Emitiendo hoy desde Alcázar de San Juan, aquí, en La Mancha. Agradeciendo la invitación de la Denominación de Origen La Mancha que nos ha abierto, bien temprano, las puertas de las Bodegas Baco. (Bueno, aquí se madruga mucho cada día. Más, desde luego, que Iñigo Errejón, que ayer dijo que se había levantado con la noticia de que Rato había sido absuelto en lo de Bankia: a ver, la sentencia salió a las diez de la mañana. Levantados, ya estábamos casi todos).
Hasta Alcazar de San Juan, ciudad abierta al mundo, llegan esta mañana los ecos el debate entre Trump y Biden esta madrugada (gran espectáculo político-televisivo, valga la redundancia) y llegarán los ecos de lo que se diga en el Congreso de los Diputados de España dentro de una hora. Cuando al presidente Sánchez le pregunten los portavoces de la oposición (de las oposiciones, que son varias) por la acusación que su ministro de Consumo, el imprescindible Alberto Garzón, hizo al rey Felipe el viernes pasado. No es una acusación menor, que diría el barbas (digo Rajoy): El rey maniobrando contra el gobierno legítimo. E incumpliendo la Constitución. El rey perjuro, este intento poco disimulado de empezar a equiparar al rey de ahora con su bisabuelo Alfonso XIII.
Hasta hoy, Sánchez se ha hecho el mudo. Han salido sus lugartenientes a desmentir a Garzón…pero sin mencionarle. Es probable que hoy Sánchez haga lo mismo: reiterar que él defiende el pacto constitucional y eso incluye la monarquía parlamentaria, a cuyo actual titular, Felipe, no tiene ningún reproche que hacerle. La cuestión es si tiene algún reproche que hacerle a Garzón. Si la portavoz del gobierno afirma con rotuntidad que el rey no ha vulnerado la neutralidad, entonces un ministro del gobierno ha acusado al rey en falso. ¿Y al presidente eso qué le parece? Que se tache al rey de maniobrero falsamente. ¿Encaja en la prédica diaria que hace el presidente sobre la unidad y lealtad de las instituciones?
Sigue la ducha escocesa de la Moncloa y la Puerta del Sol. Sánchez y Ayuso. Illa y el consejero Escudero. Hoy la paz, mañana la guerra. Hoy el tono fraternal, mañana bronca. En la guerra fría este miércoles toca llevarse bien, enhorabuena.
Ambas partes alcanzaron ayer un término medio: Madrid acepta que las restricciones se apliquen por municipios y no por áreas sanitarias. Y que el umbral para tener que aplicar medidas sea de 500 contagios por cien mil habitantes. El gobierno central acepta que se establezcan criterios más claros y de igual aplicación en todos los municipios del país: si se hace en Madrid, se hace en el resto.
Y sobre todo, el gobierno central acepta que no hay razones para asumir el mando en la región ni declarar el estado de alarma. Ya abrió camino ayer Ángel Gabilondo, el candidato socialista a presidir Madrid: a la señora Ayuso le reclama más acción y mejor explicada pero al gobierno central le avisa de que sería un error arrebatarle el mando. Bien es verdad que quien lidera la oposición socialista a Isabel Díaz Ayuso es Adriana Lastra. ¿En qué se parecen Ángel Gabilondo y Adriana Lastra? En que su nombre empieza por ‘a’. Hasta ahí llegan las coincidencias.
Diez días después del viaje inaugural de Sánchez al bosque de las banderas que él mismo plantó en la Puerta del Sol; cinco días después del calentón del ministro Illa amagando con requisarle a Díaz Ayuso el bastón de mando, la guerra fría se prolonga pero el plan de intervenir Madrid se congela. No esperen tampoco las dos administraciones que se narre como si fuera una heroicidad haber alcanzado, en medio de una epidemia, un acuerdo tan de mínimos y tan básico. Cumplen con su obligación de entenderse. Eso es todo.
A quien le sorprendiera ayer que 34 procesados por estafa y falsedad contable puedan salir absueltos de un juicio les sorprenderá aún más que la fiscalía anticorrupción, que encabezó la acusación contra los 34, renuncie a recurrir la sentencia. Pero eso es lo que puede acabar pasando porque en la fiscalía, en estado de shock, imagino, por el soberano revolcón, adelantan que recurrir una absolución no es tarea fácil.
Sorprenderse por una sentencia, condenatoria o absolutoria, sólo se explica cuando uno había emitido su propia sentencia y resulta que no coincide. Es natural que juristas tan reputados como Rufián o Errejón proclamen que esto es un escándalo porque ellos ya condenaron a Rato y compañía hace años. Hace tiempo que para algunas cosas nadie espera a que se celebre la vista. En los medios es frecuente que se informe de las conclusiones del juez instructor como si fueran ya la sentencia, o que se den por probados los delitos sólo por el hecho de que los sospechosos vayan a ser juzgados.
Desde el primer minuto la clave para probar la existencia de una estafa en la salida a bolsa de Bankia estuvo en el papel de los supervisores. Si vas a bolsa con el aliento del Banco de España, y del gobierno, y presentando unas cuentas bendecidas por ambos y por la Comisión Nacional del Mercado de Valores, malamente puede ser una estafa salvo que el gobernador del Banco de España de declare él mismo estafado o salvo que la fiscalía lo siente con los demás en el banquillo de los acusados.
Esta salida a bolsa, como la fusión previa de las cajas, como los números que fruto de esa fusión se presentaron, contó con la bendición y el aliento de todos los órganos implicados. Empezando por el gobierno de Zapatero, que es quien más se implicó, y siguiendo por el Partido Popular de Rajoy, que es quien puso a Rato a presidir Caja Madrid. Desde el ministerio de Elena Salgado se hizo la ronda de llamadas para instar a ejecutivos de grandes compañías que apoyaran la operación comprando acciones de la nueva Bankia.
El tribunal dice ahora que una operación de estas características, avalada, amparada y apadrinada, no se ha probado que supusiera estafa alguna. Sobre el acierto de quienes diseñaron la cosa y las decisiones que tomaron no se pronuncia porque no era eso lo que se juzgaba.
Las opiniones que sobre la sentencia han vertido algunos dirigentes políticos no valen nada. Lo bueno de anteponer la ideología propia y ajena a cualquier otra circunstancia es que te ahorra mucho trabajo. Sobre todo, el de sopesar.
Cuando ayer Errejón dice, por ejemplo:
Hay que entender que se está refiriendo a sí mismo. Porque quien está mandando ese mensaje es él, no el tribunal que ha juzgado Bankia. Y que no ha juzgado a estas 34 personas por ser ricas o pobres, sino por sus actos y sus decisiones.
Ya sabemos que si un tribunal absuelve a Sandro Rosell a Rufián le va a parecer un acto de justicia. Pero si absuelve a Rodrigo Rato le parecerá una vergüenza.
Esto de invocar la justicia según y cómo es puro ventajismo.
Ejemplo práctico. Tú eres Podemos. Alguien te dice: hay que ver lo de Neurona, y lo de Dina, qué habrá pasado ahí. Y tú respondes: si me quieres acusar de algo, ahí tienes el juzgado. Y luego añades: todos los jueces que se han ocupado de denuncias contra nosotros han sentenciado que no hicimos nada malo. Luego no hicimos nada, deja ya de ensuciarnos. Los jueces, y las sentencias, como prueba última de inocencia. Ah, pero si el acusado es otro, Rato, por ejemplo, o cualquiera de la cúpula de un banco, entonces ya sabes lo que toca. Oye, que los han absuelto. ¡Qué vergüenza, siempre se van de rositas, la justicia no es igual para todos! Si es que no tienes que pensar.
Y no tener que pensar ahorra mucho tiempo y mucho trabajo.
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