Para entendernos, ministro desconocido: usted prometió a nuestro país que votaría a la señora Calviño como presidenta del Eurogrupo, al final le dio su voto al irlandés, y aquí nos dejó en nuestras cábalas preferidas: cuán torpe es nuestro gobierno, que no sabe negociar; cuánto castigo nos dan por el déficit y los populistas; cómo nos harán sufrir en las condiciones de la ayuda europea. Todo eso se ha dicho, y resulta que todo ha sido porque entre los votantes había un Judas que no supo decir no a Nadia Calviño, pero supo votar no.
Un pequeño traidorzuelo en la cúpula de la Unión. Quizá un buen amigo de Nadia, amigo y compañero, pero ya dijo Manuel Alcántara que “del Iscariote para acá, es entre los íntimos donde se reclutan los grandes traidores”. Un ejemplo del “mucho te quiero, perrito, pero pan, poquito”.
Es lo que tiene el voto secreto: que algunos lo utilizan como escudo para quedar bien y apuntarse después a la conveniencia. Un incumplidor de promesas que, como los insultadores de las redes, se protege con el escudo del anonimato en la confianza de que nunca lo descubrirán. Ha convertido usted a la gran Nadia Calviño en la Doña Juana de “Don Gil de las calzas verdes”, y en su boca este lamento: “Diome palabra de esposo, / pero fue palabra en fin / tan pródiga en promesas / como avara en el cumplir”.
Con su pan se lo coma, desconocido ministro. En nuestro país tenemos una experiencia de actitudes como la suya. Fue cuando Romanones pidió votos para ingresar en la Real Academia. Todos se lo prometieron, faltaría más, señor Conde; todos le dieron el sí y, cuando Romanones había puesto el vino a refrescar, se encontró con que todos le habían dado el no. “Joder, qué tropa”, dijo el Conde, en expresión que pasó a la historia. La señora Calviño no me tiene pinta de decir esas cosas, ella solo sabe decir “joder, qué números”, pero seguro que lo piensa. El Eurogrupo no es exactamente la Real Academia, pero también tiene su tropa. ¡Joder si la tiene!, dicho sea con perdón.