Y buenas noches, Beatriz. Créame que me tembló la mano al ponerme a escribirle esta carta. Y me tiembla la voz al leerla. Porque la quiero imaginar y no puedo. Me sale la borrosa cara de una madre que seguro que ya no tiene lágrimas para llorar más. Me sale el rostro una mujer de la que decir que está destrozada no es decir nada, ni es decir nada que está hundida, ni es decir nada que lleva dos semanas, dos infinitas semanas, preguntándo dónde están sus hijas, que habrá hecho de sus hijas ese hombre que representa lo peor del machismo. No, qué digo del machismo: representa lo peor de lo que hemos convenido en llamar ser humano y no puede ser un ser humano. Los celos elevados a su peor dimensión, que es la dimensión criminal.
Criminal porque un crimen es lo que está haciendo con usted, aunque tenga vivas a las niñas. Veo, señora, todos los días en la tele los rostros de esas criaturas. Los rostros y los cuerpecitos de Ana y Olivia, que ya son como de casa. Las he visto jugar, las he visto reírse, las he visto felices. Y las he visto, sobre todo, angelicales en su inocencia. Los ángeles tienen que ser así. Los ángeles tienen que tener esa sonrisa. Y me digo, como usted, sin conocer al padre que no sé si llamarle ladrón o secuestrador, sin haberlo visto nunca, que nadie puede hacer daño a esas niñas. Nadie les puede haber puesto la mano encima. No puede existir esa crueldad bajo las estrellas.
No puede haber un padre, ni siquiera un mal nacido, que le odie tanto a usted. Dios mío, Beatriz. Seguro que en su cabeza no paran de resonar las últimas palabras que le escuchó a la bestia: “No las volverás a ver”.
No podrá cerrar los ojos sin volverlo a escuchar: “No las volverás a ver”. Ha sido concienzudo el animal. Lo que haya hecho lo preparó con toda la maldad del mundo. Si las tiene vivas en algún lugar, no le da a usted ni siquiera una limosna de esperanza. Querida Beatriz, creo representar a todo mi país si le digo que le he escrito esta carta para expresar un sentimiento: después de las madres propias, es usted la madre más querida de España. Hay mucha gente que reza por usted y cuarenta millones de ojos que miran a otras niñas por la calle por si fuesen Ana y Olivia. Con la voz quebrada, con el corazón a su lado, buenas noches, Beatriz. Intente dormir, Beatriz.