tres del búnker”, pronto empiezan los eslógans.
En lo primero que se va a notar este miércoles que el peso político está más repartido que antes en la cámara es en que habrá un presidente del Congreso que no pertenece al grupo mayoritario. Pero si los nuevos partidos cumplen con las expectativas que ellos mismos han creado, tendrá que notarse en muchas otras cosas.
• En la organización de sus propios grupos parlamentarios, por ejemplo. Qué idea tienen estas nuevas formaciones de la famosa disciplina de voto, del escaño que sólo sirve para darle al botón sin saber siquiera qué se está votando, de la rendición de cuentas a los votantes en sus circunscripciones, de la transparencia plena en su actividad parlamentaria.
• Y cuáles son las prioridades legislativas que establecen. Si por fin parirá el Congreso esta legislatura una nueva ley electoral, si prospera la intención de Podemos de legislar, antes que ninguna otra cosa, esto que (tratando de no perder la iniciativa) han llamado ley de emergecia social y que podría ser el primer lugar de encuentro de Podemos y socialistas que limara las aristas del derecho a decidir y allanara el camino a la presidencia de Pedro Sánchez.
Ésta es, al final, la madre del cordero. Si Sánchez consigue que entre Podemos y Ciudadanos (votando a favor unos, absteniéndose los otros, absteniéndose un tercio de la cámata si es preciso) ganarle a Rajoy la investidura aunque sea por mayoría simple y obligado a sobrevivir luego día a día con una geometría que no sería variable, como con Zapatero, sino diabólica y siempre al borde del precipicio.
El líder socialista debe de verse a sí mismo como Philip Petit, el funambulista que se propuso, en una misión de locos, tender un cable entre las dos torres gemelas y pasearse haciendo equilibrios sin resbalar, precipitarse a suelo y matarse. “El desafío”, como la película. O, mejor, como el documental que hicieron antes: “El hombre en el alambre”. Ése se ha propuesto ser Sánchez. El funambulista que logró cruzar al otro lado —-noventa diputados, el peor resultado de la historia—- dejando al personal ojiplático.