EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Artur Mas, Churchill y el independentismo de termostato

Les voy a decir una cosa.

Llegará el día, dentro de cinco o de diez años -según le vaya y cuánto aguante como gobernante- en queArtur Mas, a la manera de Aznar, de Zapatero, de Bono, de Pedro Solbes, publique también sus memorias de estos años intensos para hacerse justicia a sí mismo y revelar documentos exclusivos.

ondacero.es

Madrid | 02.12.2013 20:51

Llegará el día y las escribirá en inglés, como hacen los líderes internacionales. Hasta entonces, dejará que sean otros quienes escriban libros sobre él bendecidos por él, retratos favorables a cargo de pintores de cámara. El libro más reciente sobre Artur Mas tiene un título que avisa ya de su rabioso enfoque crítico: “El hombre, el político, el pensador”. El subtítulo podría haber sido “el padre, el compañero, el yerno ideal, el amigo de los niños”.

El avance del contenido, que se ha difundido hoy, cuenta que la autora, Teresa Bous, ha escogido el formato entrevista, que es un formato cómodo para escribir un libro (bien es verdad que asumes el riesgo de que la entrevista se haga interminable: son 250 folios de un señor hablando de sí mismo). De lo que ha avanzado la editorial, lo más novedoso es que Mas explica que, siendo un niño (porque él también fue niño) le cayó una paella con aceite hirviendo en la cabeza. Duele sólo de pensarlo, criatura. Y lo menos, que sabe que está pagando un precio por su proyecto soberanista, pero que es un “sacrificio personal” que debe haceren favordel interés colectivo.Es decir, nada que no digan todos los gobernantes: antepongo los intereses de la nación a los míos propios, pago el precio de resultarle impopular a muchos, lo que más echo de menos es poder tener tiempo para mí mismo, etcétera.

Los clásicos del discurso “no pienso en mí sino en ti” que hemos escuchado en boca de Zapatero cuando congeló las pensiones o de Rajoy el día que nos subió a todos los impuestos. La frase que pronuncia en el libro Artur Mas, “han intentado hundirme y seguirán intentándolo” bien podría hacerla suya estos días Cándido Méndez, por ejemplo. De hecho, también es suya. Para tranquilidad de los arturistas, subrayemos que el president es un ser humano que, como tal, tiene dudas y tentaciones: en alguna ocasión ha tenido la tentación de dejar la política -lo cuenta él- pero, lo siento Durán, sólo le duró un par de segundos. Fue vista y no vista la tentación. ¿Y si dejo la política? Pausa reflexiva. No, quita, quita, si abandono no tendré un lugar glorioso en la historia.

El president aspira a ese lugar. Se percibe, sobre todo, en la respuesta que da cuando se le pregunta por los referentes de su pensamiento político. ¿Quiénes son aquellos que le inspiran? Dices: serán Pujol, Rafael Casanova, el archiduque Carlos y Pilar Rahola. Pues no. El president puja más alto porque está en plena etapa de promoción internacional. Por eso cita, como referente político, a Churchill y a Juan XXIII, un político conservador y un papa políticamente correcto. Esto de mencionar a Churchill revela el afán por verse uno mismo como líder histórico, el guía que -sangre y sudor mediante- conduce a su pueblo a la victoria, el orador de verbo estimulante que inyecta emoción y confianza a su nación atacada. O sea, el Churchill bélico, que es el que les entusiasma a todos los dirigentes que sueñan con tener entrada propia en la enciclopedia británica: se ven a sí mismos subidos a la azotea, desafiando bombarderos alemanes. Que Churchill sea referencia de pensamiento político para Artur Mas chirriaría menos si éste no fuera independentista y si no citara también, entre Churchill y Juan XXIII, a Mahatma Gandhi.

Winston Churchill, como se sabe, era un señor conservador, victoriano y elitista, que amaba el imperio británico por encima de todas las cosas, despreciaba a los indios de la India y combatía con vehemencia los movimientos independentistas. Si de Churchill hubiera dependido, la India no habría sido independiente nunca. Es también conocido el comentario que hizo el líder conservador cuando el virrey de la India invitó a Gandhi a reunirse con él en palacio. “Me produce alarma -dijo- y me produce náuseas ver a este señor Gandhi, abogado sedicioso, haciéndose pasar por un faquir medio desnudo y subiendo a zancadas los escalones del palacio del virrey Irwin para conversar de igual a igual, mientras organiza y dirige una campaña de desobediencia a la ley del imperio británico”. En su opinión, el mero hecho de considerar interlocutor legítimo a Gandhi era un disparate en el que sólo podía incurrir alguien tan blando como el virrey Irwin. ¿Dialogar con quien pretende romper el imperio? ¡Ni en sueños!, decía Churchill, sería una rendición, te verían como un estado débil y temeroso, ¡con el traidor no se dialoga, se le encarcela y punto!

Ésta era, en esencia, la visión que tenía el referente político de Artur Mas de los procesos independentistas. Más parecida a la de Aznar que a la de Oriol Junqueras. Dices: hombre, es el Churchill de los años treinta, político de su tiempo, hombre de su época. Lo que quieras, pero sólo hay ése. No hay más Churchill, en lo que al soberanismo de la India se refiere, que el que defendía encarcelar, por sedicioso, a Artur Mas, digo a Mahatma Gandhi. Citar a los dos como referentes políticos, en boca de un independentista, es una pirueta digna de Alex Salmond, el ministro principal de Escocia; que, aunque Artur Mas se resista a reconocerlo porque tiene más caché evocar a Gandhi y al papa Juan, el verdadero referente cuyos pasos, estrategias y argumentos (incluyendo la mención a Gandhi) está copiando el líder de Convergencia.

Lo que para el viejo Pujol fue Quebec, para su hereu lo está siendo Escocia, el camino que ha trazado Alex Salmond. Ambos, el escocés y Mas, han chocado con el mismo obstáculo: la advertencia de la Unión europea de que un territorio escindido queda, automáticamente, fuera. Los dos han tratado de persuadir a su opinión pública de que una cosa es el papel, lo que se dice en él, y otra lo que acabará pasando. Pero los dos han sido bastante incapaces de conseguir que la sociedad les compre esa mercancía. Salmond pactó con el gobierno británico la consulta. Artur Mas se decidió temprano por la ruptura.

Aunque juegue, también en este libro de hoy, a presentar como único escenario apetecible la independencia a la vez que ve con buenos ojos una simple autonomía financiera y fiscal con soberanía cultural y lingüística, o sea, un independentismo de termostato, regulable según lo que convenga al propio Mas (ahora frío, ahora calor)en cada etapa del camino. No cabe extrañarse de que en Esquerra sigan viendo a Mas como un recién llegado con menos convicción que discurso. Un independentista de ocasión. Un Gandhi que no es Gandhi sino Ben Kingsley. O sea, un actor. Británico