Tras el día horríbilis que las acciones de Bankia encajaron ayer en bolsa, hoy llegó la gloria bendita para aquellos que compraran barato y hayan podido vender a los precios de esta mañana. Tras la caída pronunciada, el subidón subidón, los títulos de Bankia se revalorizaron hasta un 30 por 100, recuperando buena parte de lo perdido desde que Rato cogió la puerta. ¿Significa esto que de repente se han arreglado todos sus problemas? No parece.
Sería todo muy absurdo si significara eso. Lo que sí significa es que ayer no era el fin del mundo y que el proceso por el que está pasando la entidad produce lo que los técnicos llaman “extrema volatilidad”, o sea, que lo mismo baja mucho que sube muchísimo, que aún no se ha estabilizado el precio porque quedan varios pasos aún por dar: la presentación del plan de saneamiento y de las cuentas revisadas tras los peros que expresó la auditora. Seguramente hay muchos potenciales inversores a la espera de ir conociendo la nueva hoja de ruta para el banco y el papel que va a desempeñar quien ahora lo controla, que es el Estado. Y significa también (y esto es lo que más aprecia la dirección de Bankia) que el factor miedo parece que ha conseguido enfriarse y, con un poco de suerte, hasta desactivarse.
Roosevelt dijo aquello de que uno sólo debía temer al temor mismo, que en su versión “Juego de Tronos” es lo que Stark le responde a su hijo Bran cuando éste le pregunta si un hombre puede ser valiente cuando tiene miedo. “Es el único momento en que puede ser valiente”, le responde. Goirigolzarri ha animado a los empleados del banco que preside a que sigan haciendo su trabajo y, si está en su mano, que inviertan en la entidad porque su futuro está asegurado. Ayer los medios hablamos mucho de los clientes y los accionistas y tal vez nos acordamos poco de los trabajadores de la compañía, que también están pasando horas muy difíciles.
Conjurar el miedo es esencial en circunstancias económicas como las que Europa está viviendo estos días. Los dirigentes europeos, salvo que estén en Marte, deben de ser conscientes de la zozobra que se respira ante fenómenos como el auge de los partidos extremistas en algunos países, la sucesión interminable de indicadores económicos adversos o las dudas sobre el efecto que tendría la salida de Grecia de la moneda única. En campaña ya hacia la próxima cita electoral de mediados de junio, el líder de la izquierda radical griega (y favorito en los sondeos), Alexis Tsipras, merece la primera del Wall Street Journal con este título: “Mensaje desafiante desde Grecia: si Europa corta el desembolso del dinero prometido, Grecia dejará de pagar sus deudas”. En el New York Times prefieren este otro enfoque: los discursos que se hacen en Europa destinados al electorado griego influyen poco; los griegos piensan que ya poco tienen que perder, de manera que ya no tiene el mismo efecto que antes el temor a quedarse fuera del euro. “Nada que perder, ¿por qué vamos a tener miedo?”, dice una señora entrevistada en la plaza Syntagma. Dirigentes políticos y ciuadadanos corrientes entrevistados por el diario coinciden en resumir de qué se tratan las próximas elecciones: con Europa o sin Europa, pero sugieren a Bruselas y a Alemania que se ahorren los mensajes apocalípticos según los cuales los griegos se suicidarían si votan a los partidos contrarios a cumplir con el ajuste, porque la reacción a esos mensajes puede ser la contraria de la que se busca: la gente se enfada, dicen, cuando tiene la impresión de que intentan asustarles para imponerles un criterio.
El miércoles que viene, la Unión Europea celebra cumbre de jefes de Estado y de Gobierno: ésta es la reunión que anunció Van Rompuy cuando, ante la previsión de que Hollande ganara en Francia, empezó a ponerse de moda hablar de la “agenda de crecimiento”. Será la cuarta vez que Merkel y Hollande tengan ocasión de comentar cómo va lo de Grecia y cómo va lo de Italia y lo de España. La primera vez fue en Berlín esta semana. La segunda, en Camp David mañana, donde hay cumbre del G-8. La tercera, el Chicago al día siguiente, cumbre de la OTAN. Y la cuarta, en Bruselas. Si el francés y la alemana quieren, de verdad, estrechar relaciones, van a tener ocasiones de sobra para hacerse íntimos.
Rajoy no aspira a tanto pero intentará jugar también sus bazas. Meter la cabeza en las reuniones de líderes que se produzcan en Chicago, si es que Monti, el italiano aguililla, le deja hueco. A Camp David no está invitado el presidente español porque del G-8 aún no somos (soñar es gratis, igual algún día, como decían Aznar y Zapatero), pero a Chicago sí que va. A lo de la OTAN. Que es verdad que ahí es más difícil hacerse ver, porque son veintiocho los gobiernos asistentes, pero que de eso se trata, de moverse con habilidad en las altas esferas internacionales (aunque Rajoy en esto esté aún inédito) y de aprovechar el viaje para colocarle a Hollande y a Merkel este mensaje que España repite sin que nadie, ahí fuera, nos haga caso: estabilidad de la deuda pública, actuación ya del Banco Central para que a la prima de riesgo se le pase de una vez el sofoco. Porque la prima sigue ahí, por encima de los 480 puntos pese al pacto autonómico de ayer, aunque entre bankias y facebooks hoy nadie se haya fijado en ella. Sigue en lo alto la prima y no ayuda a desinflarla el punto muerto en el que ha entrado la política griega hasta que se conozca el desenlace electoral y el cumplimiento, o no, de los compromisos adquiridos con la troika. Es decir, si los griegos, a diferencia de los Lannister, no siempre pagan sus deudas.