A José Luis Escrivá, como en su día a María Dolores Delgado, no le falta nada en el currículum para merecer su nuevo cargo. Le sobra. Que lo nombren Gobernador del Banco de España siendo todavía ministro y con tanta celeridad que dudemos qué chófer tiene que hacerse cargo del trayecto que va del Consejo de Ministros al órgano supervisor, si el nuevo o el de siempre, da una idea del problema.
Y no es su preparación para el cargo. Escrivá ha trabajado ya en el Banco de España, en el BCE y en el BBVA, además de presidir la Autoridad Fiscal, nombrado por cierto por el PP. Todo eso está muy bien. Pero es que, además, además de todo lo que ha sido, es, sigue siendo a esta hora, ministro del Gobierno de España. Fue ministro de Seguridad Social primero (responsable de la reforma de pensiones). Y ministro de Transformación digital, después (responsable del… ‘Pajaporte’).
Y que el gobernador del Banco de España, que es el órgano que supervisa las políticas públicas del Gobierno, el que analiza las cuentas de los Presupuestos Generales del Estado, sea el mismo que hace un momento las estaba haciendo, pues mira, no. No contribuye a la credibilidad ni al prestigio de las instituciones. Para preservar la independencia del Banco de España no es muy recomendable que el gobernador vaya a supervisarse a sí mismo. Escrivá tendrá que opinar sobre decisiones de Escrivá.
¿Es legal? Sí. ¿Está capacitado? De sobra. ¿Hay precedentes? Alguno. ¿Daña la institución que representa? Mucho. Porque por muy independiente que sea Escrivá, por díscolo que le salga al presidente, por fama de verso libre que tenga, la credibilidad del Banco de España ya está dañada.
Aunque para Sánchez, nombrar afines y subordinados a todos los cargos que pueda, es hasta coherente con su modus operandi. Ya lo hizo en el Constitucional y en la Fiscalía, en la ONU, en Correos, en la Agencia EFE, en el CIS... Seguro que me dejo algo.
¿Moraleja?
Si a tu ministro nombras gobernador, es que has perdido todo el pudor.