La noticia completa debería decir: Francisco ha comido con Cristina y ambos han sobrevivido. Tranquilidad. Pese a la mala opinión que papa y presidenta tienen el uno de la otra y la otra del uno, han llegado a los postres sin que se escucharan alaridos en el palacio apostólico. El almuerzo no ha sido televisado pero el encuentro previo sí, y todo fue amabilidad, sonrisas y comentarios intrascendentes. Cristina toda de oscuro, para evidenciar el contraste con el papa de blanco, y encantada de ser besada por un papa. Porque este papa besa presidentas, esto también es nuevo. El diario Clarín, que a pesar de Cristina aún existe, tituló así la información: “Francisco recibió a Cristina, que le regaló un mate”, porque la presidenta le llevó como obsequio este recipiente que sirve para tomar la infusión del mismo nombre. El regalo es repetido, presidenta: una periodista argentina le regaló lo mismo este sábado.
De las imágenes que ha difundido las televisiones argentinas sólo cabe hacer una lectura: la presidenta estaba más pendiente de las cámaras y los reporteros que del papa que tenía a su vera. Total, debajo de la sotana blanca sigue estando Bergoglio, el cardenal que le tocó las narices siempre que pudo. La señora presidenta ha empezado por desatender la única petición que hasta ahora había hecho. ¿Se acuerdan que pidió el papa a sus compatriotas que en lugar de viajar a Roma emplearan ese dinero en hacer caridad? Pues Cristina, siempre receptiva, incrementó (nada más saberlo) el número de integrantes de su delegación viajera a ¡140 personas! Media plaza de San Pedro sólo para ellos. Un día es un día, se dijeron los interesados, y para allá se han ido ministros, diputados, jueces y alcaldes. A la misa de entronización de mañana, a la que acude medio mundo (excepto el presidente chipriota, que está desbordado por lo suyo) dispuesto a escuchar la palabra del pontífice argentino. Después de todo, la palabra más repetida del día en Europa también es argentina. A lo que en España llamamos el parque del bebé (esa jaulita en la que se le pone para tener la seguridad de que de allí no sale) en la Argentina le llaman el corralito. Y por eso un periodista económico de aquel país en 2001 bautizó la restricción al dinero que uno podía retirar de los bancos (da igual lo que tengas, sólo podrás sacar la cantidad que determine el gobierno), justamente así, el corralito. Esto que ahora se está intentando aprobar en Chipre (y que aún no ha sido respaldado, ojo, por el Parlamento, no está claro cómo va a terminar esta historia) no es exactamente lo mismo que la Argentina de 2001 aunque, en parte, sus efectos iniciales sean parecidos.
En Chipre no se impone a los clientes de los bancos (extranjeros incluidos) un tope al que dinero que pueden retirar, pero sí se les bloquea un porcentaje de sus ahorros para destinarlo al pago del préstamo que Europa concede. El que tenga diez mil euros en el banco pasa a disponer, en la práctica, de nueve mil cuatrocientos. Los medios lo estamos llamando “corralito”, pero en rigor es un impuesto a los depósitos bancarios. Dicho así igual les suena a algo más cercano a nosotros: impuesto a los depósitos bancarios. ¿No es eso lo que querían cobrar el gobierno canario, el extremeño, el catalán, el andaluz? Sí pero no. Estos gobiernos autonómicos lo que explicaban es que su impuesto era por los depósitos, sí, pero a los bancos. Se trataba de cobrarles a ellos una parte del dinero que tienen en depósito. El riesgo, claro, es que los bancos trasladen ese coste al cliente en forma de comisiones, en cuyo caso acabaríamos teniendo un impuesto al depositante pero camuflado como impuesto al banco. En Chipre se pretende hacer sin disimulo, directo al ahorrador, de ahí que haya tenido fortuna la frase “el primer corralito en Europa”, con el temblor de piernas que provoca a los clientes de todos los bancos de países en apuros, incluido el nuestro. Efecto pavor entre los depositantes y, por extensión, entre los bancos. Tiembla de nuevo el sistema financiero y se echa al monte la prima de riesgo. Pregunta que se hace todo el mundo: si el efecto pavor es tan evidente (y si hoy mismo ha tenido que reformular la Union Europea su propuesta), ¿por qué la zona euro lo aprueba, qué interés tiene en alimentar el miedo al corralito en otros países sureños? Interés, en principio, ninguno. Otra cosa es que haya incompetencia en el diseño de soluciones, que eso en Europa más que novedad sería costumbre. Pero la explicación que dan los jefes de gobierno europeos es la siguiente: esto de los rescates consiste, al final, en prestarle dinero (nuestro dinero) a los países que no pueden financiarse por sí mismos, ¿verdad?, es decir, que somos los países rescatadores los que asumimos el riesgo de no recuperar lo que prestamos. Luego exijamos garantías para aminorar el riesgo de impago. Cuando se planteó el primer rescate en Europa, el de Grecia, se abrió un debate sobre cómo afrontar la deuda que acumulaba ese país con los inversores que habían comprado su deuda pública los años anteriores. Y se decidió, se acuerdan, que hubiera quita, es decir, que empezaran por palmar dinero aquellos que se habían fiado de Grecia y habían comprado su deuda pública. Oye, cuando compras un bono sabes a qué te expones: los Estados tienen calidad crediticia máxima, casi siempre pagan, pero...puede pasar que quiebren y no te paguen. Se dijo: lo razonable es que pierdan dinero los que compraron bonos, también llamados bonistas. Pero qué pasó entonces. Que los inversores interpretaron que los bonos de los países europeos (sobre todo de Portugal, de Italia, de España) ya no eran tan seguros como parecían. Si había habido quita en Grecia, quién les decía que no volvería a pasar en otro país. Y estalló entonces una crisis de la deuda pública brutal que dimos en llamar crisis del euro y que disparó, por ejemplo, el coste de financiación de España (y la prima de riesgo) dejando a Zapatero a expensas de las exigencias que le fuera imponiendo Bruselas. Como, por otra parte, seguimos. Visto lo visto, los gobiernos de la zona euro se conjuraron para devolver la confianza a esos inversores prometiéndoles que una y no más, no habría más quitas a los bonistas; en caso de otros rescates, los tenedores de deuda pública estarían asegurados, ya se vería de dónde se sacaba el dinero para pagarles. Desde entonces, cada vez que Europa ha tenido que sacar del pozo a un país con problemas de financiación ha elaborado un pliego de condiciones que (siempre se dice) está adaptado a las circunstancias específicas de ese país.
Ya saben: Portugal no es Irlanda, Irlanda no es Grecia, España no es Portugal. A cada gobierno se le imponen condiciones que en teoría se derivan del grado de confianza que tienen los demás gobiernos de que el rescatado cumpla. El rescate a la banca española tiene exigencias distintas al rescate de todo Portugal, es cierto, pero al final siempre se busca asegurar que ese estado va a tener dinero para ir pagando el crédito. Hasta ahora lo habitual es que nos subieran todo tipo de impuestos (bien lo sabe Rajoy, lo que ha sufrido él obligándonos a darle cada vez más dinero a Montoro): suben IRPF, suben IVA, suben impuestos indirectos y se inventan tasas por cualquier concepto. ¿Objetivo? Que una parte del dinero que hasta ahora manejabas tú se lo quede el estado para afrontar sus gastos, tanto los servicios públicos como los intereses por el dinero que nos han prestado. Lo nuevo en Chipre (por las circunstancias específicas de ese país, se dice) es que una parte del dinero que necesitan los bancos va a salir de los propios clientes a través de un impuesto que grava el dinero que tienen ahorrado. Y este impuesto, a diferencia de los otros, sí que tiene (a decir de los economistas) efecto contagio. Efecto contagio para el sistema financiero, que hasta ahora te aseguraba que tu dinero, hasta cien mil euros, era intocable y ahora ya no está en condiciones de asegurártelo. El miedo viaja deprisa y, por si acaso, los bancos en Chipre no abrirán sus puertas mañana. El Parlamento aún no ha votado la medida y la única forma de bloquear capital es hacer imposible su retirada.