Hubo un tiempo en que Artur Mas, licenciado en empresariales que desempeña cargos públicos desde hace veinticinco años (tiene 56), se miraba al espejo y sólo le preocupaba verse tan guapo y con pinta de tan primero de la clase, según relato que hizo él mismo, porque pensaba que ese aspecto de figurín aventajado suponía un hándicap para su promoción política. Y la promoción política fue algo que a Artur Massiempre ambicionó. Él nunca fue el primero de la clase (eso también lo tiene dicho) pero sí estuvo años preparándose para ser lo que consiguió ser (tras el gatillazo aquel de 2003) hace ahora dos años, en 2010, presidente de la Generalitat de Cataluña. Frente al fiasco que resultó ser el tripartito de Montilla, Artur Maspresentó un programa para toda la legislatura con tres objetivos que él mismo se marcó: 1. Reducir el paro. 2. Mejorar el rendimiento escolar. 3. Lograr el pacto fiscal que elevara los recursos que el gobierno autonómico gestiona.
Dos años después, sin haber alcanzado ninguno de esos tres objetivos, el presidente Masda por amortizada la legislatura (semi legislatura) tratando, con cierta habilidad, de convertir la decepción en aliento, el desengaño en entusiasmo por un destino nuevo. “Os prometí aquello que no os he dado, de manera que ahora os lo he vuelto a prometer, con otro nombre y bajo otro eslogan”. Es una táctica bastante burda, cierto, pero eso no significa que haya de ser mala. Si el éxito de una maniobra se mide por sus efectos, habrá que admitir que el presidente Masha conseguido reconvertir el debate sobre las promesas incumplidas y los objetivos inalcanzados en una nueva entrega del veteranísimo debate español sobre quiénes somos y cómo debemos organizarnos, hasta el punto de que él se presenta ahora como un presidente cuya presidencia, en realidad, no ha podido aún comenzar porque desde Madrid no le han dejado. Hace dos años, en aquella campaña electoral en la que Artur Mas consolidó su ventaja y enterró a Montilla, le preguntaron en una entrevista qué línea separa el espíritu de servicio público que los dirigentes políticos se atribuyen, de la ambición personal que casi siempre niegan. Su respuesta, sincera, adquiere más sentido que nunca en estos días: “Cualquier proyecto político tiene un componente de ambición personal y quien diga lo contrario miente. Y no sólo ambición, también hay un componente de vanidad”.
A la táctica que ha elegido el presidente Maspara intentar reforzar su posición, su cargo, frente al creciente malestar de los damnificados por sus medidas de ajuste y los decepcionados por la falta de avances independentistas, se ha añadido este componente personal que él mismo confesó entonces: la vanidad. La aspiración, que algunos en su entorno alimentan a diario, de pasar a la Historia como el Moisés que hizo posible aquello que parecía inalcanzable: separar las aguas del mar Rojo. Hubo un tiempo en que Masse miraba al espejo y sólo veía a un tipo del que decían que era guapo y con pinta de primero de la clase (aunque no lo fuera); ahora, cuando se mira al espejo, se ve guapo, se ve primero de la clase y se ve Charlton Heston. Con la túnica roja y las tablas de la ley. Señalando al pueblo el camino hacia la tierra prometida. Reclama el apoyo de los votantes para dotarse de legitimidad y abrir un proceso de autodeterminación que concluya, aunque no lo ha dicho expresamente, en la declaración de independencia. “El nuevo Parlamento que salga de las urnas tendrá la misión más compleja en trescientos años”, ha dicho, en referencia a la guerra de sucesión que los nacionalistas invocan como antecedente de sus aspiraciones nacionales. Para añadir después que, una vez que el proceso de autodeterminación termine, no volverá a presentarse a las elecciones. No ha explicado por qué. Dice que es una decisión personal en clave de país. En realidad es una forma de identificar el proceso, la soberanía nacional, con la persona, Artur Mas, que se presenta a las elecciones. La solemnidad que quiso aportar a su discurso de esta tarde, las frases sonoras que más que titular de prensa confía en que sean grabadas alguna vez en mármol, la presencia de Pujol en la tribuna de invitados, revelan que desea empezar ya a comportarse como jefe de Estado, de un Estado que aún no existe, pero que él promete alumbrar. Porque en una Cataluña independiente seguiría habiendo elecciones y candidatos, se entiende, pero si uno es Moisés, no anda rebajándose luego a competir con profetas de segunda fila. Si acaso a lo que aspiraría Artur Mas es a ser coronado rey. Envuelto en la bandera, el Rey Arturo.
El Rey que todavía hay, que es don Juan Carlos, ha tenido ocasión de saludar al aspirante en un acto organizado por el conde de Godó a esta hora en Barcelona. No consta que el Rey haya felicitado a Artur Maspor su discurso. Tampoco que éste le haya contado su versión de la guerra de Sucesión ni que el monarca le haya repetido su tesis sobre los galgos, los podencos, las disensiones y las quimeras. En las distancias cortas es donde amainan las mareas.