Joven, delgado, trajeado, empresario de éxito. La juez le había mandado detener cuatro meses antes. En calidad de “imputado”, le dijeron. En calidad de corruptor presunto, por centrarnos. Estaba interesada la juez en conocer más del secreto del éxito: la próspera actividad de la compañía Fitonovo, especializada en instalación de césped y mantenimiento de parques y jardines. “Tanta cosecha en la economía verde”, debió de preguntarle la juez, “¿cuánto abono requiere en dinero negro?”
Para González Baro, alto y agobiado, era el primer asalto en un juzgado. Para la juez, sin embargo, era la continuación del interrogatorio que meses antes había realizado a su padre, González Palomo, dueño de la empresa familiar. Si el padre había admitido que entregó 30.000 euros a un cargo municipal del ayuntamiento de Sevilla, el hijo podría añadir, seguro, algún otro hecho relevante. En abril de este año se produjo la declaración. Jugosa. Con algunos detalles que incluso a la juez Alaya, tan contenida en sus gestos, hubieron de provocarle un alzamiento de cejas reiterado.
El mundo dio cuenta, en información de Sebastián Torres, de aquella declaración, o confesión, como prefirió llamarla, con buen criterio, el periodista. Lo que González Baro contó a la juez fue que aquellos 30.000 euros que su padre había entregado (llamémoslo soborno, señoría) al director municipal de urbanismo, Domingo Castaño, no fue un hecho aislado (como dicen los dirigentes de los partidos cuando la corrupción les salpica), sino uno más de los muchos pagos que la exitosa empresa, Fitoverde, había hecho a cargos públicos de Sevilla y de otros ayuntamientos y empresas públicas en los ocho años anteriores.
“Cuénteme todos los que recuerde”, debió indicarle la juez, “detálleme esta labor de siembra”. Y González Baro contó: que en cierta ocasión (poco antes, recuerdo, de unas elecciones) llenó una caja de zapatos con billetes, setenta mil boniatos, y fue a entregársela a uno que era de IU -nunca le preguntó qué pie calzaba porque los billetes son de talla única-. “¿La cantidad respondía a una comisión concreta, un porcentaje de algo?” No, señoría, la decidió yo mismo. Nos habían adjudicado el césped de once campos de fútbol, el instituto municipal de deportes lo llevaba IU y me dijeron que estaría bien hacer una donación, así, sin que nadie lo supiera”. Siga con el relato, ¿qué más mordidas, digo, qué más recuerda? Pues que en otra ocasión nos tocó reformar el campo de futbol de La Carolina -¿La Carolina, Jaén? Sí, la misma- y como eran setecientos mil euros de contrato nos comentó el ayuntamiento que estaría bien hacer una colaboración económica. ¿Colaboración? Sí, que pagáramos veinte mil euros a quien lo había hecho posible, usted ya me entiende. ¿Algún municipio más, además de Sevilla y La Carolina? Sï, La Palma del Condado, Huelva. Allí nos encargaron ampliar la piscina municipal. Quinientos mil de contrato, diez mil de donación desinteresada.
El interrogatorio siguió y siguió y siguió. Pueblos, alcaldes, funcionarios de ayuntamientos, obras con presupuesto público y mordidas que algunos de los receptores (los corruptos) medio-justificaban diciendo que no era para ellos, sino para el partido. El plan E resultó ser una bendición para Fitonovo. El arrebato keynesiano de Zapatero puso en manos de los alcaldes, de pronto, dinero fresco para hacer parques, jardines, piscinas, campos de fútbol. Sumando, sumando, señoría, yo calculo que habremos repartido setecientos mil euros entre los agraciados. ¿Lo calcula? Bueno, mi padre es muy de apuntarlo todo. Tiene una lista y tiene un Bárcenas. ¿Un Bárcenas? Sí, un apoderado que llevaba la caja B, con papeles y todo. En hojas de Excel. Ni un detalle falta.
Es ahí donde se refleja la enorme diversidad mordedora de compradores y comprados, en cuantías y en formas de pago. Que si un sobre lleno de billetes, que si una caja de zapatos, que si un móvil de última generación (la ilusión que le hará al teniente de alcalde), que si un jamón (los clásicos), que si un coche, que si un caballo. ¿Un caballo? A la hija del corrupto le gustaba la hípica. Averigua qué le gusta a quien quieres tener contento y consíguelo para regalárselo. Señor corrupto, queda usted comprado. Al campo de tierra el césped se lo pongo yo y me contrata también el mantenimiento de las zonas verdes. Verde que te quiero verde, eso está hecho. En aquella declaración de abril contó González Baro que a un cargo de ADIF lo habían sobornado con Viagra. ¿Perdón? Le pagaron seiscientos euros en Viagra. Aquí es donde la juez Alaya debió de pensar que se estaba quedando con ella. Pero no, la viagra aparece en las anotaciones contables del apoderado.
La lista de premios, cuyo aspecto, a estas alturas, más sorprendente no es la variedad de lo cohechos sino que haya algunos cargos públicos junto a los que aparece la anotación “no acepta regalos”. ¡Milagro! Se ve que a algunos no consiguieron corromperlos.
En la mañana de hoy, año y medio después de las primeras detenciones, la guardia civil, bajo la dirección de Mercedes Alaya,ha detenido a veintiséis personas, ha realizado diez registros y ha ampliado las acusaciones contra González Baro, joven, delgado, empresario de éxito, su padre González Palomo, dueño de la empresa, y Ángel Manuel Macedo, el apoderado que todo lo anotaba. La suma de las tres fianzas de responsabilidad civil asciende a tres millones y medio de euros.
No es Malaya, no es la Gürtel, no hay un ex vicepresidente autonómico, como en la Púnica, pero el modus operandi sí es siempre el mismo. El de Emarsa, el de Pokémon. Trato de favor a empresarios afines a cambio de comisiones o cohechos de todo tipo. Y el procedimiento para sacarlos a la luz también es conocido: un punto de partida (mercasevilla, en este aspecto,es un cesto de cerezas, siempre aparece otra detrás de una), una primera pista, una sospecha clara, un pinchazo telefónico y, de ahí, a ir apuntando nombres y estableciendo las relaciones presuntamente delictivas.
La UCO, por aquello de que la empresa corruptora es de jardinería, ha llamado a esta operación de hoy Enredadera. Pero también podrían haberla llamado repartiendo estiércol.