Perdón por no haberle dado a vuestras muertes -violentas, por disparos, a machetazos- la importancia que tienen. Perdón por el desprecio que eso supone a vuestras cuarenta y cinco vidas. Segadas todas, eliminadas, esta semana. No abrimos el programa con ello el día que pasó. Está demasiado lejos el colegio al que íbais, Buni Yadi, en Yobe. No he podido encontrar ni un solo nombre -de ninguno de vosotros- ni en los medios internacionales ni en la prensa nigeriana. Aparecéis en las crónicas como “los niños muertos”, sin más datos, ni vuestros ni de vuestras familias. Pequeños cadáveres cubiertos por sábanas, ordenados en fila, sobre el suelo de tierra junto a la escuela que fue incendiada, asaltada y destruida.
Hay un lugar en el mundo donde los críos, por serlo y por acudir a la escuela, son carne de atentado; un lugar donde el objetivo, el blanco, de las bandas de matones, son los niños que estudian en escuelas no musulmanas. Los queman, los estrangulan, los acuchillan, les disparan. Asesinos de niños. Aniquiladores de estudiantes.
El lugar se llama Nigeria, las regiones del noreste del país, Borno, Yobe, Kano. La banda se hace llamar “Congregación del pueblo comprometido con la difusión del islam”, pero todo el mundo la conoce allí como Boko Haram, que significa “la educación occidental es pecado”. Libran un pulso a muerte con el Estado en el que a veces muere alguno de ellos y en el que casi siempre muere gente que no ha hecho, salvo su vida normal, nada fanática.
La misión que se ha autoimpuesto esta banda es acabar con toda institución o costumbre en Nigeria que no sea islámica. Eso incluye el ataque a comisarías de policía, iglesias cristianas y escuelas públicas. Los llaman “los talibanes africanos”. Llegan los matones armados y en manada. De noche. Prenden fuego a las habitaciones donde duermen los estudiantes y cuando éstos, sobresaltados, tratan de escapar saltando por las ventanas los están esperando para matarlos. Alumnos de once, doce, trece años. Hay críos matando críos, porque entre los Boko Haram también hay adolescentes reclutados, musulmanes-niños-soldado para que participen -matando- de su guerra santa.
Cuarenta y cinco niños muertos en una escuela habría sido la noticia del año si hubiera ocurrido en un país un poco más cercano al nuestro, ¿verdad?, imagina un atentado de esas características en Europa, 25-F lo habríamos llamado de inmediato, las tertulias que habríamos hecho preguntándonos qué grupo terrorista puede sentirse orgulloso de matar a los niños sólo por serlo. Imagina si hubiera ocurrido en los Estados Unidos: en Sandy Hook fueron veinte los críos muertos. No es tema para hacer aritmética, pero 45 son más del doble. Más del doble, pero en Nigeria.
Qué vamos a saber nosotros de Nigeria. Si eso está en África. Y no el norte, Marruecos, Argelia, Túnez-Libia-Egipto, la “primavera árabe” -eso sí nos suena-, no en el sur, donde hizo historia Mandela, o en el cuerno que es Somalia y que nos evoca piratas que secuestran Alakranas y Black Hawks derribados en Mogadiscio, sino en esta otra parte del mapa (centro del continente) donde nos cuesta situar los países y confundimos Ruanda con Uganda, una Guinea con otra, Níger con Nigeria. El país tiene tanto petróleo como corrupción, crimen organizado y violencia religiosa. El norte pobre y musulmán, el sur menos pobre y cristiano.
Y ahora imagina que en lugar de fijarnos sólo en lo que sucedió esta semana hacemos cuenta de lo que lleva ocurriendo desde que comenzó el año. Los menores muertos, entonces, son más de cien. Porque, como ha dicho la ONU -la ONU, esa entidad que se ha especializado en llamamientos que nadie escucha- los asaltos y las matanzas en el norte de Nigeria cada vez abundan más. Tiró el miércoles de plantilla el amigo Ban Ki Moon para expresar la honda preocupación que le causa la actuación, asesinos en serie, de estos Boko Haram.
La novedad de su declaración estuvo, si acaso, en una palabra añadida: creciente. “Creciente frecuencia y creciente brutalidad de los ataques contra las escuelas”. Los asaltos no son nuevos y la muerte violenta de estudiantes tampoco -perdón de nuevo por no haceros ni puñetero caso-, pero esto que los analistas llaman “la tendencia” (lo importante de los números son las tendencias) revela que hay cada vez más críos asesinados y en plazos más cortos. Han perfeccionado el crimen al por mayor, víctimas por decenas en cada golpe, y sienten la impunidad de poder volver a hacerlo, mañana, la próxima semana, sin que nadie, más allá de las aldeas que sufren sus ataques, se conmueva. A razón de ciento y pico al mes, hazte una idea de hasta dónde alcanza este desastre humano. La meta de los Boko Haram no es matarlos a todos; es convencerles, a los no musulmanes, de que se vayan.
A las familias de los asesinados sólo les queda seguir con sus vidas y tratar de salvar a los otros hijos que tienen. Ya no saben si es mejor tenerlos en casa, alejados del colegio público, o ceder a la presión y mandarlos a la madraza más cercana, hacerlos musulmanes y que aprendan el islam por puro cálculo de riesgos, pero cálculo de esperanza de vida. Acudir a la escuela del Estado, educarse “a lo occidental”, es jugar a la ruleta rusa. Como saben, y lloran, los padres de los 45 niños de la escuela de Buni Yadi a los que hicimos bien poco caso -perdón- el día que los mataron.
Pero bueno, es viernes y es carnaval. Finjamos que todo va bien.
· La última fosa común de México la han encontrado en Jalisco. Quince cadáveres más en la lista interminable de la guerra del narco. De noviembre a hoy van sesenta y cuatro cuerpos recuperados de 35 fosas. Víctimas todos de la lucha que mantienen los Caballeros Templarios y el cártel Jalisco Nueva Generación. Veinticinco policías son sospechosos de estar implicados en las matanzas.
· Peter Greste, australiano, periodista, cumple dos meses de encarcelamiento en Egipto. Él y sus compañeros de Al Jazeera, presos por informar de la versión que da la oposición de los planes totalitarios del general Al Sisi en un país de primavera vista y no vista.
· Los homosexuales en Uganda ya pueden ser encarcelados de por vida. La ley anti gays fue aprobada. “Una victoria para la familia tradicional y el futuro de nuestros niños”, dice orgulloso el diputado que la impulsó. Y Museweni, el homófono que ejerce la presidencia del país, anima a sus ciudadanos a denunciar a la policía a todo sospechoso de ser homosexual. Heteros amanerados, en riesgo, también ellos, de presidio.
· Myong Chol fue guardia en cuatro campos de prisioneros en Corea del Norte. Ha contado en Ginebra que hay cien mil presos políticos en su país, que en los campos no se les trata como a perros sino como a moscas: está permitido aplastarles. Los presos trabajan 16 horas diarias y reciben tres veces al día cien gramos de papilla.
· Sigue habiendo una guerra en Siria. Aunque ya no hablemos de ella. Escapando de la guerra hay dos millones y medio de personas registradas por la ONU como refugiados en los países vecinos. Hace cinco años Siria era país de acogida, el segundo en número de desplazados acogidos. Hoy los sirios van camino de convertirse en la mayor población de refugiados del mundo.
· Hay un campo de refugiados palestinos en Damasco en el que miles de personas hacen cola, amontonadas, para recibir los paquetes de alimentos que distribuye Naciones Unidas. Una fotografía de ese campo dio esta semana la vuelta al mundo. Hay más. En la web de la agencia de la ONU. La serie se llama “Una mañana en Yarmuk”. O en palabras del portavoz de la agencia, “una mañana en la desolación humana hecha rutina”.