En España solemos hablar de la actualidad internacional solo a su paso por nuestro ombligo. El asilo del líder opositor venezolano Edmundo González es noticia un ratito, pero no tanto para hablar de Venezuela. Lo que queremos es hablar de lo de aquí. En seguida nos ponemos a discutir si el Gobierno, el nuestro, hace bien o mal; y la oposición parece que tenga más ganas de hacer daño a Sánchez que Maduro.
Y mira China. De China hablamos un poco estos días por la visita del presidente Sánchez, en realidad para hablar de lo que nos jugamos en la exportación de porcino. Pero se nos escapa que China se enfrenta a una crisis económica de una dimensión desconocida. Hasta dónde puede llegar una crisis del mayor prestamista del mundo. Difícil de calcular. Más difícil todavía si tenemos en cuenta que los funcionarios y los empresarios chinos no pueden conocer los datos reales de la desaceleración de su economía porque con tanta censura nadie sabe qué pasa realmente en China. Sus indicadores no son fiables ni para los propios chinos. El futuro de la economía mundial depende de ello, pero nos quedamos en el futuro de nuestros cerdos.
¿Y cuando no salpica ningún conflicto casero? Entonces miramos poco hacia fuera. Tal vez por eso hablemos poco de Gaza, a punto de cumplirse un año de los atentados de Hamas y la masacre en Palestina que ha venido después. Como ya nadie duda de la catástrofe humanitaria que hay en Gaza. Y como no se discute, se habla menos. Así que aprovechemos que Borrell estuvo ayer en Rafah, el paso fronterizo entre Egipto y Gaza, para recordar lo que está pasando. No los 41.000 muertos, tantos que ya apenas son noticia. Sino el bloqueo de la ayuda humanitaria. En Gaza no pueden entrar ni las incubadoras para los niños, ni los filtros para el agua potable ni apenas comida ni medicinas. Es una cárcel al aire libre bombardeada a diario llena de gente que no tiene nada. Ni siquiera dónde huir.
¿Moraleja?
Apenas dedicamos un segundo, a preocuparnos de lo que pasa en el mundo.