Adelantándonos cuatro días, nos hemos venido a Valencia a celebrar la fiesta de esta ciudad. Valencia en fallas. Como cada año, aquí estamos para anunciar la inminente llegada del fuego purificador --que se atreve con todo—y de la bendita primavera. Y estamos encantados de reencontrarnos con tantos buenos amigos que todos los años tenéis la generosidad de venir a vernos. Así que lo primero es lo primero:
Buenas tardes, Valencia. Y gracias por vuestro cariño.
Y viva San José, sí, santo patrón de los padres, los carpinteros y las fiestas josefinas, que son éstas fiestas nuestras. Desde qué éramos niños hemos aprendido todos que San José era carpintero, ¿verdad?, porque así lo dicen los Evangelios. Bueno, es hora de que empecemos a hablar con propiedad: San José era un autónomo. José, cuando era chaval, hizo la FP (su madre le decía: “pero hijo, por qué no sigues estudiando y te haces ingeniero industrial, que esos siempre encuentran trabajo”, y él pensaba: “sí, ingeniero, para tener que emigrar a Alemania a que me hagan un minijob, ¿no?). Así que terminó la formación profesional y se hizo emprendedor.
Con dos narices, arriesgando, sin ayuda de nadie y encomendándose a Dios Padre (porque al Espíritu Santo aún no le conocía, y el día que le conoció no os creáis que le hizo mucha gracia). La tradición católica dice que San José tenía un taller, o sea, que tal vez comenzó como autónomo, le fueron las cosas bien, le llegaban cada vez más pedidos, contrató un ayudante, luego dos, quizá incluso tres, o como se dice ahora, generó puestos de trabajo, es decir, se hizo pyme. Sé que la Biblia nunca se refiere a San José como la pyme, pero eso es porque la Biblia se centra, claro, en Jesús, que era conocido en Nazaret como Jesús, el hijo del autónomo; aparca, digamos, la condición socio laboral de los padres.
Las cosas iban bien porque al frente del ayuntamiento de Nazaret pusieron a un romano que, aunque sólo era alcalde, se sentía cónsul: quería hacer de su ciudad algo imperial, como Roma; de tal manera que no paraba de encargarle trabajos: que si una mesa nueva para el alcalde, que si tarima pulida para el hall del ayuntamiento, que si el andamiaje para un puente nuevo sobre el río (¡pero si en Nazaret no hay río! ¡pues encargamos un río!), pedidos y más pedidos: José, vamos a hacer el Palau de la Música de Nazaret.
El bueno de José, que era un hombre bastante crédulo (como sabemos), invirtió en maquinaria, contrató nuevos ayudantes y fue entregando con puntualidad cuantos pedidos le iba haciendo el romano, que aunque era romano le llamaban el moro. El moro-so, José tenía que haber sospechado. Pero, oye, como era la administración pública él pensó: si alguien paga seguro, será el ayuntamiento. No alcanzó a escuchar la risa floja que les entró a los ángeles cuando escucharon su pensamiento, ¿no? En lugar de José debías llamarte Cándido, decían. El santo José presentaba religiosamente sus facturas y el concejal de compras, también muy religiosamente, las metía en un cajón muy hondo (que también había fabricado José y tampoco le habían pagado).
Y así pasaron las semanas, y los meses, y a José no le pagaban; y conoció a María, se desposaron, y seguían sin pagarle; y tuvieron que censarse, en Belén, donde tuvieron un hijo, y seguían sin pagarle; y el pobre José tuvo que vender la maquinaria, despidió a los trabajadores (45 días, porque Rajoy aún no había hecho la reforma), y seguían sin pagarle; y ya cuando Jesús tenia doce años, lo llevó una mañana al templo y se quedó tan admirado del conocimiento de la ley que tenía su hijo que dijo: mañana mismo me llevo a éste al ayuntamiento y ya verás tú como el alcalde paga.
Pero fue justo esa noche cuando, al llegar a casa, José puso la radio (Onda Nazaret) y escucharon lo de Montoro, el plan PROVEER, el pago a los proveedores. Y fue como si se abriera el cielo. Un prodigio. Dijo José: si un gobierno es capaz de hacer algo bueno por la gente, yo soy capaz de creerme cualquier cosa. Que no es que antes no se las creyera, pero era su manera de decir: si no lo veo no lo creo (como Santo Tomás, solo que aún ni había Tomás ni era santo ni nada porque Jesús aún no se había emancipado ---que, por cierto, Jesús tardó bastante en emanciparse; dicen de los jóvenes de ahora, pero hace dos mil años tampoco parece que tuvieran prisa).
Total, que la autoridad competente, el procónsul Montoro, bueno el prefecto Montoro (p-r-e fecto, perfecto Montoro no ha sido nunca), anunció que toda pyme o autónomo que tuviera pagos pendientes por servicios ya prestados podía personarse al día siguiente en el ayuntamiento moroso con una bolsa para recoger todos los sestercios adeudados. No había salido el sol y ya estaba José allí como un clavo para reclamar lo que era suyo. Estuvo allí un rato mirando la puerta -una puerta de madera preciosa, que también había hecho él (diez años antes y aún se la debían)- hasta que apareció una señorita sorprendida de que hubiera allí alguien tan temprano y le dijo:
- ¿Qué viene usted, por lo del pronto pago?
- ¿Pronto dice? Aún no habían nacido Rómulo y Remo y ya me debíais dinero.
La funcionaria municipal dijo: pase y espere dentro, que el jefe. Y tres horas después, en efecto, apareció.
- Hombre, José, ¿qué vienes, por lo del plan de Montoro?
- Pues sí, sí, vengo a ver si me pagáis ya todo lo que os he entregado estos años.
- Bueno, eso está hecho, no hay problema. Pero antes quería hablarte de un tema.
- ¿Un tema?
- Sí, un tema. Para que todo sea más rápido. Tú eres un hombre cabal, seguro que lo entiendes. Verás, si en lugar de querer cobrarlo tú me aceptaras un descuento.
- ¿Cómo un descuento?
- Un descuento, un porcentaje pequeñito que renunciaras a cobrar... Una quita.
- ¿Una quita?
- Sí, una quita. Como los griegos. Te pagamos, por ejemplo, la mitad y tú firmas y te vas contento.
- ¿Contento, cómo voy a estar contento si me estás crucificando, romano?
- Hombre, José, es que si te pones así no vamos a poder seguir contando contigo. O tragas con la quita o...te quito de los contratos futuros.
Claro, José, para salvar su taller, para salvar su familia, tuvo que aceptar lo que a todas luces él veía que era una injusticia. Y se le quedó ahí una cierta amargura que no sabía cómo eliminar.
Y aquel día, José, que era un buen hombre, regresó a su taller, cogió las herramientas y con los trozos de madera que aún le quedaban fabricó una especie de estatua del romano, sólo que le exageró los rasgos, le puso una gran barriga, y una boca enorme, y un bolsillo con un enorme agujero por el que se caían las monedas, y detrás le puso a un cobrador del frac, y un grupo de artesanos sedientos subiendo a un monte en el que ponía “calvario”.
Pintó todas las figuras con colores casi tan vivos como el propio alcalde, y, cuando lo tuvo terminado, lo plantó a la puerta del taller (¿qué haces, José?, preguntó María; “¡plantarla!”) y convocó a todos los vecinos para que contemplaran aquella obra efímera. Rebeca, que era la vecina de enfrente, se puso a freír allí unos buñuelos y unas porras; e Isaac, que era el vecino de abajo (de abajo o de arriba, porque en la calle todos se llamaban Isaac) trajo unos petardos para animar la reunión. Y luego, cuando llegó la noche, José le pidió a María una cerilla, prendió una antorcha. Isaac, el vecino, estaba admirado ante aquel monumento de madera.
Deslumbrado por la demostración de ingenio, casi mudo, sólo fue capaz de decirle a José: ¿Has probado a hacerlo con poliespan? Pero José ya no escuchaba porque sabía que era llegado el momento. Se acercó con el fuego en la mano y lo arrojó para que prendiera la madera y ardiera entero. Y plantado allí, ante la inmensidad de las llamas que lo consumían todo, comprendió que él no era sólo un carpintero, era un artista. Un artista que había creado algo eterno.
Porque fue así como empezaron las Fallas. Esta es la historia real de su nacimiento que hasta hoy ha permanecido oculta por expreso deseo del santo que era un hombre modesto. Sé que hay muchas teorías la respecto, pero las Fallas las creó el propio San José. Y si me he decidido hoy a revelarlo es porque ya toca que las Fallas sean declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Desde el Centro Cultural de Bancaja, y atendiendo la invitación del ayuntamiento de esta ciudad, brindamos hoy por la fiesta y por todos los turistas que se acerquen a disfrutar de ella, que ojalá sean muchos.