Con permiso de Lucía Méndez, que ya escribía esta mañana en El Mundo sobre el serial que emite estos días el PP madrileño -una “House of cards” en versión naif y castiza-- ahondemos en esta línea que embellece, en su sentido más dramático, o dramatúrgico, el juego de las sillas que, de manera un tanto obvia, se está desarrollando este invierno en la comunidad de Madrid. Como bien dice Lucía, el guión madrileño es malo. Es verdad.
Un ático, un paraíso fiscal, dos comisarios a los que nadie pone cara y un presidente autonómico suplente cuyo carisma nunca alcanzó a romper en liderazgo. El “House of CAM”, acrónimo de Comunidad Autónoma de Madrid, carece de los personajes epatantes, deliciosamente malvados, y los diálogos shakespeareanos que han hecho de la serie de Netflix -el lado oscuro de la Casa Blanca, o del Capitolio- un caramelo de obligado cumplimiento. Ni Rajoy tiene pinta de ser un perverso Frank Underwood ni Cospedal se parece a la retorcida Claire. Aunque ambos compartan con el personaje de Kevin Spacey esta idea de que la forma correcta de deshacerse de un adversario político es usando el gatchetobrazo, es decir, sin que tú salgas en la foto. No consta que sea el presidente quien esté haciendo llegar informes policiales a un periódico para comprometer al todavía presidente autonómico, pero sí consta que como le pasaba a Frank Underwood con Garret Walker y como les ha pasado a todos los líderes de partidos en España, le cuesta perdonar a aquellos que le hicieron de menos.
Como Felipe en su día, como Aznar en su el suyo, como Zapatero, aguarda con paciencia el momento de demostrarle a aquel que se rebeló quién está al mando. ¿Cómo? Ayudando a crear las condiciones para que sea éste otro quien se eche a un lado. “Casi siento pena por él”, dice Underwood en el primer episodio de la serie sobre el aspirante a la secretaría de Estado, “siento pena por él porque no eligió que lo pusieran en mi plato, pero cuando acabe con él se enfrentará esta verdad brutal: en política, o cazas o eres cazado”. La esencia de la actividad de trastienda que se refleja en House of Cards (y en House of CAM) es ésta: conseguir lo que uno pretende sin que se aprecie su mano en ello. A Frank no lo verán los votantes empujar a nadie para tumbarlo (la escena del metro es otra historia): es su adversario quien se borra voluntariamente, es el senador, el congresista, el presidente quien acaba presentando su renuncia por el bien de su país y del partido.
No hay Underwoods en Madrid, pero sí hay movimientos en la trastienda cuyo último objetivo es persuadir a González de que se rinda. “No inicies nunca una guerra que sabes que vas a perder”, otra máxima de la brega política que ya era sobradamente conocida antes de que se hiciera serie alguna. Ríndete, Ignacio, ríndete. Rajoy no ha dicho hoy nada contra él, no ha mencionado el ático ni la reunión con los comisarios, Rajoy, de hecho, no ha dicho nada sobre González. Lo que hoy dijo es que ya saldrá el ministerio del Interior a decir algo sobre la acusación que ha hecho éste contra dos comisarios de policía en ejercicio. Ya dirá algo Cosidó, el director de la policía. Porque Rajoy, mientras González sufre de incertidumbre a fuego lento, Rajoy no dice nada. Ni le menciona. Silencio administrativo. No moverá un dedo por salvarlo.
Acusados dos comisarios de extorsión por un presidente autonómico, ni siquiera reaccionó el ministerio del Interior, dirigido por uno de los hombres más cercanos al presidente, anunciado, aunque sea de trámite, la apertura de una indagación interna sobre el comportamiento de los dos policías. Qué menos, si ha habido una imputación tan seria ante decenas de periodistas. Lo sí ha habido es, primero, la denuncia de uno de los comisarios ante el Tribunal Superior de Justicia madrileño, contra González por imputarle un intento de chantaje y reafirmándose en su tesis de que el célebre ático de Marbella era de González, adquirido a través de un testaferro, puesto a nombre de una sociedad radicada en un paraíso fiscal y proviniendo el dinero de la cuenta de Enrique Cerezo. Si no quieres caldo, ahí van dos tazas.
Y lo que sí ha habido hoy, segundo, es una respuesta de Montoro -otro viejo amigo de González, siempre a cara de perro- a la pregunta que se le hizo esta mañana en Espejo Público. Pudiendo haber salido con una contestación comodín del tipo “estoy seguro de que el señor González dará todas las explicaciones que se le pidan”, lo que dijo Montoro es que los políticos con responsabilidades tienen que ser ejemplares, y que a él, por supuesto, esto de que haya gente que usa empresas off shore para comprar viviendas no le gusta un pelo. Montoro en esto es muy marianista: él también apunta quién se ha atrevido a cuestionar sus decisiones y, cuando tiene ocasión, pasa factura.
González, que más que en House of Cards se siente ya Nicole Kidman en Los otros, pelea por mantenerse a flote denunciando el ruido mediático que, en su opinión, pretende ahogarle en el fango. Dice ruido mediático pero se refiere al ruido que están provocando, en los medios y sin dar la cara, algunos de sus enemigos en el partido. Y el problema para él es que nada de lo que haga o lo que diga tiene ya el más mínimo efecto en el desenlace definitivo de esta historia (la season finale, para los adictos). Cuando todo lo que suceda depende sólo de una persona, y esa persona no eres tú, hazte a la idea de que por muchas ruedas de prensa que ofrezcas, por muchos argumentos que allí expongas y por mucho que sugieras que no hacerte candidato equivaldría a permitir que los chantajistas se salieran con la suya, si el que manda te tiene sentenciado, date por muerto, amigo.
También Tomás Gómez se revolvió contra las insinuaciones de manejos turbios, avisó incluso de que acudiría a los juzgados, y tres semanas después nadie lo nombra. Si ocurrió así en el PSOE, partido que hizo de la democracia interna, las primarias, el respeto a los procedimientos, bandera de su nueva etapa (antes de que Pedro Sánchez se lo pasara todo por el arco de central de la puerta de Alcalá, se entiende), si pasó en el PSOE cómo no va a pasar en el PP, donde ni hay elección en urnas de los candidatos ni nadie que hoy ose discutirle al presidente el buen criterio en sus designaciones.
Como diría Frank Underwood: “Al final, la democracia está muy sobrevalorada”. Salvo gran sorpresa, no va a ser Fernando Alonso el único que no corra la próxima carrera.