EL BLOG DE ALSINA

El efecto analgésico de Obama

Les voy a decir una cosa.

Del presidente Obama se ha dicho muchas cosas. Para unos es un gurú, para otros es una marca, los hay que lo ven como una celebridad y los hay que lo ven como un saco de boxeo sobre el que descargar todos los golpes. Pero hasta hoy, nadie había considerado a Obama un analgésico.

ondacero.es

Madrid | 26.03.2012 20:14

Mariano Rajoy, a su llegada a Seúl
Mariano Rajoy, a su llegada a Seúl | Agencia EFE

El presidente Rajoy (y más que él, su equipo directo) confía en el efecto Obama para mitigar el dolor que les produjo anoche el revés andaluz y el tortazo asturiano. Una foto con el presidente de los Estados Unidos, aunque sea del Partido Demócrata, un minuto de conversación cordial (”hello”, “hello”, “nice to meet you”, “lo mismo digo”), conseguirán que el malestar general con que ha viajado Rajoy a Seúl remita al comprobar que, en los medios de comunicación, la indigestión electoral cede espacio al vis a vis obámico. Y ya si el presidente de los Estados Unidos dice algo parecido a “qué bien estás haciendo las cosas, Mariano”, ni les cuento el subidón subidón que le va a dar al gobierno de España. Bien es verdad que cuando Obama diga “qué bien lo estás haciendo”, Rajoy seguramente murmurará “díselo a los andaluces, que mira el disgusto que me han dado”.

Como saben, el esperado encuentro -fugaz, pero muy publicitado- entre el comandante en jefe de los Estados Unidos y el primer ministro de España se va a producir en Seúl con motivo de una cumbre a la que asisten cincuenta y tres gobiernos -no es una cosa muy íntima, esa es la verdad- y que tiene como asunto “la seguridad nuclear”, o “cómo combatir la amenaza del terrorismo nuclear”, aunque al final se hablará de Irán y de Corea del Norte. Resulta que el gobierno español tiene una postura sobre el programa nuclear iraní y el norcoreano, aunque se haya extendido en grandes explicaciones al respecto.

De hecho, cuesta encontrar alguna declaración del presidente sobre Irán o sobre Corea del Norte, pero no cabe duda de que, en algún momento de su vida política se habrá referido a estos asuntos. Y si no, pues siempre hay una primera vez. Para hablar de la amenaza nuclear que padece el mundo y poner, así, en su justa medida esta otra preocupación que aqueja al presidente y que, al lado de la seguridad mundial, seguramente es pecata minuta, que es “qué hacemos con Javier Arenas”.

El PP no quiere precipitar los acontecimientos -porque ahora viene la liturgia de las negociaciones entre los grupos parlamentarios andaluces para la formación de gobierno, y sobre el papel la iniciativa corresponde a quien ha ganado, que es Arenas- pero tampoco oculta que en breve habrá que plantearse el futuro del partido en Andalucía: siempre se dijo que si no conseguía gobernar a la cuarta, ya no habría una quinta. Pero bueno, también es cierto que la política española está llena de aspirantes que perdieron y se quedaron, como el propio Rajoy, como Rubalcaba, como Gaspar Llamazares.

En el PP están todavía encajando el impacto de un resultado que nunca contemplaron y han empezado a darle una vuelta a la pregunta “por qué esta vez tampoco”. Hay varias tesis: desde la más derrotista para los populares, que es que Andalucía nunca querrá ser gobernada por la derecha, a la que achaca a los recortes de Rajoy y la subida de impuestos el no haber conseguido esos cinco diputados más que hacían falta, hasta la que atribuye al candidato Arenas un techo electoral que le mantiene fuera de San Telmo. Hoy los dirigentes del PP ya admiten abiertamente que las elecciones andaluzas han sido una enorme decepción, sí, aunque ganaran. Y las de Asturias, más, porque allí perdieron.

Lo que no afirman todavía es que este freno a la ola conservadora sea consecuencia de la política económica que se está aplicando. Para afinar en esa interpretación prefieren esperar a ver qué pasa el jueves con la huelga general. El mensaje hoy es que el 25 de marzo no modifica en nada las intenciones y el programa de ajustes y reformas en que el gobierno se ha embarcado. Están a un paso de empezar a decir aquello que decía Zapatero, que “anteponen los intereses de España a sus propios intereses electorales”. Preocupación sí que hay, porque son conscientes de que el Rajoy victorioso de noviembre, el líder que arrollaba, ha tropezado; ya no es oro electoral todo lo que toca.

La política tiene mucho de estados de ánimo, y eso explica que en el gobierno, hoy, y en el PP estén mohinos, disgustados, porque creen que no es justo que los días de gloria duren tan poco. En las elecciones de mayo aumentaron sus votos allí donde gobernaban y añadieron a la lista azul Castilla La Mancha e incluso Extremadura. En noviembre, a Rajoy le sobraron escaños para gobernar sin ayuda de nadie. Andalucía iba a ser el colofón, la guinda de la ola conservadora. La guinda que no llegó. Quienes interpretan el freno como un voto de castigo a Rajoy por sus cien días de gobierno apuntan -y no es descabellado- que le están pasando factura no tanto las medidas que aplica como haber prometido que nunca haría lo que ha acabado haciendo. No puede salirte gratis decir que bajarás los impuestos y subirlos, decir que no abaratarás el despido y abaratarlo. El gobierno dice: oiga, que yo hago lo único que puedo hacer, que he heredado un déficit del ocho y medio, que a mí tampoco me gusta lo que estoy haciendo.

El argumento del “no nos queda otra” es posible que tenga un recorrido muy limitado. Y que en sólo tres meses de gobierno haya quedado amortizado. Si se acuerdan, Zapatero también recurrió al “no me queda más remedio, aunque no me guste hacerlo” y no le funcionó. Rajoy ha recurrido a lo mismo, “subo el IRPF por la herencia recibida, pero no me gusta; hago una reforma laboral que es imprescindible, aunque no me entusiasme” y tampoco está claro que le está funcionando. Es prematuro, desde luego, sacar demasiadas conclusiones a este respecto porque las elecciones de ayer -no cabe olvidarlo- eran en dos territorios difíciles para Rajoy, la Andalucía donde siempre ganó el PSOE y el Principado de Asturias en el que Cascos tiene más tirón que el Partido Popular en su conjunto.

Es comprensible que los populares estén mohínos y es comprensible que los socialistas estén exagerando la nota, aunque tampoco les convendría a los socialistas creerse las frases publicitarias que llevan acuñando todo el día. Griñán ha salvado la cara, cierto; Griñán sale de las elecciones sin la mortaja que las encuestas le colocaban y bendecido con una cosa que se llama carisma (ahora es un líder del partido, a la altura del propio Rubalcaba); pero nada más. El PSOE asturiano, que gobernó el Principado muchos años, ha sido incapaz de evitar que la derecha bífida sume mayoría absoluta en el Parlamento, y eso que allí, en Asturias, al desgaste del PP había que sumar la pirueta inédita de Cascos al convocar de nuevo elecciones por la incapacidad de pactar con los populares: las odios intestinos en la propia derecha, que el PSOE explotó como su principal argumento de campaña y que no se ha traducido en un regreso de la izquierda al poder autonómico.

El PSOE ha retrocedido en Andalucía y ha perdido, por primera vez en su historia, las elecciones autonómicas. Crisis económicas las hubo antes, en los noventa; gobiernos del PP también los hubo antes; reformas laborales, por supuesto que las hubo antes; pero nunca perdió el PSOE en Andalucía. Y eso es lo que pasó ayer. Extraer como conclusión, oe oe, que los votantes de España vuelven a confiar en el PSOE y han encumbrado a Rubalcaba como el hombre que necesita el país es...engañarse.

Y el PSOE viene de una etapa en la que se ha engañado tanto a sí mismo, en la que se ha negado a ver la realidad buscando interpretaciones de fábula a cuanto le fue pasando (no es tan remoto ni Zapatero ni el batacazo de noviembre) que cabe pensar que está lo bastante escarmentado de contarse cuentos como para creerse de verdad todas las afirmaciones desproporcionadas que, desde anoche, están haciendo. Lo que le gana a Arenas es la alianza de PSOE e IU, la pareja, y en la pareja hay uno que sigue desinflándose, el PSOE, y otro que sigue ganando peso, Izquierda Unida.