Montoro en plenitud, posando ante los fotógrafos con su iPad y demostrando luego que está a la última en tecnología porque es capaz de conectar sin cables la tableta a una pantalla para que se vea todo más grandote. Montoro posando con Posada, con su pantalla, su memoria usb, sus tomos en papel: el libro amarillo, el verde, el rojo. Montoro, en fin, poniendo números, y echándole literatura, a los ingresos y los gastos del próximo año.
Su propuesta de cuenta, que no pasa de ser eso -como ocurre con todo proyecto legislativo del gobierno- mientras no culmine su tramitación parlamentaria (esto Gallardón, como sabemos, lo acabó entendiendo en carne propia).
Cuentan las crónicas que el ministro calificó este presupuesto de 2015 como el de la recuperación, pero en rigor eso lo hizo ya el año pasado, cuando en lugar de tableta llevaba un código QR. “Los Presupuestos de la recuperación”, dijo entonces, los de la “salida de la crisis” y la mejora de la financiación porque “la estabilidad política” -otra frase de aquel día- “cotiza en los mercados”, su forma de decir que la mayoría absoluta resulta muy tranquilizadora para los inversores.
Está por ver que eso sirve también para tranquilizarlos sobre la cuestión catalana. Si los de este año eran los de la recuperación, los del año que viene qué son. Bueno, pues son los de seguir recuperándonos. Compréndalo, hemos estado tan hechos polvo que la convalecencia va para largo.
El título elegido para 2015 ha sido “los presupuestos de la consolidación”, dícese de “dar consistencia o solidez a algo”. Es el reconocimiento, implícito, de que esta recuperación incipiente de 2014 aún está siendo endeble y la expresión de confianza en que 2015 se haga, de verdad, sólida. Robusta. Vigorosa, si lo prefieren. Vigorosa. Para que eso, en efecto, ocurra y para que le cuadren a Montoro estos números que ha presentado hoy -con más recaudación fiscal y más inversión en infraestructuras- habrá de cumplirse esta parte del pronóstico que dice que creceremos el año próximo un 2 %. Que es, ahora mismo, el eslabón más débil de la cadena.
Frenada por Francia y por Alemania (de Italia ni hablamos), la economía de la zona euro ha dado encefalograma plano en el segundo trimestre y amenaza con ponerse en negativo en este tercero. Almunia dijo ayer, como si fuera analista más que comisario, que existe riesgo de que suframos una tercera recesión. Y a Montoro, que hace tiempo abandonó su papel de látigo de la oposición para hacerse ministro, no le resultan agradables (ahora) los discursos sobre posibles riesgos.
Por eso ha dicho hoy, arreándole a Almunia un sartenazo, que “los discursos basados en advertencias de riesgos son contraproducentes para la economía” (quién nos ha visto y quién nos ve). Sartenazo, por cierto, que igual tenía un destinatario más próximo, porque el primero que, a primeros de mes, habló del riesgo de una tercera recesión en Europa no fue el comisario español sino el ministro español de Economía, este buen amigo de Montoro que se llama Luis de Guindos. “Europa está en crecimiento cero”, dijo, “y eso es motivo, obviamente, de preocupación porque el riesgo de recesión existe”.
Parece claro que existe: si el PIB de la zona euro mengua dos trimestres seguidos, pues otra vez al túnel, no hace falta darle muchas más vueltas. Para Montoro, sin embargo, la lectura es otra: si la zona euro está en cero y nosotros crecemos seis décimas, “eh, en cabeza de Europa”, líderes absolutos en recuperación económica (aunque el dato sea como el villancico, chiquirritín, ay del chiquirritín chiquirriquitín, metidito, con perdón, entre pajas).
Los grandes números para el próximo año dicen cosas parecidas a los de este año. Lo primero, que el Estado seguirá ingresando menos dinero del que luego gasta. O sea, que sigue el déficit público, bajando, pero resistiendo aún en el 4,2 % del PIB. En 2015. ¿Se acuerdan cuando nos decían que en 2013 estaríamos ya por debajo del 3 %, camino del déficit cero? Qué tiempos aquéllos, los años de la fe (en la regla de oro y todo aquello). Déficit del 4,2 aun incrementando los ingresos: calcula el gobierno que aumentará la recaudación tanto en impuestos como en cotizaciones. Y que podrá incrementar, por primera vez en seis años, la inversión en infraestructuras.
Por eso estaba tan contenta la ministra Ana Pastor en su desayuno de esta mañana: después de tres años pagando facturas y en barbecho, en éste que es el último de la legislatura podrá sacar obras a concurso, que es lo que hacen los ministros de Fomento cuando tienen presupuesto para hacerlo.
Cuando esta mañana dijo la ministra que va a realizar “la mayor inyección inversora en ferrocarril de toda la legislatura” sonó a sobria melancolía, teniendo en cuenta los tres años anteriores con los que se compara. Aumenta la inversión y aumenta la deuda pública: por encima ya del 100 % del PIB. El pago de la deuda es la partida que más ha engordado en los últimos años. Hasta tratarse de tú a tú con las tres partidas clásicas del gasto, los tres grandes capítulos en los que se nos va el dinero: pensiones, salario empleados públicos y prestaciones de paro.
Los pensionistas verán incrementada su pensión aunque les va a costar notarlo: un 0,25 %. Pero como dice el ministro, oye, si los precios siguen bajando, es como si la pensión subiera más. Estamos en un mundo complejo en el que hemos de felicitarnos lo mismo de que baje la inflación que de las inyecciones que mete Mario Draghi para subirla. Celebre usted, por favor, una cosa y su contraria.
El partido que gobierna Cataluña ya ha dicho, por cierto, que la inversión del Estado en esta comunidad disminuye y que sólo existe un motivo: castigar al gobierno catalán por promover una consulta. Siendo cierto que la inversión se reduce, atribuirlo a un castigo obliga a pasar por alto que es Cataluña la comunidad que más dinero ha recibido del fondo de liquidez autonómica, 5.700 millones hasta agosto.
La Generalitat, en todo caso, se siente castigada. Por el gobierno central y por el Tribunal Constitucional que, a quién se le ocurre, ha admitido a trámite un recurso con velocidad, como dice Artur Mas, supersónica. He aquí el nuevo pecado del Alto Tribunal: ser rápido. Lo intolerable de este árbitro no es que pite penalty donde no lo había -que aún no ha pitado-, lo intolerable es que corra. Si alguien le dice al Constitucional que alguna vez en su historia le iban a machacar por ser ágil no se lo habría creído.
Es una situación argumentalmente obtusa en la que está incurriendo, ayer y hoy, el partido que gobierna Cataluña. Por una parte afirma que este árbitro ha quedado en evidencia y que no es de fiar. Por otra, anuncia que presentará alegaciones para solicitar que se levante la suspensión cautelar. Se lo solicitará, entiéndase, a ese mismo árbitro cuyas decisiones ya ha descalificado. Si no le reconoces al árbitro su capacidad de arbitrar, para qué le presentas tus argumentos. Y si sí le reconoces esa capacidad, por qué, a la vez, se la niegas.
Este TC al que Convergencia ve comprado, parcial y desprestigiado es, téngase presente, el mismo que dio la razón a la Generalitat en su recurso contra la ley de grandes ciudades (abril de 2003) -sentencia que el gobierno catalán celebró con todo motivo-; es el mismo que dio la razón a la Generalitat en su recurso contra dos órdenes gubernamentales sobre servicios sociales (diciembre de 2012) -sentencia que fue también celebrada por el gobierno catalán porque ponía las cosas en su sitio-; y es el mismo que dejó a la Generalitat muy satisfecha, según dijo el portavoz Homs, cuando admitió que el derecho a decidir -marzo 2014- tiene encaje en la constitución si se plantea conforme a cauces legales -cuántas veces dijo aquellos días la dirigencia catalana que Rajoy debía leer, atender, aprender de la sentencia del Tribunal Constitucional-.
Es el mismo tribunal. Pero ayer cumplió el trámite de admitir un recurso presentado en tiempo y forma y eso lo ha convertido, a ojos de esta misma dirigencia -cara a la galería y para alimentar las movilizaciones popular-, en una bestia negra.