A nosotros nos vas a contar cómo obtener un buen resultado, si siempre quedamos de la mitad para abajo. Sabremos nosotros lo que tenemos que hacer sin que venga nadie a meterse en nuestras cosas.
El ministro García Margallo, que pasa por ser un hombre de verbo suelto y al que no le incomoda pisar charcos, ejerció hoy de lo que de verdad le gusta, que no es de ministro de Exteriores sino de Economía. Estuvo en el foro del diario Cinco Días y allí se despachó a gusto contra los socios europeos que están retrasando la unión bancaria y contra el Banco Central por su falta de decisión para sacarnos de la crisis. Entre torta y torta, pronunció el ministro esta frase que hoy merece ser grabada en piedra: “Sabemos lo que ha pasado para llegar a esta crisis, pero no sabemos cómo solucionarlo”. Vaya.
Interesante ejercicio de sinceridad de quien forma parte de un gobierno que nos viene diciendo lo contrario: no sólo sabemos lo que hay que hacer, sino que eso es justo lo que estamos haciendo; y ya estamos saliendo. Es infrecuente, y seguramente no contribuye a generar mucha confianza (aquel mantra de otros tiempos, “generar confianza”) que un ministro diga que no sabe cuál es la solución, pero haber dicho lo contrario habría sido postureo, y Margallo nunca ha sido muy de hacer posturitas. Él, en realidad, estaba hablando de Europa: el conjunto de Europa, o los gobiernos de la zona euro más la comisión europea. Si en estos tres años se han aplicado todas las teóricas soluciones para dejar atrás la crisis y seguimos en ella, oye, habrá que admitir que no está tan claro qué es lo que hay que hacer: los hechos son los hechos, en crisis seguimos; y en España, en recesión aguda.
Este mismo planteamiento, tan racional, que hace Margallo, es el que hacen todos los otros gobiernos europeos -más la comisión europea- cuando analizan el peor de los indicadores socioeconómicos de España, que es el paro. Miran los datos, ven lo que ha pasado en los cinco últimos años y concluyen que aquí no hemos dado con la solución a nuestro grave problema. Es lógico que lo piensen.
Y como todos formamos parte del mismo club, etcétera, pues se sienten legitimados lo mismo Merkel que el pobre Lazlo, el comisario de empleo, para dar ideas. Ah, y ahí es cuando le sale a los actores principales del sistema político de España (a saber, el partido que gobierna hoy, el que gobernó antes, la principal patronal y los principales sindicatos) la rabia que llevan dentro: quién se habrá creído el comisario que es para darnos lecciones a nosotros sobre modalidades de contratos, ¡valiente ocurrencia!
Los sindicatos le han dicho hoy al comisario (socialdemócrata) lo mismo que le decían al gobernador del Banco de España cuando hablaba de las pensiones, ¿se acuerdan? “¡Que esto no es cosa suya, hombre, no se meta donde no le llaman!” Pero qué se habrá creído. De tipos de contrato y de indemnizaciones sólo pueden opinar patronal y sindicatos. Anda y vete a Bruselas, le han venido a decir los líderes sindicales.Luego, eso sí, escuchamos en boca de los mismos líderes sindicales eso de hace falta ceder soberanía, hace falta más Europa, más Europa, sí, pero el comisario, ¡a callar la boca! Somos un país tan admirable que no aceptamos que vengan de fuera no ya a decirnos lo que deberíamos hacer, sino ni siquiera a hacernos sugerencias para resolver el problema más grave, de más larga duración y con más consecuencias sociales que sufre hoy nuestro país. Y digámoslo abiertamente, aunque duela y porque los hechos mandan: es el problema más grave que tenemos y es el que no sabemos resolver. El que hemos demostrado que no sabemos resolver.
No le pidas a nadie que analice nuestros indicadores sociales desde fuera que no se quede a cuadros con nuestra tasa de paro (la de ahora, la del año pasado y de hace cinco, seis o diez años). El gobierno anterior hizo una reforma laboral y éste de ahora ha hecho otra. Como ya recordamos anoche, el debate sobre las fórmulas de contratación (si es mejor tener pocos tipos de contrato y fáciles de entender o un abanico inabarcable de modelos, submodelos y sus posibles circunstancias) arreció ya en la España de 2008, cuando el paro llevaba un año subiendo y la tasa de paro (se nos desboca, decíamos entonces) alcanzaba, atención, el 18 % de la población activa. Madre mía, ¡un 18! Menos mal que, desde entonces, y sabiendo que venían curvas, se han aprobado estas dos nuevas reformas laborales y se han sentado a la mesa diez o doce veces las patronales y los sindicatos mayoritarios. Gracias a eso sólo estamos en el 27 %.
Sólo un loco plantearía que ese dato puede ser un indicio de que no sabemos cómo arreglarlo, ¿eh? No le pidas a alguien que nos mire desde fuera que no se le salgan los ojos de las órbitas cuando ve nuestra tasa de paro: que nosotros, aquí, tan celosos de nuestra autonomía de decisión, nos hayamos acostumbrado a este disparate, a este soberano fracaso, no significa que vayan a acostumbrarse los demás gobiernos europeos. Estos gobiernos a los que les estamos pidiendo unidad bancaria y coste de financiación homogéneo para todos. Uniformidad en los tipos de interés, pero sin obligación de homogeneizar las legislaciones laborales y el porcentaje de parados, ¿es eso?
A nosotros nos van a venir a decir cómo se organiza eficazmente el mercado laboral, qué se habrán creído, oiga. En Europa se nos ve, en materia laboral, como lo que somos: una anomalía. Empecemos por admitirlo y a lo mejor sacamos algo en claro de todo esto. Un poco de humildad en los análisis de país nunca está de más. En materia laboral, exactamente, ¿qué motivos tenemos en España para sacar pecho? Una cosa es rebatir a un articulista provocador del Telegraph que habla de la insolvencia (falsa) de España, y otra es actuar como si fuéramos el rey del mambo.
Hoy ha dicho, desafiante, la portavoz del PSOE Soraya Rodríguez: “que diga el comisario si hay algún otro país europeo donde se utilice este contrato”. Es una pregunta pertinente. Tan pertinente como ésta otra: que diga el comisario si hay algún otro país europeo donde el 57 % de los jóvenes esté en el paro. Claro que la ministra Báñez lo que ha explicado, para extinguir el debate, es que este tipo de contrato en España no encaja en la Constitución. ¡Sería inconstitucional!, dice la ministra, seis días después de que su jefe, el presidente, recordara en el Congreso, como algo meritorio, que entre él y Zapatero cambiaron la Constitución en dos semanas (verano de 2011, la regla de oro del equilibrio presupuestario).
Es posible que esto del contrato único no sirviera para nada. O que los minijobs que nos receta Angela Merkel tampoco sirvieran. Porque somos tan diferentes y tan especiales que necesitamos un sistema de contratación genuino, español, específico. Pero quienes hoy han rebatido con tanta determinación al comisario, el pobre Lazlo, son los mismos, no lo olvidemos, que han decidido todo lo que afecta a nuestro mercado de trabajo los últimos treinta años: el PP, el PSOE, CEOE-Cepyme y UGT-Comisiones.
Los cuatro actores que han tomado todas las decisiones persuadiéndonos de que ellos sí sabían lo que convenía hacer. 27 % de paro. No parece que tengan mucho de lo que presumir en este ámbito. No es España quien está en condiciones de explicarle a nadie cómo ganar Eurovisión. Llevamos toda la vida perdiendo.