Decir que la presión migratoria es el eje de la abrumadora reunión de gobernantes europeos y africanos (ochenta) que ha comenzado hoy en Bruselas -más de un medio de comunicación en España se abonó hoy a esta tesis- no sólo es una distorsión notable, es la prueba humeantedel ombliguismo con que enfocamos todo lo que tiene que ver con Europa y por supuesto -y aún más- con África.
“La cumbre”, se dice, “busca soluciones a este problema nuestro que supone que vengan africanos a saltar la valla”. ¿A alguien se le ha ocurrido pensar que los problemas a los que se busca solución no son los nuestros, sino los de ellos, los de los países de África a los que ofrecemos préstamos y acuerdos comerciales que resulten de interés para ambas partes y que lleven aparejados avances en cuestiones políticas y sociales, o sea, democracia y derechos humanos, dos aspectos en los que muchos de estos países andan rezagados. En la letra pequeña de esos acuerdos se habla de migración, pero no es “el tema”. Con los países de la Unión Africana, asombrénse, se puede hablar de más cosas que de cayucos y pateras. Y a la Unión Africana, por cierto, no pertenece Marruecos.
África visto desde España viene a ser esto, ¿no?: un sitio del que vienen pobres en grupo, negros, a colársenos en casa saltando la valla. El interés nacional por la realidad africana -de nosotros, los medios, no te digo ya de los políticos—es mayormente inexistente. Hombre, cuando se celebra un mundial de fútbol en Suráfrica, pues sí, interesa saber cómo es Johannesburgo y por qué a Jacob Zuma lo abuchean; y el Dakar, nos interesa también el Dakar, que participa mucha gente española. Pero más allá de eso, admitamos que África siempre nos ha interesado poco. O que nos ha interesado sólo en la medida en que lo que allí sucede afecte a ciudadanos o intereses españoles.
Mira Somalia, los piratas: no me dirás que no hablamos en su momento de ello -mucho, el Alakrana, los vigilantes privados en los atuneros-. O Libia, no me dirás que no hablamos de Libia, cuando se cargaron a Gadafi -que había venido varias veces a España con la jaima y a Aznar le había regalado un caballo-: había militares españoles participando en la misión internacional en Libia. Y hace veinte años, bien que nos ocupamos de Ruanda, la pobre Ruanda desangrada en el genocidio de los tutsis y embarcada desde entonces en una reconciliación más aparente y forzada que sincera. Es verdad que después de Ruanda ha habido otros genocidios, en Darfur, en el Congo, la ONU está avisando del riesgo de genocidio estos mismos días en Centroáfrica (o de dos genocidios: cristianos a manos de los seleka y musulmanes a manos de los anti balaka: familias musulmanas siguen hoy con vida porque se han refugiado en las parroquias católicas, ésta sí es una prioridad que está ocupando a los gobernantes hoy, porque hasta ahora ha estado bastante solo el fracasado Hollande en su esfuerzo por parar las matanzas); ha habido, o está habiendo, otros genocidios, pero nos han ocupado menos a los periodistas, a los tertulianos, de los dirigentes españoles ni hablamos (y de la matanza de cristianos en el norte de Nigeria, las sangrías que montan los Boko Haram, tampoco).
Por África nos interesamos poco. Como mucho de esto, de los conflictos armados, los muertos, los niños soldado, los muchos y sangrantes dramas que existen en ese continente. Pero a los que no se reduce la realidad de ese continente. África también es Botsuana, que además de elefantes tiene una economía pujante basada en el sector servicios y en instituciones perfectamente democráticas y estables. África es Kenia, el motor económico del Este que sigue creciendo a buen ritmo -pese al terrorismo islamista- impulsado por las exportaciones, el turismo y las telecomunicaciones. Hay mucha migración en África, muchísima, pero la inmensa mayoría se produce dentro del propio continente, de unos países paupérrimos y metidos en guerras civiles a otros con menos amenazas y más esperanzas de futuro, que también los hay.
El obispo Aguirre tiene acogidos en su comunidad de Bangasou, República Centroafricana, a tres mil congoleños, tres veces el CETI de Melilla. La relación que quiere mantener Europa con África es, esencialmente, económica, de búsqueda de intereses comunes y proyectos en los que ambas partes salgan beneficiadas. O, como dice la página web de la Moncloa en su escueta referencia a esta cumbre, que “África está entrando en un periodo de crecimiento acelerado y de consolidación de las democracias al que la Unión Europea quiere seguir brindando su apoyo”. Hay que contraprogramar a China, que anda firmando pactos bilaterales con la mayor parte de los gobiernos africanos para proveerles de bienes a bajo precio a cambio de hacerse con los derechos de explotación, por ejemplo, de las tierras raras, elementos químicos de los que hablamos aquí el viernes y de cuya creciente importancia tienen noticia los espectadores de la segunda temporada de House of cards.
Claro que hay intereses comerciales. Y claro que utilizan eso, en su provecho, tipos como Obiang, el conferenciante. El ecuatoguineano disfrutando de la fría amabilidad con que lo trata el gobierno de España y cena con Rajoy (o como ha dicho Rajoy, a ver, ceno con éste y con todos los demás asistentes, que no es que yo quiera hacerle la pelota). No ha venido Mugabe, el de Zimbawe. Porque Europa le denegó el visado a su señora y él considera que es una falta de respeto inaceptable -se le ha dado como excusa que a esta cumbre se viene sin esposas, pero tampoco había mucho interés en que se personara el general represor que mandó al infierno a David Cameron por pedir respeto para los homosexuales y que combina el pucherazo en las urnas con la denuncia de complots como coartada para seguir reprimiendo-.
Al sudanés, Al Bashir, no le hemos invitado porque está acusado de genocidio por Darfur. Pero sí a Kagame, el de Ruanda, que también está señalado por la ONU como impulsor de matanzas de hutus que el grupo M23 comete en la República Democrática del Congo. Amparado en la consternación internacional que supuso el genocidio tutsi del 94, el tutsi Kagame hace ahora lo propio mientras se sigue presentando al mundo como mentor de la reconciliación y la concordia. Y está Museveni, el presidente de Uganda, el mismo que dijo que no firmaría la ley que castiga con cadena perpetua la homosexualidad hasta que la firmó con gusto y jactándose de ignorar las presiones internacionales.
Todo eso también es África. Si en la Unión Europea somos 28 y, teniendo sistemas políticos muy similares, a duras penas nos conocemos los unos a los otros, imagina lo diverso que puede ser este grupo de 54 gobernantes con sus 54 formas de entender, y llegar, al poder. Con permiso de nuestro eurocentrismo, nuestro ensimismamiento y la exageración de nuestros problemas migratorios, lo de hoy en Bruselas no es una cumbre sobre la inmigración. No es una cumbre sobre vallas porque no es una cumbre sobre fronteras.