Ana Botella Serrano, enero de 2003, septiembre de 2014. Las fechas de su nacimiento y su extinción política. “Vengo a la política para dedicarme a los ciudadanos”, dijo un nueve de enero. “Doy por cerrada una etapa de mi vida”, ha dicho esta tarde de once años y medio después, sugiriendo, así, que el final de su mandato como alcaldesa significará el final de su carrera política. La recolocación en algún otro puesto no está hoy ni en los planes de Rajoy ni en los suyos.
La señora Botella empezó a recorrer este camino que hoy termina entre el día de Difuntos y la virgen de la Almudena de 2002, poco después de que Alberto Ruiz Gallardón, entonces presidente de la comunidad de Madrid, recibiera de Aznar la encomienda de disputar no las autonómicas sino las municipales. “Sólo Alberto nos asegura la alcaldía”, decían entonces en Génova, con las encuestas de intención de voto sobre la mesa. “Alberto” era, por entonces, el dirigente del PP con mejor cartel entre los votantes que no eran del PP, el centrista bien visto por la izquierda (lo que son las cosas, el verso suelto). Él aceptó la misión de amarrar Madrid -firmó así su reconciliación con Aznar- y embarcó en la misión a la esposa del presidente. “Ana, gracias por lo que tú sabes”, dijo enigmáticamente Gallardón dos días antes de que ella misma confirmara su salto de la política de trastienda (en Moncloa) al candelero de la política. Llegó porque ella, Gallardón y Aznar así lo quisieron y se va porque Rajoy no ha querido que siga. Habiendo llegado esta semana a la conclusión última de que la dirección de su partido la ve incapaz de dar la batalla por mantener el gobierno en Madrid, habiendo escuchado a Rajoy pedir a otros alcaldes en ejercicio que repitan excluyéndola a ella expresamente de esa petición, habiendo comprobado que carece de apoyos suficientes como para intentar la permanencia (sólo con Gallardón ya no basta), Ana Botella hizo pública esta tarde su rendición. “No seré candidata en las próximas municipales”, dijo, que era su forma de decir “no intentaré que la dirección de mi partido confíe en mí como candidata”. A estas alturas le sobran indicios de que Rajoy tiene en mente a otra persona como cabeza de cartel en Madrid. Y que, aunque los sondeos que viene haciendo el PP prueban que cualquier candidato (o candidata) lo tiene crudo para ganar por mayoría absoluta, es la candidatura de Botella la que peores resultados obtiene. Con este paso confío en que el PP pueda seguir gobernando en Madrid, ha venido a decir la alcaldesa, asumiendo su condición de obstáculo.
En la Moncloa, a media tarde, se escuchó un hondo suspiro. “Ya está”, debió decirse a sí mismo Rajoy, “un problema menos”. Que, en realidad, es el mismo problema pero en una fase nueva: el problema de plantear a los vecinos de Madrid un nombre que permita a los populares remontar la caída constante que vienen encajando en las encuestas. El castizo deporte del quinieleo ya anda disparado: hay un nombre que está, como el perejil, en todas las salsas, Aguirre (cuyo currículum presenta dos pasajes que juegan en su contra: la fuga motorizada, en fase de investigación judicial, y la pésima relación con Rajoy, líder que viene demostrando que, tacita a tacita, no deja vivo a uno solo de sus antiguos adversarios internos). El otro nombre es también de mujer, Cristina Cifuentes, delegada del gobierno en Madrid que nunca ha disimulado en exceso sus aspiraciones. No es mucho más amplio el banquillo de posibles aspirantes, salvo que Rajoy se saque de la manga una de sus cartas sorpresa (de ésas que suelen dar mal resultado, como Moreno Bonilla, como ManuelPizarro, qué pasará con Alberto Fabra)o embarque en la aventura madrileña –en una pirueta arriesgada—a Sáenz de Santamaría. Por parte del PP, es una incógnita quién encabezará esa lista. Pero lo mismo cabe decir del PSOE –-tras el éxito, en la última convocatoria, de la apuesta de Rubalcaba, Lisavetski— y lo mismo cabe decir de los otros partidos, desde UPyD a IU pasando por la novedad más publicitada: la lista de Podemos que pretende encabezar, entre tertulia y tertulia, Juan CarlosMonedero.
En la hora del adiós, y dejando atrás una gestión sin fuste y manifiestamente mejorable, de entre las muchas críticas que se le pueden hacer a Ana Botella la más endeble resulta ser la que con más frecuencia se lee: que llegó a alcaldesa sin haberse presentado nunca a las elecciones. Los mundos de Yupi. Nos pasamos la vida reclamando listas abiertas y elecciones directas y luego actuamos, y hablamos, como ya las tuviéramos. Desengáñese: no votamos alcalde, votamos lista. Cerrada. Nadie, en los municipios de más de 250 habitantes en España, elige directamente a su alcalde. Nadie votó a Gallardón; lo que votaron quienes eligieron PP fue la lista-pack que el PP presentó a las urnas. La señora Botella fue tan candidata y tan elegida como el resto de los aspirantes que formaban la lista candado que presentó su partido. Si usted eligió a Gallardón, usted eligió a Botella. Y a Cobo, y a Dancausa y a Durán y a Pilar Martínez. Eso es lo que usted pudo escoger, lo que la ley electoral le da la oportunidad de selecciones: una lista de nombres para que sean concejales. Luego son ellos, los concejales elegidos, quienes escogen, de entre ellos, a uno como alcalde o alcaldesa. Botella iba de número dos, de segunda de a bordo de Gallardón. En ausencia del uno, hicieron alcaldesa a la dos. Porque quien votó por esa lista cerrada votó también, porque no pudo hacer otra cosa, por ese orden de preferencia en el acceso al cargo. Fue así en el 2003, en el 2007, en el 2011 y será así en 2015.