No se llama Edward, sino César. Y no se apellida Snowden, aunque sea un “filtrador”.De hecho, “César” no es su nombre real. Es un pseudónimo, un nombre en clave, una tapadera. Ocultan su identidad porque en el régimen sirio alguien, hoy, debe de estar loco por darle caza.
César, el desertor, conserva el carné oficial que le identifica como fotógrafo. Empezó a trabajar hace trece años para la policía. Tomaba imágenes de la escena del crimen cuando se producía un homicidio, fotografías del cadáver para ser incorporadas al expediente judicial. Cuando empezó la guerra civil, le destinaron al hospital militar (no consta de qué ciudad) y le asignaron un nuevo cometido: tomar imágenes de los detenidos asesinados. Cuatro o cinco imágenes por persona. Cincuenta cadáveres al día.
Durante los tres años siguientes, su paradójica tarea, día tras día, fue la de inmortalizar muertos; hacer acopio de los méritos represivos de un régimen brutal decidido a mantener viva la experiencia de la muerte para disuadir, con ello, a críticos y disidentes que pudieran haberse sentido seducidos por la idea de levantarse contra el presidente. Cincuenta mil fotografías de once mil personas torturadas y muertas, la principal prueba de cargo que ahora se presenta contra Bashar el Asad, el presidente sirio que lo va a seguir siendo.
El informe (apenas treinta páginas) que hoy ha difundido la CNN termina con un apéndice que es glosario de la terminología forense utilizada en las páginas previas: contusión, abrasión, úlcera en la piel, laceración, herida de bala, laceración. El diccionario de los horrores. Firman el documento, que incluye una mínima muestra de las miles de fotografías que han podido examinar, tres fiscales de dos tribunales internacionales creados, en su día, para castigar crímenes contra la humanidad en Sierra Leona y Yugoslavia: De Silva, Nice y Crane, viejos conocidos del difunto Milosevic y de Charles Taylor.
Ellos mismos relatan cómo supieron de la existencia de César y de los documentos gráficos. Una firma de abogados de Londres se puso en contacto con De Silva para contarle lo siguiente: existía un ciudadano sirio, huido del país y refugiado en otra nación de Oriente Medio, que decía haber trabajado en un hospital militar y haber documentado la existencia de asesinatos sistemáticos por parte del régimen. La misión que la firma londinense quería encargarle al fiscal consistía en viajar a ese país, hablar con el refugiado sirio y verificar su historia y las pruebas documentales que pudiera aportar, es decir, averiguar si su testimonio y su material serviría caso de llevar al presidente sirio ante un tribunal internacional. De Silva aceptó la misión, reunió un equipo y se entrevistó con César los días 12, 13 y 18 de enero, es decir, este pasado sábado por tercera y última vez. Su conclusión es que el relato es sólido y las fotografías, auténticas.
La veterana periodista de CNN Cristine Amanpour le hizo anoche al fiscal dos preguntas imprescindibles. La primera: quién está detrás de esa firma de abogados de Londres, quién es la fuente original de esta historia. De Silva no dudó en dar la respuesta: el gobierno de Catar. Y aquí vino la segunda pregunta: sabiendo que ese gobierno -ese otro régimen- ha apoyado a los grupos armados sublevados contra Bashar el Asad, ¿no podríamos estar ante una prueba falsa, prefabricada para poner al gobierno sirio contra las cuerdas en vísperas de la conferencia internacional de Ginebra? “Somos muy conscientes de que hay intereses de todo tipo en torno a Siria”, dijo el fiscal, “asumimos esta misión sabiéndolo y con enorme escepticismo, pero creemos que las evidencias son sólidas, al margen de a quién pueda interesar que se difundan”. No se niega, por tanto, ni la intención de quien pone en circulación la historia ni el sentido de la oportunidad de hacerlo precisamente esta semana. Se afirma la consistencia del material incriminatorio.
Curiosamente, lo más comprometedor para el gobierno sirio es lo que no se ve en las imágenes que ha difundido CNN: los números que acompañan cada cadáver. Cuando el detenido muere en una comisaría, un cuartel, una cárcel, se envía el cuerpo al hospital identificado con un número que acredita quién es y quién lo manda, es decir, dónde fue asesinado y por quién. En el hospital, para encubrir el crimen de estado, se le adjudica otro número que será el que aparezca en el certificado de defunción: todos los datos serán falsos -lugar de la muerte, el hospital; causa del fallecimiento, un infarto- salvo la identidad del fallecido, cuyos restos serán entregados a la familia con esa historia inventada que ella jamás se creerá. ¿Por qué fotografiar entonces los cuerpos?
La razón era doble: primero, que los médicos emitieran certificados de defunción sin necesidad de examinar los cuerpos (a razón de cincuenta al día, con una foto se apaña el médico); segundo, contar con una prueba de que la ejecución se había realizado, para asegurarse de que ninguno hubiera sido puesto en libertad por error.Esta es la prueba, el número con el que entra el cadáver al hospital, que los fiscales entienden que sería prueba relevante en caso de que, alguna vez, el gobierno sirio fuera juzgado por estos crímenes.
No hay un César en el otro bando, un desertor que proporcione evidencias de crímenes de lesa Humanidad cometidos sistemáticamente por el otro bando. De hecho, el otro bando son varios bandos que se disputan el liderazgo y se matan también entre ellos. Los islamistas vinculados a Al Qaeda han vampirizado lo que empezó llamándose revolución, le han arrebatado a los primeros rebeldes la bandera. Y los métodos, y los fines, de estos islamistas han acabado siendo la viga que apuntala un régimen que estaba en decadencia.
Pese a conocer la esencia represiva de Bashar al Asad, y temiendo (o sabiendo), que en el otro bando la brutalidad es parecida, los gobiernos occidentales han decidido que conviene que el régimen sirio siga al frente del país. A ser posible, haciendo alguna concesión a los opositores y, a ser posible (que esto va a ser que no), saliendo del escenario Bashar el Asad. La prioridad, ahora, es acabar con la guerra pero no para cambiar de régimen, sino para atajar el crecimiento de los grupos al servicio de Al Qaeda, para secar el terreno hoy fértil en el que su actividad ha ido creciendo.
Siendo ése el objetivo inmediato, no cabe sorprenderse del escaso eco que el informe sobre la tortura y asesinato de once mil personas ha tenido entre los gobiernos que acuden mañana a la conferencia de Ginebra. Incluso Catar, patrocinador del informe, asume que la caída del gobierno sirio ha dejado de ser una hipótesis factible. Bashar el Asad se ha salvado, admiten. César, el desertor, no tiene intención de regresar nunca a su país. Tendrá que ser otro fotógrafo quien se pase los próximos trece años documentando la eficacia represiva de este régimen. Trece años retratando muertos.