“Si puedes experimentar el triunfo y la derrota / y tratar a estos dos impostores exactamente igual / serás un hombre, hijo mío”. El poema seguro que lo conocen e igual hasta se lo saben de memoria. “Si esto”, “si esto”, “si esto”. Bueno, si Kipling descubriera que su célebre poema ha adornado el despacho de hombres hechos a sí mismos que han acabado revelándose como estafadores de tres al cuarto se volvía a su tumba de la abadía de Westminster sin esperar siquiera a que Disney se disculpara.
La última jeta que se envuelve en el “If” para darle un barniz de autosuperación ilustrada a una estafa es Jenaro García, para los amigos “Jero”, cabeza visible de la empresa Gowex y autor confeso de un engaño total al mercado y a sus accionistas. Habiendo asumido ya, en comunicación formal a la justicia, su condición de vendemotos, y dotado, como se sabe, de una labia torrencial e irrefrenable, vuelve a dirigirse hoy el señor García a la plantilla de su empresa. Digo “vuelve” porque ya se dirigió a ellos el viernes pasado para colarles una gigantesca milonga -con puesta en escena y talante a lo lobo de Wall Street, aquel negociante tan audaz que se creyó más listo que nadie y acabó en la cárcel-.
Hoy les ha enviado una carta de despedida en la que aún se permite pedirles a los trabajadores que se esfuercen en sacar a flote la empresa porque es lo que merecen los accionistas. Cabe imaginar que la reacción de los destinatarios al ir leyendo la carta no habrá sido muy favorable al autor de la misma. “Hola”, les dice García a los empleados, “estoy seguro de que todos habéis quedado altamente decepcionados con mi comportamiento y no es para menos”. “A ver”, habrán pensado ellos, “no esperarás que estemos orgullosos de ti, lince”. “Sé que os he causado un daño irreparable a vosotros y vuestras familias”. Pues sí, claro que sí, Jenaro. “Sé que también he causado daño a los inversores que han creído en mi”. Ya te digo. “Sé que el perdón que pido y el colaborar ahora con la justicia no es suficiente para reparar el daño”. Qué de cosas sabes, y qué de cosas nosotros no sabíamos, “sé, sé, sé”.
Sigue la carta, con otro “sé”: “sé que carezco de credibilidad para poder comentar las cosas que voy a transmitir aquí, pero no me distingo por conformarme con lo que otros piensan”. Ya asoma aquí el hábil hablador que, incluso en estas circunstancias, se cuelga medallas a sí mismo: “no me conformo con lo que otros piensan, por eso me atrevo a hablaros así”. Guau, un inconformista. Que a renglón seguido se apunta este otro mérito: “Quiero que sepáis”, les dice a los empleados, “que siempre os excluiré de cualquier tipo de relación con los hechos negativos de esta situación”. ¿Mande?
Que dice que no va a culpar de nada a los trabajadores, que estén tranquilos. Dices: tranquilos, ¿de qué? Si ellos no han cometido falta alguna, qué necesidad tiene este hombre de decirles “eh, sabed que no os salpicaré, no faltaba más, soy así de legal”. En efecto, sólo faltaba. Que el embaucador se cuelgue la medalla de no implicarlos en el timo. Sólo faltaba. “Quiero que sepáis que sois una gente extraordinaria”, mira qué bien, “y que vais a pasar por una experiencia humana y laboral que nadie en el mundo ha pasado”, vaya, sois unos privilegiados, “yo no me iría de Gowex por nada del mundo, porque esta experiencia va a forjar el carácter y la personalidad de los que decidáis realizar esta travesía”.
Ahí lo tienes, si acabas de descubrir que la empresa para la que trabajas es de cartón piedra y que el patrón lleva años engañando todo el tiempo a todo el mundo, no lo veas como un drama, hombre, plantéatelo como una oportunidad, forjarás tu carácter en la travesía del desierto. Definitivamente García tiene vocación de Jordan Belfort, aún no ha sido juzgado por lo suyo y ya está dando charlas de motivación, el lobo de Charada Street, antes genio y hoy charlista. Añade la carta en su párrafo más de caerse de espaldas: “Quiero pediros que trabajéis codo a codo con los directores y que no lo hagáis por mi, sino por vosotros”. ¿Perdón? Que dice Jenaro que no lo hagamos por él. Que saquemos la empresa adelante, pero por nosotros.
Ya le vale. Y que no suframos por él. Que ya sabemos cómo es, comprometido, luchador, incansable, enamorado del proyecto. ¿Todo eso dicen los empleados de García? No, todo eso dice él de si mismo: “ya me conocéis, me he dejado la piel y el dinero y estaría ahí, con vosotros dando la cara si no fuera porque la estoy dando donde debo hacerlo, en el juzgado, con dignidad, como he hecho siempre, amén”. Después de leer la carta, los trabajadores, que ayer se declaraban en estado de shock, deben de estar flipando en colores.
Se despide como si le hubieran diagnosticado una enfermedad terminal que le obliga a apartarse del trabajo. Pero lo que le han diagnosticado es una falsificación de escándalo que deja en estado agónico a la empresa y que salpica, por el efecto desconfianza, a las demás compañías que cotizan en el mercado alternativo bursátil. No porque éstas hayan hecho nada irregular, sino porque ha quedado patente que el hecho de estar en ese mercado no garantiza que los números que presenta una compañía sean fiables. “Los requisitos son muy laxos y no hay supervisión pública”, decía anoche la presidenta de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, cargando el muerto a la empresa que gestiona el mercado junior, BME, Bolsas y Mercados. Hoy ha dicho el gobernador del Banco de España, Linde, que Gowex no pasa de ser, después de todo, una “empresa menor”. Que no hay que darle tanto vuelo porque va a salir perjudicada la marca España. Será menor, por su tamaño, pero el asunto no es el huevo, sino el fuero. No es el tamaño de Gowex, son los controles para evitar que empresas con cuentas ficticias y un negocio falseado puedan captar dinero de los inversores en el mercado bursátil. Es la responsabilidad que asumen, visto lo visto, la auditora que bendijo las cuentas y el asesor registrado, otra auditora, que ejerció de mentor de Gowex (de Jenaro) para poder cotizar en ese mercado. Y de esta segunda parte hoy sigue sin saberse nada. Quién sabía y calló. Quién puso sobre la pista a Batman.
Ah, después de su carta añade Jenaro, como regalo de despedida a sus empleados, el poema de Kipling (pobre Kipling). “Si crees en ti mismo cuando todo el mundo duda de ti, pero también dejas lugar a sus dudas, serás un hombre, hijo mío”. Este poema nunca, nunca me ha fallado, dice García. Lástima que sea él quien le ha fallado al poema, hijo mío.