Natural de Stradishall, en Suffolk. El padre, como es lógico, reza por él. Pero en Estados Unidos, concretamente en el Pentágono, por lo que rezan es porque el gobierno de Cameron atienda la petición de extradición que ya han cursado. Porque el hijo del cura, el joven Love, está acusado de robarle a los americanos miles de archivos informáticos introduciéndose en los sistemas en red del gobierno y dejando allí puertas traseras para poder volver a realizar “asaltos”. Lo detuvieron ayer, en casa de los padres y en aplicación de la ley contra el mal uso de los ordenadores, que contempla la detención de todo aquel ciudadano que lance ataques desde el Reino Unido contra ordenadores de cualquier otro lugar del mundo.
En realidad, la acusación que le hacen en Norteamérica es de conspiración criminal, que impresiona bastante más. Como dicen los vecinos de la familia Love en Suffolk, mal momento ha elegido el hijo del pastor para espiar al Pentágono. La Casa Blanca, lejos de hacerle un monumento a Snowden por haberle revelado al propio presidente Obama lo que anda haciendo su agencia de seguridad nacional -¿Espìando líderes europeos? ¡Qué me dices!- quiere demostrar mano dura contra los filtradores de secretos. Hay que poner las cosas en perspectiva. Cuando quien accede a documentos confidenciales del gobierno americano es un veinteañero británico, cracker, a esto se le llama allanamiento cibernético y robo de datos. Cuando quien accede a información confidencial de otros gobiernos es la NSA se le llama velar por la seguridad de los norteamericanos. Y por extensión, del resto del mundo.
El gobierno Obama está interesado en hacer saber dos cosas: una, que él no estaba al tanto del espionaje a líderes políticos europeos y que, en cuanto se enteró, ordenó parar las máquinas; dos, que en realidad los pinchazos telefónicos que tanto escándalo han producido en Europa los realizaron servicios de inteligencia europeos, no los norteamericanos. Y que a ellos, a los americanos, los han intentado espiar como al que más, sólo que aquí no ha salido todavía un Snowden que lo revele todo. Si el viernes contaba el Post de Washington que el gobierno americano estaba avisando a los servicios de inteligencia de países amigos de que Snowden se había llevado material que involucra a estas otras agencias, lo que esta tarde ha empezado a contar el Journal es que estos millones de registros telefónicos que han escandalizado a Francia y a España no los hizo la NSA, sino que fueron compartidos por la NSA por sus autores originales, los servicios de inteligencia de Francia y de España. Y que, en todo caso, esos registros corresponden a intervenciones en zonas conflictivas y fuera de las fronteras nacionales, es decir, que ni el servicio de inteligencia francés ni el CNI han espiado a sus compatriotas, ojo, versión oficial.
Lo que tiene a estos servicios con un globo notable no es que Obama haya espiado a los gobernantes –que ésa es otra historia-, sino que salgan a la luz datos de operaciones realizadas por ellos y cuyo fruto compartieron con los americanos, es decir, los fallos clamorosos en la custodia de la confidencialidad de esos datos. En ausencia de garganta profunda europea, lo más parecido a un Snowden que ha habido en el continente es un señor que se llama Pangalos y fue ministro de Exteriores de Grecia. Bueno, llegó a viceprimer ministro, pero era ministro de Exteriores a finales de los noventa cuando el gobierno griego consiguió pinchar las comunicaciones telefónicas de la embajada de los Estados Unidos. “Escuchamos al embajador americano hablando con su colega en Ankara y poniéndome a parir”, ha dicho hoy el ex ministro en una radio griega. Y cuando le han preguntado si aquello fue legal le ha dado la risa floja: “Fue un acto de espionaje”, ha dicho, “y con mucho éxito”. Bien podría haber dicho “y a mucha honra”, porque los gobiernos se sienten orgullosos, en efecto, cuando sus servicios de inteligencia consiguen acceso directo a las comunicaciones de diplomáticos y altos cargos de otros gobiernos.
Grecia espió al embajador de los Estados Unidos, pero es que la embajada norteamericana en Atenas era, como casi todas, la sucursal de la CIA y la NSA en Grecia. Y tampoco es que los americanos disimularan. Siempre se dijo que las embajadas de americanos y soviéticos eran, en la guerra fría, nidos de espías. Y después, también. Lo han seguido siendo. La de Atenas debía de ser de las más explícitas. Mira el tejado, mira el tejado, dicen los griegos. Porque en el tejado habilitaron los americanos –esto aparece también en los papeles de Snowden- un sistema de captación de comunicaciones -forma elegante de llamar al espionaje- que producía interesante y abundante material para Estados Unidos y sus países aliados.
Lo cuenta un reportaje que ha publicado hoy la prensa alemana, que añade que en el resto de Europa puede haber otras veinte embajadas con instalaciones similares para espiar, y que conviven con los propios espías nacionales que intentan acceder -a la manera del hijo del pastor anglicano pero amparados por la cobertura legal de sus operaciones clandestinas- a las comunicaciones de diplomáticos, agregados militares y agentes de la CIA. El gobierno alemán –de quien no ha trascendido aún cuánto espió, a su vez, a los americanos- es, con diferencia, quien más escandalizado se está mostrando por el espionaje a su jefa de gobierno. Tanto que hoy ha dicho que expulsará a los diplomáticos estadounidenses si se demuestra que espiaron.
El condicional es relevante en las declaraciones que están haciendo los gobiernos. Todos lo condicionan todo a que “se demuestre” lo que se está publicando. Basta decir que no ha quedado demostrado para que, pelillos a la mar, se desinfle el globo. Esto le ha debido de pasar a García Margallo, el ministro español que se ha asustado a sí mismo y ha aflojado. Ayer dijo: “si se demuestra, sería una ruptura de confianza”.
Hoy ha visto en los periódicos su frase en primera página prescindiendo del condicional -“esto rompe la confianza”— y ha puesto a enfriar un barreño de agua para aguarse él a sí mismo. Lo que hoy dijo fue “nuestra relación es cordial y estoy seguro de que los Estados Unidos nos darán las explicaciones necesarias”. Esto lo están haciendo también todos los gobiernos europeos: hablar en futuro de las explicaciones que Obama seguro que dará, como si le hicieran falta a la Casa Blanca meses de indagaciones para poder confirmar o desmentir que haya puesto la oreja a conversaciones privadas.