CON JAVIER CANCHO

Historia del niño que temía a Mohamed Alí

El padre de Michael Bent se crió en un ambiente de peleas

callejeras y apuestas a cara de perro. Michael creció teniendo que ver

con su padre combates de boxeo.

Javier Cancho

Madrid | 17.03.2020 11:13

El viejo Bent le explicaba a su hijo cómo eran los movimientos

sobre el cuadrilátero. Mientras el combate transcurría, iba soltando una perorata de nociones técnicas como si él fuese entrenador de boxeo. Le contaba por qué Cassius Marcellus Clay se cambió el nombre después de lograr su primer título. Y se ponía todavía más elocuente cuando proclamaba que Mohamed Alí también sabía pelear fuera del ring.

Michael creció en Queens, Nueva York…creció viendo combates

por televisión con su padre. Sólo que a Michael le causaba un tembleque interior con intermitencias exteriores ver a aquellos hombres ensangrentados derrumbarse sobre la lona, sucumbir como cachalotes moribundos.

Aquella vez, Michael faltó al colegio. Se sentía paralizado. Se

quedó sentado en el sillón, pensando, cavilando, ensayando una y otra vez la frase que le diría a su padre cuando el viejo volviera del trabajo: "Papá, no quiero boxear. No me gusta". Él esperaba que su padre le comprendiera y le permitiera entretenerse con libros de aventuras. Cuando el niño le dijo a su padre lo que sentía, el viejo Bent le dio una paliza.

Al día siguiente, Michael fue inscrito en un gimnasio de Queens,

donde aprendió a soltar ganchos más por supervivencia que por interés.

Michael fue creciendo y creció tanto que midió uno noventa. Y, contra su voluntad, fue campeón nacional. Llevaba 148 victorias seguidas odiando a su padre y al boxeo cuando tuvo que medirse a un tipo llamado Jerry Jones, un zurdo que aprendió a boxear en la cárcel y a pelear en la cuna. Jones mandó a Michael a la lona en tres minutos. En aquella ocasión su padre no le pegó con los puños, le golpeó con el desprecio. Un día Michael cogió una

pistola, metió el cañón en su boca, contuvo la respiración y…

Y no fue capaz de apretar el gatillo. Un día, el campeón de los

pesados Evander Holyfield necesitaba un sparring con el estilo y la estatura de Bent. Michael lo hizo tan bien que el manager del campeón lo devolvió al ring, le organizó combates de nivel hasta que Michael se enfrentó a Tommy Morrison, campeón de los pesos pesados de la Organización Mundial de Boxeo.

Era una pelea de trámite, en teoría Michael no tenía ninguna

opción. Pero Michael tumbó a Morrison, dejó inconsciente a aquel tipo llamado la esperanza blanca que había salido en Rocky 5.

Y aquella noche, mientras el séquito de Bent y su padre festejaban el campeonato, Michael se encerró en su habitación preguntándose: "¿qué será lo siguiente?".

Lo que siguió fue un combate en defensa del título contra el

británico Herbie Hide.

Y aquella noche, Hide lo mandó a la lona y la UVI. Michael estuvo

96 horas en coma. Cuando despertó, un doctor le dijo que tenía dañado el cerebro y que otro golpe en la cabeza le supondría la muerte. Michael sonrió a aquel médico, que le miró incrédulo. Por fin, podía decirle a su padre que dejaba el boxeo, para dedicarse a otra cosa. A algo que no odiase.