La paleogenética es lo que hoy llamaríamos un maridaje, entre la paleontología y la genética. Viene a ser como hacerle un tercer grado a Fidel Castro, es decir, coger un fósil y extraerle toda la información que lleva dentro. Tú tienes, por ejemplo, un cráneo de hace mil años y, una de dos, o te pones a interpretar Hamlet o se lo entregas a unos señores del instituto Max Planck de Alemania para que le rebusquen ahí dentro el ADN. Cuanto más antiguo sea el fósil, más interesante será lo que puedan descubrir (esto es lo que diferencia un hito en paleontología de un capítulo de Bones: las conclusiones.
Hace ahora veintiún años, mientras estábamos todos celebrando la Expo 92 sin advertir de la ruina que acabaría siendo aquello, un grupo de investigadores paleontólogos se metió en una cueva muy profunda de una sierra que se llama Atapuerca y encontró allí una cabeza. Tan antigua, tan antigua que sólo quedaba el hueso. Porque era, en efecto, muy antigua: pertenecía a un señor -bueno, un homínido- que llevaba muerto 350.000 años. En el registro lo bautizaron como cráneo número 5, pero en confianza lo llamaron Miguelón, en homenaje a Induráin, el ídolo por excelencia de la España ciclista de los noventa. Encontrar a Miguelón consagró Atapuerca como el paraíso ibérico de los paleontólogos. Allá abajo, en un pozo a veinte metros de profundidad que te obliga, para llegar, a hacerte pasar por espeleólogo (abstenerse claustrofóbicos) se encuentra la Sima de los Huesos, el dorado de los buscadores de fósiles.
Los palentólogos, al llegar a la Sima, se sienten como los Reyes Magos cuando abrieron el Toys‘R’us, fascinados: “Mira qué surtido de huesos, tan variados, tan bien presentados, tan de distintas èpocas”. No hay yacimiento en el mundo tan espléndido en osos de las cavernas y cráneos humanos de hace 300, 400, 500.000 años. Diecisiete cráneos se han recuperado, entre ellos el del colega de Indurain, que es al que las visitas le hacen más fotos.
Pues bien, es de este museo fósil que la naturaleza se encargó de hacer ella misma de donde salió el fémur que ha maridado la sapiencia de los paleontólogos con la pericia de los genetistas. ¿Para qué? Para extraer de ese hueso toda la información que aún contiene sobre la criatura que fue en vida. Dices: ¿300.000 años después? ¿Qué información puede tener eso? Ah amigo, la misma que te identifica a ti: ¡su ADN! La ciencia, a diferencia del PIB, avanza a una velocidad imparable. Y hoy ya se conoce la técnica para extraerle el ADN a un fósil terriblemente antiguo.
En Atapuerca se había conseguido ya con un oso, pero nunca hasta hoy se había logrado con un homo, un homínido de esa época. Porque, para poder hacerlo, el fémur se ha tenido que conservar muy bien, como le pasa a Miguelón, que a su edad debería estar hecho polvo pero está, para sus años, muy entero. Ésta es la noticia que hace una hora se ha dado a conocer a todo el mundo a través de la revista Nature: que científicos españoles y alemanes han reconstruido el genoma de una especie parecida a la nuestra y anterior a los neandertales.
Tipos fuertes, más anchos que nosotros, de metro ochenta de altura y un cerebro de tamaño parecido al nuestro. No está en la mente de nadie, tranquilidad, hacer revivir a una especie extinta -no vaya a ser más inteligente de lo que hoy creemos-, se trata de saber más de ella, de intentar completar las lagunas que aún existen sobre la evolución de las especies y la relación que existió entre ellas. Incluso si eran sólo parecidas o eran todas variaciones de la misma especie, que éste es un debate que, aunque no se lo crean, alcanza entre los paleontólogos una intensidad semejante a la de una discusión de tertulianos sobre la imputación de la infanta. O sobre los criterios volubles de la Agencia Tributaria cuando establece qué facturas son ciertas y cuáles, falsas. Volubles los criterios y volubles los cargos, porque en Hacienda no para de dimitir gente.
Hoy, el jefe de la inspección, que se llama Luis y se apellida Jones, circunstancia que abre camino a los amigos de las rimas. Jones se va por diferencias con el nuevo responsable de la Agencia, señor Menéndez, nombrado para el cargo por el ministro Montoro después de la espantada de Beatriz Viana tras el formidable fiasco de los inmuebles atribuidos a la infanta -el informe aquel averiado que le enviaron al juez Castro-. Primero salió la directora, luego fue destituida una inspectora de la delegación de grandes contribuyentes que no admitió el recurso de una cementera a la que se había sancionado, después se marchó el jefe de ese departamento, Ucelay, y ahora el que dimite es Jones, el jefe de Inspección.
Está viviendo la Agencia Tributaria, bajo el actual gobierno, días convulsos. Aunque la versión oficial siempre dice que nada de lo que está pasando, ni lo de Viana, ni lo de Ucelay, ni lo de Jones, guarda la más mínima relación con decisiones que toman los superiores y que los cargos intermedios no comparten. Por ejemplo, sobre Cémex o, por ejemplo, sobre los criterios para declarar aceptables facturas de Diego Torres abonadas por Aizoon, el dique que impide que el presunto fraude adquiera la categoría de delito fiscal. Si Diego Torres hubiera sido de UGT, en lugar de guardar todos los papeles, y los mails, para meterle presión a la Zarzuela, hubiera ejecutado el programa de borrar archivos al por mayor. Y si hubiera sido del PP, habría achatarrado los discos duros.
El CIS ha preguntado a los españoles (“nos” ha preguntado) cuáles son el primero, segundo y tercer problema principales de España. Casi todo el mundo menciona como primero el paro, un 11 % dice la corrupción y otro 11 % señala a los políticos y los partidos. Sólo un 7 % de los españoles declara pertenecer a un sindicato; de ellos, casi todos lo hacen para defender sus intereses y lograr objetivos conjuntos; aquellos que pertenecieron pero se acabaron saliendo mencionan como razones para el abandono la inutilidad de lo que hacían o las discrepancias con otros miembros de la organización.
La situación económica del país la seguimos percibiendo como muy mala y peor que hace un año, aunque la situación económica personal está entre regular y buena. De aquí a un año, no pensamos que vaya a cambiar gran cosa.
Obtener el ADN de un homínido de hace 400.000 años no es algo que afecte, de manera directa, a nuestra prima de riesgo, no van a viajar los hombres de negro a Atapuerca a ver qué hacemos, no leen la revista Nature los analistas de Moody’s. Pero Marca España también es esto. Además de hacer trenes a La Meca o vender nuestro aceite de oliva en Nueva York, Marca España es, también, publicar en Nature una aportación científica de primera. Mejor que se hable de nosotros por estas cosas que por haber bajado diez puestos en la clasificación internacional de higiene en la vida pública. La regeneración ética de nuestro país, tantas veces reclamada y eternamente pendiente.