Fuentegrande (pueblo inventado), hoy día. Clara, que llegó con su marido al pueblo hace unos meses, se ha quedado viuda y ahora dirige sola el periódico local. En los escasos ratos de asueto que se permite, trata de combatir la soledad y los recuerdos a base de una férrea disciplina deportiva matutina y de largas conversaciones nocturnas con Chabela -la dueña del hostal al que se ha mudado- que, entre copa y copa y alguna bravuconada, aconseja a Clara al tiempo que la ilustra sobre la gastronomía local.
Cuando descubren el cadáver de Fran Borrego, Clara iniciará, en el intento de esclarecer los hechos, una serie de entrevistas con los vecinos del pueblo: la propia Chabela, su hija María, los amigos de esta comunes a la víctima, etcétera. Y a través de estas conversaciones y de saltos al pasado, a la época de los 90 (cuando estos personajes fueron descubriendo el amor, el sexo, la traición y las ansias de venganza), el lector irá descubriendo los vínculos entre el pasado y el presente.
Entretanto, Clara experimentará una catarsis que no esperaba gracias a Fernando Alegría, un ingeniero de una compañía de aguas que apareció en el pueblo para cerrar la compra de los terrenos de Borrego, poco antes del suceso.