No sé si has estado alguna vez en el Garment District. Está entre Quinta y la Novena Avenida, de la 34 a la 42. No es un sitio muy turístico ni es agradable de pasear, pero es interesantísimo. Hay muchos locales vacíos que se alquilan y algunos yonquis refugiados bajo los andamios. Se llama distrito de la moda. La estatua de un señor con una máquina de coser, creo que una Singer, recuerda que se llama así porque a mediados del siglo pasado estaba lleno de fábricas textiles en las que el vapor se mezclaba con el sudor de los que empujaban percheros gigantes de ropa recién tejida por las aceras de la calle 34.
Estuve en una de las pocas fábricas que queda, no sé si la última, de las miles que había en los años 50. Allí, en la 36, todavía manufacturan flores con todo tipo de tejidos de las que luego se pasean por la gala del Met. Adam Schmalberg, cuarta generación de Schmalbergs, ha reinventado con la venta online el negocio del abuelo polaco, que llegó a Nueva York al acabar la Segunda Guerra Mundial, sin hablar inglés y con un siniestro número tatuado en el brazo.
Ahora que hablamos de lo rápido que cambia todo, está bien pasearse por el Garment District para ver que lleva mucho tiempo cambiando. No muy lejos de ahí, en Washington Square, un profesor experto en innovación de la New York University, calcula que entre los años 70 y 80 se perdieron unos 10 millones de empleos manufactureros en Estados Unidos cuando empezó a ser más barato fabricar en Asia. Calcula que en los próximos 20 años desaparecerán más del doble con la inteligencia artificial.
Lo que pasa es que los empleos que desaparecen con los algoritmos hacen menos ruido que el vapor de aquellas fábricas. Van desapareciendo poco a poco, automatizándose a medida que cada vez hay más oficinas que se alquilan. Y va creciendo el malestar, pero no contra los algoritmos, que no se ven. Sino contra los inmigrantes que como el señor Schmalberg que solo buscan ganarse la vida.
¿Moraleja?
Hay muchos cambios inquietantes y lo más fácil es culpar a los inmigrantes.