Si se enfadaba, lo hacía en privado. Si algo celebraba, solo era con los próximos. Sus alegatos, por escrito o ante el juez. Y de pronto, hace nada, este último septiembre, se soltó la melena. Vino aquí, a Onda Cero, convocado por Alsina, y madre mía lo que soltó por esa boquita.
Como si se le hubiera roto algún dique de contención. Los periódicos dijeron al día siguiente que había provocado un terremoto en la Fiscalía. Y no era para menos: lavó en público la ropa sucia de sus compañeros. Reveló las presiones que había sufrido por no apoyar querellas contra el gobierno. Y reveló los nombres de los fiscales que le habían presionado. Y del fiscal Ignacio Stampa, el del caso Tándem, dijo que estaba liado con la abogada de Podemos Marta Flor Núñez. Seguro que se arrepintió mil veces.
Seguro que esas palabras le quitaron más el sueño que Pablo Iglesias a Pedro Sánchez. Solo descargó su conciencia hoy mismo, cuando pidió disculpas públicas al fiscal Stampa. Sus acusaciones, confiesa, fueron extremadamente desafortunadas por imprudentes. Fueron falsas, señor Navajas. Nunca hubo relación llamémosle placentera entre don Ignacio y doña Marta. “El que escribe se proscribe”, decían cuando yo era joven. Y el que miente se arrepiente, habría que decir después de leer su escrito. ¿Pero sabe lo que más me sorprende? Que usted, con toda su experiencia, se fio de unas informaciones publicadas. Así, sin
encomendarse a Dios ni al diablo. Infundio publicado, infundio creído por uno de los fiscales más prestigiosos de España. Pero, hombre, don Luis: con todo lo que usted ha visto, con el mundo que ha recorrido, con las patrañas con que ha tropezado en su oficio, con las mentiras que ha descubierto, ¿todavía cree todo lo que se publica, empezando por los asuntos de faldas? Cuando usted se retire, le enviaré una placa que ponga: “Al fiscal don Luis Navajas. Por su trabajo, uno de los grandes. Por su infantil vejez, un prodigio de ingenuidad”.