Hoy con Léleman venia pensando en… la importancia del gol de Gayá para empatar el partido ante el Mallorca. Y en el de Guedes para iniciar la remontada.
Entiendo la alegría que propició el gol del de Pedreguer. De los aficionados de Mestalla y de los compañeros del banquillo que saltaron a celebrarlo como si el de una final se tratara. Y lo entiendo porque pese a que un empate ante el Mallorca y en Mestalla deja muy mal sabor de boca, una derrota hubiera sido catastrófica.
Una derrota hubiera supuesto casi despeñar la Bordaleta por el precipicio. Una derrota hubiera supuesto deshinchar completamente el globo de esa ilusión que un día trajo la llegada de Bordalás. Una derrota hubiera generado más dudas de las que ya hay. Seis partidos sin ganar son un lastre pero de haber perdido ante el Mallorca más que lastre hubiera supuesto una enorme losa. Esa energía, esa fe que tuvo el equipo hasta el último minuto puede ser muy positiva y beneficiosa para afrontar lo que viene: el miércoles ante el Betis y el sábado frente al Villarreal. Vale, solo es un empate, pero la forma de conseguirlo… también cuenta.
Hay quien quiere comparar el gol de Gayá con el de Piccini ante el Huesca. Hasta ese día Marcelino estaba tan cuestionado que de no haber ganado aquel partido posiblemente hubiera sido destituido. Piccini le salvó el cuello y luego vinieron los éxitos que vinieron. No sé si el de Gayá es para tanto, quizá no, pero no me cabe duda que el Valencia debe aprovechar toda esa energía positiva que desbordó el gol en el 97.
Que Bordalás se equivocó en el once… si… que se tiró a la basura toda la primera parte… también… que un empate es poco… si… que no es para estar felices… evidentemente… pero no quememos la falla antes del 19 de marzo. Ni siquiera hemos llegado a diciembre… démosle un voto de confianza a este Valencia al igual que se lo dimos a aquel que derrotó al Huesca en el último minuto…