HISTORIA

¿Por qué febrero tiene solo 28 días? La historia del mes más joven de nuestro calendario

Según el calendario gregoriano, el segundo mes del año es el que menos días tiene. En concreto, febrero solo tiene 28 días y, cada cuatro años, 29. Pero, ¿sabes cuál es el motivo?

👉 Festivos, puentes y semana santa en 2023: así será el nuevo calendario laboral

Miriam Méndez

Madrid | 17.02.2023 08:41

¿Por qué febrero tiene solo 28 días? La historia del mes más joven de nuestro calendario
¿Por qué febrero tiene solo 28 días? La historia del mes más joven de nuestro calendario | Pixabay

Los últimos serán los primeros es un dicho con el que febrero nunca se ha sentido identificado.

Según el calendario gregoriano, que usamos de manera oficial en casi todo el mundo y que debe su nombre a su propulsor, el papa Gregorio XIII, el segundo mes del año es el que menos días tiene. De hecho, a diferencia de los demás meses que oscilan entre los 30 y los 31 días, febrero tiene 28 días y, cada cuatro años, 29. Pero, ¿por qué?

Para responder a esta cuestión debemos buscar la respuesta en las diferentes modificaciones que se han ido realizando sobre los calendarios desde la época romana. De hecho, se podría decir que, al igual que enero, febrero es un mes relativamente joven.

Modificación del calendario a lo largo de la historia

Tal y como sostienen numerosos historiadores, en el siglo VIII a. C, los primeros romanos utilizaban el calendario de Romulus. Se trata de un sistema de medición que solo recogía 10 meses, de los cuales solo cuatro tenían 31 días y en total sumaban 304.

De esta manera, el año daba comienzo en marzo y finalizaba en diciembre. Por lo tanto, durante los días que actualmente enmarcamos dentro de los meses de enero y febrero, en la antigua Roma los ciudadanos no consideraban que estaban en ningún mes.

Estos días que faltaban en el calendario se correspondían con aquellos más complicados del invierno. Por ello, los agricultores enfrentaban numerosas dificultades a la hora de trabajar, lo que, en muchas ocasiones, impedía que pudiesen llevar a cabo sus labores. Esta causa había llevado a este periodo a quedarse fuera del calendario.

Para ellos, el calendario solo servía como guía de trabajo para el campo, por lo que, si no se podía cosechar, era un tiempo que no valía la pena ni registrar.

Con el paso de los años, los romanos cayeron en la necesidad de alinear su calendario con la lunas y, en consecuencia, establecieron años de 355 días y 12 meses. Fue en este momento cuando se añadió al listado enero y febrero.

Además, por pura superstición, querían que los días del año fuesen impares. Por ello, se dejó a febrero solo con 28 días y no con 29.

También, los emperadores, conscientes del desajuste que su calendario tenía respecto al sol, decidieron añadir días, consiguiendo que unos meses tuviesen más días que otros según sus propias necesidades.

Julio César, mano maestra de los 365 días

Para tratar de poner orden, en el año 45 a.C, Sosígenes de Alejandría, a petición del mismísimo Julio Cesar, elaboró un calendario nuevo con 365 días y seis horas. Se trata de la misma cifra que tenían los egipcios y la que mejor se ajustaba al calendario solar.

Los nuevos 10 días se repartieron, de manera ordenada, a cada uno de los meses del año. Comenzaron por el primero, marzo, hasta llegar al penúltimo, enero. De esta manera, todos los meses sumaron un día más y pasaron de tener 29 días a 30 o de 30 a 31.

No obstante, febrero fue la excepción. Ya que, por estar el último en la cola, no se llevó un día extra y se posicionó de manera oficial como el mes más corto del calendario. De la misma manera, con el objetivo de evitar el desajuste que existía con respecto al año solar, se estableció que cada cuatro años habría un año bisiesto. Este es el motivo por el que, cada cuatro años, febrero tiene 29 días.

El gran salto al calendario gregoriano

En 1582, el Papa Gregorio XIII realizó la última modificación en el calendario. Debido a un pequeño error de cálculo de Julio César, con el paso de los siglos, el calendario se había ido desligando de las estaciones y, en consecuencia, la Semana Santa se acercaba demasiado al verano, algo que disgustaba al líder de la Iglesia.

El objetivo de Gregorio XIII era que el equinoccio de primavera en el hemisferio norte fuera el 21 de marzo en vez del día 11, como había empezado a suceder en el siglo XVI.

Por este motivo, tomó la iniciativa de elaborar un nuevo calendario y decretó que el día siguiente al 4 de octubre de 1582 sería 15 de octubre. Así, para compensar el desajuste acumulado, el Papa eliminó 10 días del año 1582. También, modificó la fecha del inicio del año desde el 24 de marzo al 1 de enero, situándola en el momento que en la actualidad sigue usándose como referencia.

Finalmente, Gregorio XIII estipuló que, para evitar el desfase, los años bisiestos seguirían siendo cada cuatro años, a excepción de aquellos que sean divisibles por 100 siempre y cuando no sean también divisibles por 400.