Como habías aprendido a trastear con el mando a distancia, sabías que dándole al botón tenía que cambiar la imagen, porque cada cadena tiene una programación distinta. Pero aquel día te habías hecho con el mando en un momento de despiste en que tu madre hablaba por teléfono y, por más que le dabas al botón, en todos los canales era igual. Y tú, cinco años y preguntón, querías saber por qué. Por qué siguen saliendo esos trenes rotos, por qué llora la gente, por qué se ve a los mayores que han venido a casa tan raros, tan agitados, tan tristes, tan...asustados. Los mayores te decían no mires la televisión, vete a jugar a tu cuarto, y hacías ver que te ibas pero al rato estabas otra vez allí, queriendo participar de aquello que no sabías lo que era, pero que era importante (eso sí lo notabas), queriendo entender qué pasaba.
- “Unas personas malas le han hecho daño a muchas personas buenas” (¿cómo se le explica el 11M a un niño de cinco años?).
- ¿Mucho daño?
- Sí, mucho daño.
- ¿Le han hecho daño a amigos tuyos, por eso lloras?
- No lo sé, aún no sabemos quiénes eran. Sólo que iban en el tren. Y eran tantos...
Sonaba cada dos por tres el móvil. Otro mensaje entrante. Aún no teníamos what´s up. Eran sms de familiares, de amigos, de compañeros de trabajo. Mensajes que llegaban para decir “estamos todos bien”. Sin esperar a que nadie preguntara. Extendida por medio Madrid aquella sensación, o aquella convicción, de que podría haberle tocado a cualquiera. La necesidad de confirmar que no estaban los nuestros entre los heridos o entre los muertos. Aprendimos que “los nuestros” acaban siendo, en circunstancias como aquellas, muchos más de los que pensamos en un primer momento. No había nadie de la familia directa en los trenes, si uno tenía suerte, pero acababa sabiendo de alguien a quien sí le había alcanzado, un vecino del barrio, un compañero de clase, o del trabajo, un conocido de una amiga a la que hacía tiempo que no veía. Familias que habían estado peleadas se escribían ese día interesándose, preguntando “estáis todos bien”. Amigos distanciados retomaban el contacto: “A ver si nos vemos y nos ponemos al día, que fíjate, ya nunca se sabe”.
El 11M no fue un día. Fue una experiencia que cada uno vivimos con un grado de intensidad y de sufrimiento distinto (las familias de los asesinados y los supervivientes de los trenes en grado máximo) y que llevamos ya con nosotros para el resto de nuestras vidas. Abres los teléfonos de la radio (como hizo esta mañana Herrera) y ahí están, queriendo compartir su experiencia, personas a las que les arrebataron a uno de los suyos, viajeros que salvaron la vida, vecinos que acudieron a las estaciones a prestar ayuda, profesionales de los servicios de emergencias, artificieros, bomberos, policías. Abres los teléfonos y ahí están. Fueron tantos los directamente afectados. Fueron aún más los que prestaron ayuda. En el recuerdo de lo que vivieron se emocionan, se rompen en el relato de aquel día. Recordando las llamadas telefónicas que quedaron sin respuesta, la llegada precipitada a los hospitales preguntando por las listas de heridos, el viaje final (un nudo en las entrañas) al pabellón ferial convertido en anatómico forense. Hoy en la radio se emocionaban incluso aquellos a los que no les pasó nada, los usuarios de cercanías que al día siguiente volvieron a subir al tren y que aún se estremecen recordando el silencio que inundaba los vagones.
Me escribió ayer José Miguel para contarme de Alberto y de Eduardo, sus sobrinos que ahora tienen veinte y trece años. Diez y tres cuando mataron a sus padres en uno de los trenes. Me hablaba de esos momentos que se van produciendo cuando un chaval crece (el primer viaje al extranjero, los primeros ligues, la graduación) y de cómo habrían disfrutado Cristina y Domnino, los padres, de ver crecer a sus hijos.
Y me escribió Pedro, padre de dos niñas, para hablarme de otra niña que no era suya, pero a la que tiene en su memoria como si lo fuera. Esa otra niña se llamaba Patricia y Pedro, que entonces terminaba de formarse como pediatra, la conoció en el centro de salud de Atocha. El atentado acababa de ocurrir y él no tenía noticia, todavía, de nada. Llegó una niña de siete meses en riesgo de parada y llamó al Samur para pedir una ambulancia. “Van todas para allá”, le dijeron. ¿Todas? ¿Qué ha pasado? Patricia fue, seguramente, la primera evacuada de Atocha. Pedro se fue con ella en la ambulancia al Niño Jesús, donde el doctor Casado y su equipo se hicieron cargo de la niña. Al día siguiente le llamaron para darle la mala noticia: “Pedro, se ha muerto tu niña”. “Tu niña”, aunque la hubiera conocido sólo unas horas. Patricia Rzaca, siete meses, polaca, hija de Wieslaw, 34 años, fallecido, y de Yolanda, ingresada grave en el Clínico. Todos los nombres los recuerda Pedro, el pediatra, y ayer me contaba que se acuerda de aquella niña cuando mira ahora a las dos suyas, Carmen y Beatriz, siete y cinco años, aún no existían (ni en proyecto) aquella mañana.
Tú tenías cinco años, y eras preguntón. Querías saber qué pasaba, mientras los mayores seguíamos digiriendo el espanto y preguntándonos qué más iba a pasar. Hoy sabemos que el 11M sólo pasó una vez. Pero eso, aquella tarde de hace diez años, no lo sabíamos. No sabíamos qué venía después. Nos había ocurrido también cuando el 11S, otra experiencia (ésta más lejana) que hizo que el mundo se dijera que ya nada volvería a ser igual, que habríamos de asimilar, como parte de nuestras vidas, el miedo. Matanzas en lugares concurridos, en los transportes públicos. Tenías cinco años y esperabas respuestas de quienes sólo alcanzábamos a hacernos más y más preguntas. Cómo iba a ser nuestro mundo después de aquello, cómo de inseguro, cómo de incierto para quienes --en ese mundo-- ibais a ir creciendo.
En cada aniversario del 11M has ido sabiendo, y entendiendo, un poco más de cómo fue aquel día en que todos los canales daban la misma película todo el rato. Lo que supuso, lo que trajo consigo, cuánto nos perturbó. Ahora tienes quince años (cumplirás 16 en mayo, este curso terminas, más te vale, la secundaria). Vives en Coslada. Y los fines de semana vas a Madrid con los amigos, y regresas luego a casa, en el tren de cercanías.