El presidente catalán enseñándole al de Esquerra el dedo índice y amagando con apretar el botón nuclear: ríndete Oriol o le doy al bóton y elimino las elecciones de septiembre. Esta negociación ha durado menos que la iraní: convocó Mas a las tropas soberanistas (siempre en guerra contra Felipe V) y les contó la verdad amarga: chicos, esto del procés tiene un problema; vosotros, Omnium Cultural, la Asamblea Nacional Catalana, el profesor Junqueras, podéis hacer cuantos planes queráis para septiembre, pero aquí las elecciones las convoco yo, a mi manera. Si queréis urnas, ya me estáis un hueco en la lista ésa sin políticos. “Pero usted es un político, president”. Pues por eso, dejaos de historias y haced lo que os digo.
El increíble hombremenguante hizo su última pirueta y mitigó, por un instante, su encogimiento. Hoy se mira Artur Mas en el espejo y vuelve a verse alto. Junqueras, de repente, parece un pigmeo. Con lo bravo que se puso cuando dijo que no iría de la mano de Convergencia, con lo agudo que pareció sacándose de la manga lo de la lista sin políticos —-chúpate esa, Artur— y al final le toca tragar con su fuera griego. Se le ha puesto a Oriol cara de Varoufakis. Como diría Tsipras, ser un buen historiador no garantiza que seas un buen estratega. Ahora que le hemos visto la cara a Plutón, ya sabemos lo quetenemos: un frente soberanista unido en las catalanas que espera frenar el auge de las Colau y las Forcades y ganarle el pulso al PSOE, el PP y a Ciutadans. Cada uno por su cuenta y con pocas opciones de hacerle sombra al bulldozer soberanista. Próxima estación, antes de las generales de noviembre, las catalanas de después del verano.
Rajoy ha puesto en marcha, en La Moncloa, su ministerio de guiños para sembrar de chisteras, o de conejos, el caminito que nos lleva a las urnas, y la alcaldesa de Madrid, Carmena, ha creado el ministerio de desmentidos. Un tablón virtual se encargará de desmentir todo aquello que publiquen los medios y que, en opinión de la alcaldesa jueza, no sea correcto. Lo han llamado versión original y servirá para dar collejas pero de buen rollo, como corresponde al estilo informal de quien se mueve en metro, saluda por su nombre a los guardias de la puerta y tutea sin falta a los periodistas. El tablón virtual de desmentidos. Lo bueno es que sea virtual, porque eso significa que su capacidad no tiene límites. Al ritmo que lleva el nuevo gobierno madrileño —-por la mañana habla un concejal, por la tarde se hace de nuevas la alcaldesa (que quién ha dicho qué, uy no, de eso no hay nada, el tablón de desmentidos va a tener más texto que el boletín oficial del ayuntamiento. Ya ha dicho la alcaldesa Carmena que ni tasa de turistas ni tasa de cajeros. Que hoy por hoy no tiene idea de poner más tasas. Idea no tiene, y si ve que se organiza revuelo, de inmediato pliega velas. Al concejal de impuestos, que está el hombre loco por estrenarse, ha debido de decirle que, por ahora, no piense más. Que ni piense ni tuitee, que los tuis los cargaZapata y con un lío por semana va sobrada.
Hoy, en el Congreso, tiene su gran oportunidad Alberto Garzón.
Hoy puede ser él quien le coma la merienda, políticamente (y aunque sea por un día) a Podemos.
Garzón es diputado. Podemos no.
Y en el Congreso de los Diputados se debate hoy sobre el asunto de política doméstica que con más pasión ha debatido estos días la opinión pública española. Dices: ¿cuál, el logo del PP? No. ¿La derrota de Luis de Guindos? No. ¿El pacto con Irán? ¿Del pacto con Irán van a hablar en el parlamento de España, tú estás loco? El asunto es Grecia. O Grecia y Europa. La cura de caballo que, a instancias de la zona euro, va a aprobar hoy —qué remedio—- el parlamento griego.
Rajoy expondrá hoy la posición de su gobierno (con pocas esperanzas de que cuente algo nuevo) frente a un Pedro Sánchez que se declaró anteayer avergonzado de su presidente de gobierno (Sánchez ha jugado a la equidistancia entre los gobiernos del euro y el griego, que sí pero que no, que aflojen unos que cumpla el otro) y frente a un Alberto Garzón que necesita urgentemente un chute de autoestima y que podrá jugar hoy, casi en solitario, la baza de abogado defensor de Syriza en España. Es verdad que Podemos es quien más ha abonado, hasta ayer, su identificación con Syriza (ayer ya empezó a decir que ni España es Grecia ni ellos son Tsipras), pero Izquierda Unida también estuvo en los mítines de Atenas y también se dio por aludido cuando anoche el primer ministro griego expresó su deseo de que en España ganen fuerzas políticas parecidas a la suya. Parecidas. Porque iguales, lo que se dice iguales, ahora ya ninguna quiere ser.
A este primer ministro, debilitado, no se le puede negar su buena disposición a la hora de intentar explicarse ante su opinión pública. Anoche dio una entrevista de una hora, relajado, cordial, didáctico, sincero, en la que asumió sus errores y se esforzó en explicar a los griegos qué es lo que hay. Esta vez a las claras y sin alimentar esperanzas vacuas. Algunas frases de Tsipras: “La pureza ideológica en tiempos de crisis no existe”. “No es progresista la jubilación a los 45 años; no es progresista salir del euro; no tenemos capacidad para volver a la moneda nacional”. “Nuestra negociación empezó bien pero luego nos equivocamos” “Y ser un gran economista, como Varoufakis, no equivale a ser un gran político”.
La carrera de Tsipras no tiene por qué estar acabada: no ha cumplido aún seis meses de gobierno, disfruta de una popularidad todavía alta y tiene margen (si se asegura la estabilidad parlamentaria) para darle la vuelta a la situación económica en tres años. La financiación la tiene asegurada y la coyuntura europea le beneficia. Aún puede ser Tsipras, si sobrevive a este primer rubicón, el primer ministro que cambió Grecia y devolvió la esperanza a sus ciudadanos. Haciendo aquello que algunos comentaristas le reprocharon que no hiciera cuando llegó. Aprovechar su condición de nuevo y el cambio que se acababa de producir en las instituciones europeas (Juncker como presidente de la comisión abogando por las politicas de crecimiento, Merkel gobernando con los socialdemócratas y abriendo la mano a una mayor inversión pública, gobiernos socialistas en Francia y en Italia dispuestos a echarle un cable) para huir del nacionalismo desafiante y apostar por un europeísmo templado, un calendario de reformas asumible que le granjeara la confianza de los que prestan el dinero. Seis meses después, éste es el camino que le queda a Alexis Tsipras. Refundar a Alexis Tsipras y tirar del carro. Si es capaz de recorrerlo sin que la sociedad griega se levante contra él, estará en condiciones, aún, de hacer historia.