En 24 horas será retirada la guardia suiza de Castelgandolfo, la residencia a la que mañana se traslada Ratzinger dejando atrás la que ha sido su habitación, en este edificio en el que hoy estamos, los últimos ocho años. Como todo es nuevo en el protocolo de la renuncia, como es el Papa saliente el que ha ido decidiendo cuáles son las reglas, cuáles las formas, no hay ni grandes solemnidades ni homenajes a mayor gloria de sí mismo.
La despedida de Ratzinger es como su papado, de perfil bajo. Hubo decenas de miles de personas este mediodía puertas afuera de este recinto, inundando la inmensa plaza adoquinada. Ciento cincuenta mil personas, dicen los convocantes. Pero habría cabido más gente, bastante más, porque aún quedaba mucho hueco en la plaza y en la avenida de la Conciliación que lleva, o trae, de San Pedro al castillo de Sant’Angelo. Es posible que en la tradición de la Iglesia católica la muerte y el entierro de un Papa movilice a los fieles en su deseo de venir a rendir homenaje al difunto que una renuncia del Papa en vida de la que no existen precedentes recientes. O es posible que Ratzinger, aquel cardenal como fama de inquisidor irreductible, no haya alcanzado a conectar, como Papa, con los fieles que inundaron esta ciudad a la muerte de Juan Pablo II.
Cualquier comparación con Wojtila -en tirón popular, en carisma, en capacidad para emocionar a su auditorio- es un flaco favor a este Ratzinger introvertido, tímido, más dado a la teología que a los fenómenos de masas, cuyo nombre sólo superará el paso del tiempo (y es probable que acabe superando, en la memoria de la Iglesia católica, al propio Wojtila) precisamente por su decisión de abandonar mañana.
En su último discurso largo como Papa, antes de subirse mañana al helicóptero que se lo llevará de aquí -imagen símbolo del abandono- ha dicho Ratzinger que aunque deje el puesto, él sigue en esto. Que no abandona ni Iglesia ni su dedicación a la Iglesia. No abandono la cruz. Podría haber dicho “no me bajo de la cruz”. Una respuesta, una réplica, al cardenal Dziwisz, el que fue secretario personal de Woyjtila, que criticó la renuncia de Ratzinger con aquella frase demoledora: “de la cruz, uno no se baja”.
El Papa anterior era de una manera, el Papa actual es de otra, el próximo no se sabe aún cómo será. Ha habido “momentos difíciles de aguas agitadas”, dijo hoy, “momentos de viento contrario en que el Señor parecía dormir”. O sea, y empezando por lo último, Vatileaks. Y antes de Vatileaks, y sobre todo, los diversos escándalos de pederastia en la Iglesia de diversos países. Que en su despedida haya agradecido el Papa expresamente la lealtad de Tarsicio Bertone habrá descolado a quienes siguen manteniendo que ha sido el torpedeo de Bertone, y su empeño en aislar cada vez más a Ratzinger, lo que terminó de decidir al Pontífice para quitarse el anillo y retirarse al monte.
A diferencia de lo que ocurre en la política de partidos, en la política vaticana los desaires, las conjuras y las traiciones se conocen, o se confirman, muy a posteriori. Pero algo sí va quedando claro de las intervenciones que estos días está teniendo el Papa: su empeño está en reflexionar en público sobre el poder, el poder y el riesgo de ansiarlo a cualquier precio cuando no se tiene y aferrarse a él (o ejercerlo en beneficio propio) cuando se alcanza. La concepción del poder como servicio a los demás suena creíble en boca de un Papa que renuncia.
Las campanas de despedida que sonarán mañana en todas las parroquias de Roma y mezclarán su sonido con el de esta otra campana que, en palabras de Pierluigi Bersani (que no es cardenal, sino Papa de la izquierda italiana) ha sonado para Europa. ¿Qué campana, oiga? La del rechazo a la política tradicional por la identificación que hacen los votantes de esa política con una doctrina económica determinada, la europea del recorte y el empobrecimiento de las familias. Esta es la campana a la que debe atender Europa, dice el candidato abatido. Que, por supuesto, hace una interpretación del resultado es interesada: atribuir su flojera electoral a la política económica de Europaes quitarse él mismo responsabilidades para apuntárselas a otro.
La hipótesis de un pacto parlamentario de la izquierda con los outsiders de Beppe Grillo nunca tuvo mucho predicamento, pero aún tiene menos después de que esta mañana dijera Grillo que Bersani es un muerto que habla y que debería pensar en quitarse de medio, visto el éxito. Claro que la frase más comentada hoy en la política de este país es la que ha pronunciado el líder de la socialdemocracia alemana, Streinbrueck, aspirante al cargo de canciller que hoy desempeña Merkel. Horas antes de reunirse con el presidente de la república italiana, que está de visita en Alemania, lo que ha dicho Streinbrueck es que su resumen de las elecciones italianas es éste: han ganado dos payasos (en referencia a Grillo y Berlusconi). Enterado de la sobrada, el presidente Napolitano se ha excusato y ha levantado la reunión porque, aunque él no sea ni de Berlusconi ni de Grillo se ha sentido ofendido. Una cosa es que a los dos histriones se los considere así en Italia, y por los italianos, y otra cosa es que sea un alemán el que lo diga. Una cosa es que sean los italianos los que admitan la ingobernabilidad a la que parecen abonados y otra que sea un español, primer ministro, el que venga a presumir de su imbatible mayoría absoluta como hecho diferencial -en contraste con los gobiernos de aquí- del gobierno de España.
Hoy Rajoy se lamentó en el Congreso de las dificultades que vuelve a sufrir la deuda pública española por el efecto arrastre de la incertidumbre italiana. Eso le preocupa a Rajoy, visto lo visto, bastante más que la demanda por despido improcedente que le ha presentado Luis Bárcenas, el innombrable. Calla el presidente sobre este asunto, calla como si fuera Chacón en su labor parlamentaria. Chacón, que en las entrevistas de radio y de televisión comenta la actualidad y da lecciones a la Corona. Pero en el Congreso, que es donde se hace la política en nombre de los ciudadanos, no se la siente, en el Parlamento sus intervenciones brillan casi siempre (o siempre si del derecho a decidir se trata) por su ausencia calculada.
Estamos ante una diputada que presenta como meritorio quedarse en el escaño sin votar ni a favor ni en contra de una resolución que reclama referéndum de autodeterminación en Cataluña. Ni a favor ni en contra, ¿qué es? ¿Qué significa que una diputada catalana no quiera tomar postura, no exprese criterio, sobre una cuestión que afecta directísimamente a los ciudadanos en cuyo nombre habla (porque son ellos quienes la han hecho diputada para que tome postura sobre las cosas que se debatan). La historia reciente de la diputada Chacón es la historia del uso y abuso del silencio como táctica política. Sobre el derecho a decidir, no se moja. Sobre el estado de la nación, tampoco dijo nada. Sus partidarios dicen: ah, maneja sus tiempos, ahora no toca decir nada. Oiga, que no es panadera, ni empleada de una mercería, no es una física teórica o una monja de clausura, es diputada. Su tarea es expresar criterio en nombre de quienes la han elegido. Pero Chacón está en su cálculo de siempre, su único cálculo, que es su propio horizonte, sus propias ambiciones y sus propias estrategias.