Cuando la ciencia ficción se convierte en realidad

La tecnología revoluciona la medicina

Si Santiago Ramón y Cajal despertara en nuestros días, comprobaría ensimismado cómo en menos de un siglo la medicina, su medicina, ha evolucionado hasta tal punto que hoy muchos de los avances no los presentan sus colegas los médicos sino ingenieros, químicos, informáticos o físicos, que son los que marcan un camino que hace mucho dejó de ser ciencia ficción.

Belén Gómez del Pino | @belengpino

Madrid | 27.04.2016 18:50

La tecnología ha revolucionado la medicina de una manera apasionante, desde que, por ejemplo, se descubrieran los rayos X en 1895 o se implantara el primer marcapasos en un corazón en 1952. Hoy la innovación tecnológica también habla en lenguaje médico y las aplicaciones directas se multiplican. Muchos de los descubrimientos son militares, enfocados ahora hacia la vida civil y por ejemplo la robótica, aplicada a los exoesqueletos, forma parte de un programa de los marines norteamericanos con el propósito de aumentar su rendimiento. En Europa su uso comienza a ser hospitalario y los expertos pronostican que en cinco años estarán en casi todos los centros públicos de rehabilitación para el tratamiento de daños neurológicos o medulares.

Otro de los campos en los que la tecnología ha encontrado su nexo con la salud es la nanomedicina, con tres grandes áreas de aplicación: las técnicas de análisis y diagnóstico, con dispositivos cada vez más pequeños y eficaces, capaces de diagnosticar enfermedades de forma temprana a partir de muy pocas moléculas o células, la liberación controlada y dirigida de fármacos, algo especialmente útil en tratamientos oncológicos y la medicina regenerativa, que persigue la restauración de las funciones celulares, la replicación de tejidos e incluso la implantación de órganos artificiales con tecnología 3D.

Y tampoco podemos dejar de hablar de la tecnología aérea pilotada remotamente, los famosos drones, que comienzan a emplearse en la vida civil y en los que la medicina ha encontrado una vía única para, por ejemplo, recoger muestras en lugares inhabitados, selváticos, de difícil acceso o de riesgo.

El uso de estas tecnologías plantea, dicen los investigadores, un debate ético y es el de los límites. Una cuestión que resuelven apelando a la idea de que nunca el fin puede justificar según qué medios e insistiendo en que la última línea roja es la de la dignidad humana. Para bien o para mal, lo cierto es que la ciencia parece no tener más límites que los de la imaginación humana y si no, siempre nos quedarán los clásicos y cuál mejor, para el tema del que hablamos hoy, que 'El viaje alucinante' de Isaac Assimov.