Los cientos de miles de ciudadanos comunes y corrientes que los constituyen. Decimos PP o PSOE y pensamos en los seis o siete nombres de dirigentes nacionales que nos suenan. Rajoy, Aguirre, Feijoo, Rubalcaba, Susana, Patxi. E igual nos hemos ido olvidando quiénes forman, en realidad, esos partidos. Las casi ochocientas mil personas que forman parte, voluntariamente, del PP, los doscientos cincuenta mil afiliados que tiene el PSOE. Personas que, en su inmensa mayoría, ni tienen cargo, ni viven de la política ni aspiran a subirse a un coche oficial.
Afiliados y simpatizantes que tienen derecho a decir “yo no milito en un partido para medrar y corromperme, sino porque creo en ello”. Ahora que se sataniza la palabra “partido”, más aún si es partido Socialista o es partido Popular, un partido, en esencia, no es otra cosa que una asociación de personas que comparten una cierta forma de entender la sociedad y la política. Con el mismo derecho con que un simpatizante de “Podemos” se enorgullece de haber participado en sus primarias y en la elaboración de su proyecto, un afiliado del PSOE tiene que poder enorgullecerse, y decirlo, de lo que representa su partido.
Un militante del PP tiene que poder decir: “yo no soy Gurtel, no soy machista y no quiero que mi partido tenga que ver con nada de eso”. Tiene que poder y, si quiere que se escuche, tiene que decirlo. Tanto derecho tienen los votantes de “Podemos” a sentirse ofendidos cuando Arriola le llama frikis como los votantes del PSOE o el PP cuando les tachan poco menos que de cómplices de la casta rancia y corrupta. No es sólo que tenga que ser suya la capacidad de decidir cómo funciona la asociación que forman, o de escoger quién la dirige, es que antes incluso de eso, les corresponde a ellos recordarnos a todos quiénes son, por qué están afiliados a un partido y qué significa para ellos. Reivindicar la política en la que creen.
Dicen que la forma más positiva de encarar una crisis es tomársela como una oportunidad. En el PSOE, la urgencia por ahuyentar el fantasma del hundimiento total y buscar relevo a Rubalcaba ha precipitado la pantanada. Hasta ahora se mencionaban los estatutos, los acuerdos de los congresos anteriores, la “cultura del partido” como dique para frenar el llamamiento general a que la militancia se pronuncie.
Pero el dique ha sido arrollado y lo que emerge es una sensación distinta: todo está por escribir, empezando por las nuevas reglas de juego. El PP, en el gobierno de la Nación, con mucho poder institucional y una situación interna a día de hoy más estable, no da señales, todavía, de corrientes internas apreciables. Pero el deseo de promover cambios y modificar procedimientos sí está en el ánimo de algunos grupos de militantes, más en unas provincias que en otras y entre la gente de treinta que entre la de cincuenta.
Al calor de los resultados del domingo y la entrada en escena de un partido nuevo ha sido común escuchar cómo se identifica “novedad” con “cambio” y con “modernidad”. Un partido nuevo lo es porque acaba de surgir, obvio, pero sus planteamientos ideológicos no tengan por qué serlo. Surgen formaciones nuevas en toda Europa constantemente y algunas tienen planteamientos muy antiguos.
A su vez, un partido puede tener muchos años de vida e ir transformando su funcionamiento y sus posiciones a medida que cambia el mundo. Ahora se cita como lo más innovador que puede haber en política participativa el partido asambleario. En realidad, éste ha sido siempre el hecho diferencial (lo asambleario) de Esquerra Republicana de Cataluña, partido fundado en 1931. 83 años de historia. Nuevo, nuevo, no parece que sea este partido. El primer programa político del PSOE se aprobó en asamblea un 20 de julio de 1879. Hace 135 años.
Tener mucha historia detrás no significa que uno no pueda ir cambiando. Lo hacemos las personas y lo hacen las organizaciones. El PSOE de hoy se parece poco, en sus planteamientos y su militancia, a aquel de Pablo Iglesias (el tipógrafo). Esquerra Republicana ni siquiera era indepedentista cuando la fundaron. Durante años ha estado combatiendo el bipartidismo catalán, CiU-PSC, En el 84 era el quinto partido en Cataluña por detrás del PSC, el PP y el PSUC (y CiU, claro). En el 88 casi le empata el CDS. En el 99 tenía un cuarto de los votos del PSC y cinco veces menos que CiU. Y que ahora le disputa a CiU la posición hegemónica en Cataluña. ¿Por qué? Porque los votantes así lo han querido.
Si PP y PSOE tienen, aún, más peso y poder que los demás es, para empezar, porque son organizaciones con muchos más miles de asociados que las otras. Y después, porque consiguen más votos que el resto. El cambio en un partido lo hacen quienes están dentro, porque los asociados son ellos, no los que estamos fuera. Los de fuera podemos opinar, decir lo que nos gusta, lo que no, lo que nos atrae o lo que repudiamos, pero el partido es suyo, no nuestro.
Cuando hay elecciones votamos, damos y quitamos mayorías y se supone que transmitimos un mensaje unívoco que los partidos deben entender. Bien es verdad que el mensaje lo interpreta luego cada uno como cree oportuno, empezando por nosotros mismos. Repasen las lecturas de estos días: el mensaje es que se vaya Rubalcaba, el mensaje es que se vaya la casta, el mensaje es cierren los bancos y declaren ya independiente Cataluña.
El mensaje es que Europa no hay quien la entienda, como dice Hollande, barriendo para casa. Visto desde aquí, el bipartidismo español ha entrado en barrena. Visto desde Francia, o desde Italia, o
desde el Reino Unido, somos un paraíso de bipartidismo estabilísimo. El avance de los medianos en estas elecciones ha sido incuestionable. En comparación, claro, con elecciones inmediatamente anteriores. Porque si ampliamos la perspectiva temporal -o histórica- se relativiza todo. IU, nos lo contaban anoche,está satisfecha (y con razón) porque pasa de dos a seis escaños. Un triunfo. Aunque llegó a tener 9 diputados en Estrasburgo. Tiene 11 en el Congreso tras su buen resultado de generales en 2011. De esto ya nos acordamos menos, pero el PCE sumó 24 escaños en ese mismo Parlamento, 24. UPyD, tras su crecimiento hace tres años, cuenta con cinco diputados. El CDS llegó a tener 19.
En el Congreso español siempre ha habido diez o doce partidos distintos representados. El gran salto de PP y PSOE se dio por la absorción de otras formaciones de su espectro ideológico más próximo. Aumentaron peso electoral ampliando ámbito ideológico. Y si han venido siendo, desde entonces, las dos formaciones con más escaños es por la misma razón que las demás aún no lo han conseguido ser. Porque los votantes así lo han querido.
Un partido político es lo que quienes lo forman desean que sea. Salvo que aspiren a que todo quede en Juego de tronos, o en House of cards, si hay partitocracia, como dice Aguirre, si los aparatos han atado de manos a eso que llaman “las bases”, si hablan y hablan de combatir la corrupción pero no lo hacen, si tienen caja B o si han confundido el instrumento para cambiar la sociedad con un fin en sí mismo, son ellas, las bases, quienes tienen en su mano cambiarlo y limpiarlo. Es la hora.