Como contó alguno de sus protagonistas, además de los mensajes telegrafiados se dispararon bengalas pidiendo ayuda desde la cubierta. Y a lo lejos se veía otro barco que, sin duda, tuvo que ver esas bengalas, pero que, para desolación de los tripulantes, nunca se dio por enterado.
El gobierno de España empezó el lunes a disparar bengalas. De Guindos, en Bruselas, bajo la apariencia de una frase críptica, o desesperada -“España ya ha hecho cuanto podía, ahora necesitamos que Europa coopere”-, lo que hacía es alertar a salvamento marítimo: “Atención, atención, que entre Grecia y la banca se nos está disparando la prima”. Para quien quiso entenderlo, el destinatario de la bengala era doble: con carácter inmediato, un italiano llamado Mario Draghi que dirige el Banco Central Europeo; en segundo término, un grupo de políticos y altos funcionarios que constituyen la comisión europea y que son aún más receptivos que Draghi a las indicaciones alemanas. Traducido, lo que el ministro español de Economía dijo el lunes fue: “Draghi, ponte a comprar deuda para enfriar la prima; comisión europea, revise de una vez el calendario del ajuste del déficit en lugar de estigmatizarnos a todos diciendo que no cumpliremos”.
La segunda bengala la disparó este mismo ministro ayer, también en Bruselas: “La situación de la prima española”, dijo, “es inaceptable. Hay que estabilizar la deuda pública”. Esta vez ya no era una indirecta para que el presidente del Banco Central se diera, amablemente, por aludido, era un llamamiento urgente con aire de recriminación. “Inaceptable” significa que no se puede tolerar que la prima siga subiendo, es decir, que quien tiene en su mano enfriar el mercado comprando en la reventa a precios más bajos, el presidente del Banco Central, estaba desatendiendo sus obligaciones.
La tercera bengala, que es la que esta mañana disparó Rajoy, iba dirigida ya expresamente, y con perdón, a la entrepierna del italiano. El presidente del gobierno lo que hizo fue una declaración de hartazgo, pero expresada a la manera de Rajoy, léase plana. Dijo que está muy bien que se hable tanto de la austeridad y el crecimiento en Europa pero que hay otro aspecto importante que él echa de menos en los discursos de los dirigentes comunitarios. ¿Y qué es lo que echa de menos? Abro comillas: “un compromiso con la estabilidad de la deuda pública europea”. Es la forma vaticana de decir lo que Luis De Guindos dijo el lunes: “Draghi, ponte a la tarea”. Que se implique el Banco Central en la distensión del mercado de la deuda pública. ¿Cómo? Comprando para bajar el tipo de interés. Paréntesis: la prima de riesgo les recuerdo lo que es, la diferencia entre el interés que nos piden “en el mercado” para prestarnos dinero y el que le piden a Alemania. Resumiendo mucho (luego, si hace falta, en La Brújula de la Economía lo volvemos a explicar más despacio: a partir de un determinado tipo de interés, resulta inasumible financiarse en los mercados tradicionales y sólo cabe pedir auxilio para que sean otros -Europa, el FMI- quienes nos presten a un precio más bajo, pero a cambio de compromisos drásticos, como bien saben los portugueses o los griegos).
Qué es lo que hoy ya ha quedado en evidencia, aparte de que la zona euro vuelve a estar cuestionada. Pues que el gobierno Rajoy está desolado. Defraudado con los acontecimientos y sintiéndose abandonado, desasistido, por aquellos en quienes confiaba para, como diría el presidente, “salir del hoyo”, es decir Draghi, Merkel, Van Rompuy, Durao Barroso. El gobierno está desolado no sólo porque gobernar ha resultado mucho más difícil de lo que preveían; no sólo porque se ha demostrado que nuestros socios y los inversores no se fijan tanto en si el presidente se llama Zapatero o Rajoy como en los indicadores económicos del país, que gobierne quien gobierne se llama España; sino porque esperaba que la llegada de Rajoy a la Moncloa fuera celebrada por la señora Merkel y por el Banco Central implicándose en la tarea de estabilizar nuestra economía. ¿Cómo? Lo dijo Rajoy en su primera reunión con Merkel y Sarkozy en Marsella, cuando ya había ganado las elecciones pero aún no había sido investido: haremos las reformas que se nos indiquen, pero no podemos refinanciar nuestra deuda a intereses tan altos; ésa es la ayuda que necesitamos, precios de financiación estables”.
Esa ayuda que entonces reclamamos la recibimos, cierto, a primeros de año, cuando el Banco Central abrió la barra libre a los bancos para que cogieran dinero barato y compraran, con él, deuda pública. Vaya, qué buen negocio hacen los bancos. Sí, claro, pero gracias a eso la prima se frenó. Cuando el BCE ha parado la máquina, la prima ha empezado a subir. Y como en estos meses han ido pasando cosas -unos Presupuestos del Estado que resultaron poco creíbles en el capítulo de ingresos, un recorte adicional improvisado en Sanidad y Educación que corresponde hacer a las comunidades autónomas, dudas (alimentadas por el propio gobierno) sobre la veracidad de las cuentas de algunas autonomías, y de propina, el ocaso griego-, pues la prima se ha ido a hacer compañía al balón de Sergio Ramos, y la única forma de amarrarla es...que el BCE intervenga. Ésa es la ayuda que no estamos recibiendo...ahora.
Y ésa es la razón de que los ministros De Guindos y Montoro estén elevando el tono. A Montoro le resulta más fácil porque está más dotado para la cosa dramática. Esta mañana, en el Congreso, ejerció de indignado para denunciar que algunas “instituciones europeas” se refieren a España “en tono despectivo”. “¡Ya está bien!”, dijo el ministro, “¡ya está bien!” A De Guindos le cuesta más indignarse, pero cuando ayer dijo que vale, que vamos a acelerar la evaluación independiente de nuestros bancos pero que estaría bien que el Banco Central se involucrara, estaba matando la credibilidad del gobernador Fernández Ordóñez, ciertamente, pero, a la vez, le reclamaba a Draghi que avale esa evaluación de la banca española, que bendiga sus resultados, que dé la cara por la solvencia de nuestros bancos.
Si hubiera que resumir el sentir del gobierno en este momento, podría aplicarse aquello de “con amigos europeos como éstos, para qué necesitamos enemigos”. Ya está bien, ayuden a remar en lugar de abandonarnos a nuestra suerte. El gobierno no sólo está desolado, está, perdonen la expresión, encabronado. Con el BCE, con Bruselas y con Alemania. ¡Y con Krugman también! Pues sí, con Krugman también, por agorero, cenizo y exagerado.