El primero con presencia del PP, o sea, del gobierno cuya gestión se está sometiendo a examen. Soraya Sáenz de Santamaría, la viceRajoy, frente a los tres aspirantes nuevos a presidente, los debutantes Sánchez, Rivera e Iglesias. Ellos le van a reprochar, seguro, que sea la suplente, que Rajoy no esté, pero el reproche da para los primeros cinco minutos de Debate, y se calcula que va a durar dos horas.
El ausente dijo ayer que está seguro de que el escaqueo no le va a pasar factura porque, de pensar otra cosa, habría ido. Y la presente disfrutó ayer comprobando que en la recepción del Congreso —-a ésta sí va Pablo Iglesias, rectificando su error del doce de octubre— se hablaba mucho de la supuesta operación soráyica, esta fábula que dice que si el PP requiere del apoyo de Rivera para la investidura sacrificará a Rajoy por el bien del partido y por el bien de España.
El sacrificio como ofrenda al dios Rivera para que transija. Lo que Junts pel Si-llón no ha hecho en Cataluña, amortizar a Mas y proponer a otro, lo haría el PP sin perder un minuto, dicen los publicistas de esta broma. Presentan como prueba el caso Ceniceros, presidente de La Rioja previa jubilación de Pedro Sanz a petición de Ciudadanos. Eso es lo que pasará, dicen poniendo cara de serios, Mariano se hará un cenicero y gobernará Soraya. Como si éste Rajoy que acaba de reencontrarse con la gente, con la calle, con su condición de señor corriente que cae bien a quienes le conocen, fuera a comerse educadamente el sapo de que lo encierren en la Torre de Londres (o en la de Hércules) para coronar a Soraya con Lancelot Rivera de primer caballero. En estas recepciones en que la copa de vino es gratis acaban teniendo enorme éxito las novelas de caballería. Más aún si quien las alimenta es un joven con coleta que no se pone chaqueta para no parecer un cantante de rumbas y que le ha cogido gusto a comentar esta pavada de la operación Menina.
Dos columnistas que estuvieron ayer en el Congreso dan esta doble versión de lo que ayer dijo al respecto la vicepresidenta: según uno, su frase fue “antes que llamarme menina prefiero que me pongan a recoger colillas”; según otra, lo que dijo fue: “prefiero que me llamen menina a que me pongan a recoger colillas como si fuera un niño madrileño”. Lo que da idea de que, en ausencia de micrófonos y grabadoras, conviene poner en cuarentena lo que dicen que dijo que comentó cuando le dijeron.