Carlos Alsina | @carlos__alsina
Madrid | 01.07.2014 20:17
La autoparodia es un género poco frecuentado y al alcance sólo de los artistas consagrados. Mick Jagger ha contribuido, con su propio sketch, a la campaña promocional del regreso a los escenarios de los Monty Python, esta banda de humor surrealista que, en efecto, es un grupo de ancianos arrugados, y que esta noche estrenan su último espectáculo. “Último” porque es el más reciente (la última vez que trabajaron juntos fue en “El sentido de la vida”, hace treinta años, película imposible de olvidar para los matrimonios católicos reacios a los anticonceptivos) y “último” porque no habrá más. Diez sesiones y a despedirse para siempre. Como ellos mismos han dicho a sólo unas horas de que hoy se levante el telón, “hemos querido hacernos un homenaje pre póstumo a nosotros mismos”, un poco lo que viene haciendo Rubalcaba aquí desde que fue tumbado por las urnas de mayo, sólo que con gracia.
Irse, por mucho que le cueste a algunos, siempre es más fácil que volver. Aunque en su día fueses Dios y estuvieses rodeado de pelotas, cuando tu estrella se eclipsa se te pone cara de antiguo o de fracaso y, por más éxitos que acumularas cuando eras alguien, es misión casi imposible emprender el camino de regreso. Puede que, a veces, sientas la tentación de intentarlo, como Camilo Sesto, o como Aznar, pero el paso del tiempo es cruel y tu puesto ya lo ocuparon otros. Volver, voler. Hombre, si eres los Monty Python cuentas, en tu favor, con humor suficiente para reirte de tu propio desfase en el espacio-tiempo y con un público entregado que lloró tu marcha y añora tu talento. Pero si eres Sarkozy has de confiarlo todo a que el fiasco de tus sucesores reverdezca las antiguas pasiones que llegaste a desatar y que el público conservador, huérfano de dirigencia, se anime a ofrecerte de nuevo a ti el trabajo.
Sarkozy llegó a ser dios en la política francesa: ministro de Economía, ministro del Interior, portavoz de gobierno y presidente de la República Francesa. Un ganador. Que además se casó con Carla Bruni. El hombre que prometió reinventar Francia, reforzar Europa y refundar el capitalismo. Un líder carismático. Que, contra pronóstico, acabó siendo un presidente de un único mandato, es decir, que cuando concurrió a la reelección en 2012 le ganó por la mano el anodino y ayuno de carisma Francois Hollande, el mayor bluf que probablemente ha dado, en los últimos años, la política europea.
Que Sarkozy se quedó con ganas de seguir es una evidencia. Que el panorama político que ahora mismo tiene Francia es el terreno abonado idóneo para intentar el retonno da para poca duda. El gobierno socialista, pese al apuntalamiento que ha supuesto Manuel Valls, arrastra dos años de escasa cosecha y ha perdido, de largo, las dos últimas convocatorias electorales: municipales primero y europeas después. La oposición conservadora (el centro derecha tradicional de la UMP) ha visto cómo Le Pen le ganaba las europeas y cómo su cabeza visible, un señor llamado Copé, se veía forzado a marcharse a casa presionado por los demás dirigentes del partido al verse salpicado por la investigación de una presunta financiación ilegal.
El sillón de líder, y futuro candidato, de la derecha francesa esta vacío y a la espera del próximo congreso del partido: los tres nombres que ahora toman decisiones son tres veteranos también de otros tiempos: Fillon, Juppe, Raffarin. No consta que ninguno de ellos aspire a cartel electoral en 2017, de hecho está aún por ver si su partido se anima a convocar primarias para elegir candidato, a la manera en que ya lo hace el socialismo francés. El panorama es perfecto para Sarkozy, salvo por un pequeño asunto que, en realidad, son seis. Los fantasmas de las navidades pasadas, Gadafi, Tapie, Bettencourt, Karachi. Los casos de financiación presuntamente ilegal y tráfico de favores que lleva años investigando la fiscalía (no se crean que es España el único país europeo en el que las investigaciones pueden durar cinco años).
Hoy, en concreto, el motivo de que el ex presidente haya estado retenido en comisaría todo el día respondiendo a preguntas de la policía es un supuesto asunto de abuso de poder: siendo presidente, y a través de su abogado, obtenía información confidencial sobre la evolución de los sumarios que le afectaban. En realidad es el abogado de Sarkozy, Thierry Herzog, quien está en el punto de mira de los investigadores porque era él quien mantenía amistad con dos jueces del Supremo que le habrían servido de “fuentes”, y es el abogado quien supuestamente les habría ofrecido a estos jueces favores, influencia para futuros cargos, a cambio de su información.
Que Sarkozy estaba al tanto de lo que le iba chivando su abogado está confirmado, según la policía, en las grabaciones telefónicas que le fueron realizadas. La duda, desde el punto de vista judicial, es si además de receptor de la información era autor material de los delitos de tráfico de influencias y vulneración de secreto de sumario.
En junio de 2012, junto con la presidencia, Sarkozy perdió la inmunidad. No está aforado y la policía puede interrogarle en comisaría sin pedir permiso a nadie. Será el juez instructor quien decida cómo sigue el sumario.
Si Sarko sale empitonado, procesado o condenado en un eventual juicio, estará muerto políticamente. Pero si sale airoso, exonerado, de tanto sumario que le afecta, entonces no va a haber quien le frene en su regreso al liderazgo de la derecha francesa. “No puedo no volver”, dijo hace sólo seis meses.