EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Guerra a la puerta de Rusia, y a la puerta de Europa

Les voy a decir una cosa.

Nikita Krushev le daría con el zapato en la cabeza a Yanukovich por haber permitido que las cosas lleguen tan lejos. “De ucraniano a ucraniano, estás siendo muy blando,  Víctor”.

 

ondacero.es

Madrid | 19.02.2014 20:12

Ambos nacieron en el Este del país, cerca de lo que hoy es la frontera de Ucrania y Rusia, ambos crecieron en la región de Donbás y ambos pertenecieron al partido comunista. Krushev treinta años antes que Yanukovich, se entiende. “Si yo acabé con los insurgentes en los cuarenta, camarada Víctor, ¿no vas a poder tú acabar con estos rebeldes proeuropeos?”

A Krushev, como sabemos, acabó tumbándole una conjura interna de su propio partido; a Yanukovich, presidente de una República Democrática con elecciones y con Parlamento, está intentando tumbarle -por ahora sin éxito- la oposición, que ha cosechado gran atención internacional (aquí en Europa, sobre todo) no tanto por la perseverancia de las manifestaciones que se vienen produciendo desde primeros de diciembre como por la sangre y el fuego (muertos, heridos, una plaza en llamas) que han acompañado las últimas protestas.

Si miras un mapa obtienes la primera clave, la esencial hoy, de lo que le pasa a Ucrania. A la izquierda en el mapa -al oeste- nosotros, la Unión Europea encarnada en aquella punta por los polacos. A la derecha en el mapa -al este- los rusos, la Rusia con la que han tenido sus más y sus menos pero con la que mantienen una vinculación histórica y sentimental que para una parte importante de la sociedad de ese país es sagrada, más relevante que una hipotética incorporación a la Unión Europea.

Los pro-rusos, digamos, ven en la campaña a favor de Europa un sesgo antiruso que les molesta y les revuelve. A los pro-europeos, digamos, les pasa al revés: ven en la actuación de Rusia un sesgo anti Europa que reprueban. Ucrania, en medio del pulso que mantienen, entre ellos, sus vecinos. Hacia Europa, la cuerda pasa por Polonia; hacia Rusia, la cuerda es Rusia. Una de las últimas encuestas publicadas, antes de estos casi tres meses de movilizaciones contra el presidente Yanukóvich (su lengua natal es el ruso) decía que un 13 % no tiene opinión sobre qué interesa más, si ser Unión Europea o ser socio preferente de Rusia; otro 13 % opina que es mejor no ser ninguna de ambas cosas, a nuestro aire; un 31 % prefiere arrimarse a Rusia y un 42 por meterse en Europa. Como ocurre en casi todas las cuestiones, no es todo o blanco o negro. Que haya miles de personas manifestándose en Kiev, que haya incidentes, y fuego y muertos, no significa que la mayoría de la sociedad ucraniana esté demandando hoy la caída de su presidente. Puede que sea así o puede que no sea.

En los medios europeos tiene más presencia el punto de vista de la oposición: es una revolución que evoca aquella de 2004 y que habla de libertad, de progreso, de acabar con los gobernantes corruptos. Es comprensible que así sea porque los enviados especiales cuentan lo que está pasando en la plaza de la Independencia de Kiev, donde están los manifestantes que hacen declaraciones y por donde se dejan ver líderes opositores más en sintonía estos con la visión europea de las cosas que con la perspectiva rusa. Pero si ojeas la información que están Rusia Today o La voz de Rusia -medios estatales del país de Putin- el relato que encuentras es bien distinto. En esos medios no se habla de manifestantes u opositores, sino de radicales violentos que lanzan cócteles molotov y provocan incidentes. Subrayan el allanamiento que supone asaltar y ocupar sedes de las instituciones y se entrevista en el hospital a policías heridos que narran cómo fueron linchados por los radicales cuando hacían su trabajo de preservar el orden público.

A los líderes de la oposición se les reprocha que no condenen las acciones violentas de sus seguidores y a los dirigentes políticos de Europa, que cierren los ojos a la evidencia, dicen, de que los sucesos violentos los están causando los activistas, y no el gobierno. Por qué, se preguntan los medios pro-rusos, los dirigentes de la oposición corren a entrevistarse con embajadores extranjeros en lugar de aceptar la invitación de Yanukovich a reunirse con él. “No es el pueblo el que está en la calle”, dice el gobierno Yanukovich, “son golpistas que intentan conquistar el poder por vías ilícitas”. Y algún comentarista añade: si algo así ocurriera en un país europeo, no se le ocurriría a la Unión Europea atribuir la responsabilidad al gobierno de ese país y exigirle que dialogue con quienes queman contenedores y rompen escaparates.

Éste es el otro punto de vista, el de quienes no se sienten representados por los manifestantes. Ésa parte de Ucrania que se siente más próxima a Putin que a Herman Van Rompuy. Frente a él, el de quienes recuerdan que Yanukovich es este presidente que cuyo partido ganó las elecciones generales de hace año y medio habiendo cambiado antes la ley electoral y con un abuso de los medios oficiales que sembraron dudas sobre la limpieza.

El presidente, en fin, que tiene encarcelada a Timoshenko, ex primera ministra, condenada por firmar un contrato de suministro de gas (con Rusia, curiosamente) que un tribunal consideró perjudicial para Ucrania, y acusada ahora de malversación, evasión fiscal y participación en un asesinato. Todo mentira, en opinión de la afectada y en opinión de los líderes europeos, que ven en el proceder de Yanukovich una pobre imitación de los métodos de Putin para deshacerse de adversarios y críticos: a la cárcel por cualquier motivo y, si se tercia, un sorbito de polonio 210.

En Ucrania, cuando cayó el gobierno Timoshenko, se vio de otra manera: la descolorida revolución naranja se agotaba entre rivalidades personales de sus cabezas visibles, el otro Víctor, Yushenko (el del veneno que le desfiguró el rostro) y Yulia Timoshenko, y ganó terreno, hasta ganar en las urnas, el candidato apadrinado por Rusia, Yanukovich, cuya victoria de 2010 (esta vez sí, a diferencia de 2004) fue limpia y legítima a decir de la OSCE y del Consejo de Europa.

Cuando Yanukovich ganó el puesto que hoy ocupa lo hizo de verdad, cosa distinta es cómo haya gobernado luego. Europa, en 2010, había apostado por Timoshenko, por mucha decepción que hubiera causado la señora con la corrupción y el fiasco en las reformas económicas de su gobierno; Rusia apostó de nuevo por su caballo, Yanukovich.

Como escribió entonces el profesor Garton Ash, acababa de darse el pistoletazo de salida de una carrera por atraer a Ucrania: entre la Unión Europea y Rusia, o entre la tortuga europea y la liebre rusa. Porque eso es lo que, cuatro años después, puede darse por acreditado: que Putin ha sido más rápido y más efectivo que Barroso, Ashton y los jefes de gobierno europeos. El proceso de incorporación de Ucrania a la Unión se dilató sin músculo -no estaba Europa estos últimos años para ocuparse de crecer teniendo una recesión de caballo en casa- y Rusia aprovechó la coyuntura para afianzar lazos, para empezar financieros y, como consecuencia de ello, de fidelidad al proyecto Putin.

Europa y los Estados Unidos están decididos a aumentar la presión sobre Yanukovich para forzar -una vez que se le da por perdido como socio- su relevo por alguien más receptivo a las ofertas de este lado. Se aprobarán sanciones y se dará apoyo, ya veremos cómo de explícito, a los opositores. El riesgo es que la situación se vuelva -ya se está volviendo- incontrolable. El gobierno dice que los manifestantes se han hecho con mil quinientas armas de fuego y cien mil balas. Los manifestantes sostienen que son los infiltrados que está enviando el gobierno -agentes encubiertos- los que se preparan para causar más muertes y cargarles la responsabilidad a ellos. El riesgo tiene un nombre: se llama guerra civil. Guerraa la puerta de Rusia, y a la puerta de Europa.