El monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: Aunque se apellide “sanitario” no se puede probar que vaya destinado a la sanidad

Les voy a decir una cosa.

Si usted es una hormiguita que todo lo archiva, o ha sufrido el síndrome de Diógenes, igual puede pillar un pellizco en devoluciones.

ondacero.es

Madrid | 27.02.2014 20:09

Habló el Tribunal y dijo que esto del céntimo sanitario siempre fue un camelo, un truco que se les ocurrió a nuestras respetables autoridades para meterle la mano en la cartera al automovilista con la coartada del muy noble objetivo que se perseguía al exprimirle: curar al enfermo. El céntimo sanitario se lo inventó el gobierno Aznar en 2002 como instrumento para que los gobiernos autonómicos pudieran obtener más dinero de una parte de los contribuyentes que se llama automovilistas y profesionales del transporte, es decir, particulares y empresas que consumen carburante. El entonces ministro de Hacienda, que se llamaba... ¡anda, como el de ahora!, Cristóbal Montoro, dio a la luz esta nueva criatura, considerada en su día por las administraciones públicas como un audaz hallazgo. Se trataba un poco de lo de siempre, ver de dónde se puede arañar un poco más. Pero de tal manera que el exprimidor quedara camuflado, poniéndole a lo que siempre fue un impuesto al consumidor de carburante un disfraz que no sólo amortiguara el rechazo sino que incluso pudiera merecerle el afecto ciudadano. Ya que estamos en vísperas de carnaval, llamémosle actuación carnavalera: vamos a inventar impuestos, tralará.

Desde el comienzo se trataba de que la administración pública de turno, el gobierno autonómico, tuviera más recursos a costa de que el conductor tuviera menos; pero contado así suena muy desagradable porque parece que esté tu presidente autonómico esperándote en la gasolinera para decirte, cuando vas a pagar, “saca más que me tienes que dar a mi otro poco” (no lo parece, es que está). Queda más digerible si se le pone un nombre que suene a calderilla, un céntimo, acompañado de la coartada sanitaria. Después de todo, penalizar al automovilista, aunque haya tantos millones de automovilistas (acostumbra a haber por lo menos uno en cada familia) es una tentación para el legislador porque parece que tiene mejor prensa cobrarle al que tiene coche que a quien no lo tiene. Nada más alumbrar Montoro el nuevo exprimidor, los gobiernos autonómicos se lanzaron a usarlo. Como hoy ha dicho el consejero catalán, oiga, si nos lo ofrecen pues lo tomamos, no será culpa nuestra si ahora resulta que era un truco inaceptable. Se entregaron las autonomías con tanta pasión a sacarle partido al céntimo que, en muchos casos, se obró el milagro de que el céntimo se reprodujo él solo y donde antes había uno, de repente ya eran dos. Dos céntimos (o dos y pico) por cada litro de carburante. Sigue siendo poca cosa, decían los gobernantes, y además, no se olvide, es para pagar la sanidad de todos, bendita sea la iniciativa.

Lo que doce años después ha sentenciado el Tribunal de Justicia de la Unión Europea es que este impuesto nunca debió ser válido. Porque aunque se apellide “sanitario” no hay manera de probar que lo recaudado se destina, efectivamente, a mejorar la sanidad pública. Su intención, dice el tribunal, fue meramente presupuestaria, meter más dinero en la caja con la excusa de la sanidad. El pasado octubre (cuando ya se veía venir que esto iba a acabar así) le preguntaron a Montoro por el famoso céntimo y dijo: “eh, que ya lo hemos cambiado: ahora está metido en el impuesto de hidrocarburos”. Lo que pasa es que el tribunal le ha dicho al gobierno español dos cosas: una es ésta, que el céntimo no cuela; la otra, que ya le vale los años que se ha pasado haciéndose el loco y fingiendo que no sabía que se lo iban a tumbar. Políticamente, ésta es la parte más ácida, porque viene a reprocharle severamente el tribunal a las administraciones públicas españolas que, sabiendo que estaban haciendo algo que no estaba bien, perseveraran en el abuso. El primer requerimiento de la comisión europea fue de julio de 2003; el segundo, de tres años después, 2006, gobernando Zapatero (sí pueden pasar años entre que se envía un requerimiento, el gobierno nacional responde, la comisión se lee la respuesta y envía otro requerimiento). Los gobiernos sucesivos siempre sostuvieron lo mismo: hay disparidad de criterios pero, mientras nadie nos diga que es ilegal, no tenemos por qué dejar de hacerlo. Esto, en el idioma de los ministros de Hacienda se dice de otra manera: “En caso de duda, la más... recaudatoria siempre”. Y el céntimo se mantuvo. Haciendo caja durante once años y a sabiendas de que lo peor que podía pasar es que, al final, un tribunal lo anulara y hubiera que poner a trabajar a los abogados para no tener que devolver todo lo recaudado ilegalmente, que es justo el punto en el que ahora nos encontramos. El capón del Tribunal importa bastante menos que mantener los 13.000 millones de euros que se estiman (ya ves lo que da de sí el centimillo a centimillo) en la caja del Estado. El gobierno, oliéndose hace tiempo cuál iba a ser la sentencia, intentó que se abstuviera el tribunal de dejar abierta la puerta del reembolso, es decir, que lo declarara ilegal pero sin dar la razón a quienes reclaman la devolución de lo ingresado. El tribunal ha dicho que verdes las han segado, que las autoridades españolas se han estado haciendo las distraídas tanto tiempo que no cabe alegar bondad infinita. Lo que ahora comienza es el esfuerzo de la autoridad política (el cuchillo en la boca) para devolver a los paganos lo menos posible. Ya anda el gobierno echando cuentas porque la comisión europea ve esto de que la factura asciende a 13.000 millones y se inquieta: dice “habrá que rehacer los cálculos de cumplimiento del déficit público, por ejemplo”.

Para ingresar hay siempre más voluntad que para devolver. Los automovilistas corrientes estamos fastidiados porque no acostumbramos, ¿verdad?, a guardar durante años el tícket de la gasolinera (a buenas horas nos acordamos de Diógenes). “Oiga, yo pagué con tarjeta, puedo pedir al banco el extracto”. Agua. Los expertos fiscales dicen que con eso no basta. Sólo las empresas, de transportes o que pagan locomoción, archivan las facturas del combustible. Dices: si el gobierno tuviera un verdadero afán de compensación por la ilegalidad cometida durante estos años, buscaría la manera de hacer una cuenta aproximada y abonar a todos los automovilistas una cantidad, aunque fuera aproximada. Sí, sí, sí, claro, sigue soñando. Los milagros no existen. Salvo éste: de repente, en España, no existe nadie que haya estado a favor, nunca, del céntimo sanitario. Quienes una vez lo estuvieron, que los hubo, se han evaporado.