JULIO TOUZA, NIETO DE LOLA TOUZA, "LA MADRE"

La prodigiosa y maravillosa historia de las hermanas gallegas que salvaron la vida de cientos de presos de los campos nazis

Las hermanas Touza regentaban el kiosco de la estación de Ribadavia (Ourense). Vendían rosquillas y otras viandas en los muchos trenes que circulaban entonces. Muchos de aquellos ferrocarriles venían desde Alemania, país que necesitaba para sus armas del wolframio que se obtenía en las minas de la zona. Un día de 1941, en lo peor de la Segunda Guerra Mundial, Lola Touza, la mayor de las hermanas, se encontró con un judío polaco que apareció sentado en un banco de la estación. Había huido. Lola le escondió en el kiosco y después se lo llevó a su casa. Horas después, le ayudó a llegar a Portugal, desde donde viajó para ganar la libertad. Fue el comienzo de una historia fascinante. Lola organizó una red gracias a la cual se puso salvar la vida de 500 personas que estaban en los campos de concentración de los nazis. Ella siempre mantuvo su proeza en secreto. Nadie supo nunca nada hasta después de mucho tiempo...

Bruno Cardeñosa

Madrid |

En plena Segunda Guerra Mundial, en la estación de tren de Ribadavia (Ourense), una mujer de aspecto menudo y sonrisa serena transformó la cantina del andén en un refugio secreto para quienes escapaban del horror nazi. Su nombre era Lola, conocida por todos como "la Taza", y junto a sus hermanas Amparo y Julia, tejió una red de resistencia humanitaria que salvó la vida de más de 500 personas.

Todo comenzó una noche de 1941, cuando un hombre escuálido, desorientado y mudo por el miedo apareció en la estación. A través de gestos, Lola entendió que necesitaba ayuda. Venía de un campo de concentración en Alemania. Sin dudarlo, ella lo escondió en su cantina, luego lo trasladó a su casa y finalmente lo condujo hacia la frontera portuguesa, abriéndole la puerta a una nueva vida en América.

Aquella acción no fue un hecho aislado, sino el inicio de una red solidaria clandestina que durante años se mantuvo en silencio.

La madre de todos

Lola no era una mujer cualquiera. Era una madre soltera en la Galicia conservadora de principios del siglo XX. Administró un casino, resistió la Guerra Civil escondiendo perseguidos, enfrentó juicios con valentía y repartió alimentos a presos políticos. Su nieto, el arquitecto Julio Tolosa, la recuerda como "una mujer trabajadora, guapa, con un corazón inmenso y una valentía que no cabía en su pequeño cuerpo".

"Mi abuela no hablaba nunca de lo que hizo. Su generosidad era silenciosa, absoluta", cuenta Tolosa, visiblemente emocionado.

Los refugiados pasaban unos días escondidos en su casa y en compartimentos secretos, tanto en la cantina como en el desván. Cuando era seguro, los trasladaban de noche hacia Portugal, en taxis conducidos por aliados como el Calavera o Rocha, o incluso cruzando el río en barca.

A cada refugiado, Lola le entregaba tres monedas de plata —los "Alfonsinos"— que atesoraba con esmero, para que pudieran alcanzar Lisboa, Tánger o Nueva York.

Una historia enterrada que vuelve a la luz

Durante décadas, esta historia quedó enterrada por el miedo. Fue gracias a un libro póstumo, Memorias de Ferro, que los nietos de Lola descubrieron la magnitud de lo que su abuela había hecho. El autor había prometido no publicarlo hasta después de su muerte, como respeto a la palabra dada a Lola.

Hoy, su legado empieza a emerger: Israel plantó un árbol en su honor en el Jardín de los Justos. Su nieto impulsa la creación de un museo-memorial en la casa familiar. Y la historia podría convertirse en serie para plataformas como Netflix.

Un reconocimiento que aún espera

Pese a las iniciativas ciudadanas, el reconocimiento institucional en Galicia ha sido tímido. Apenas una placa en la casa familiar y un intento fallido de nombrar una calle. Tampoco ha recibido todavía el título de "Justa entre las Naciones", que otorga el Estado de Israel a quienes arriesgaron su vida para salvar judíos. "No quiero pedirlo yo", dice su nieto. "Creo que debería hacerlo el mundo".