El caso de Verónica, la trabajadora de la empresa Iveco que se suicidó tras la difusión de varios vídeos de contenido sexual durante semanas, pudo haberse evitado. Como también pudo evitarse el suicidio de Amanda Todd, una joven canadiense de 15 años que se quitó la vida en 2012, tras sufrir ciberacoso durante dos años.
En ambos casos, el papel de los miembros de la comunidad, del círculo social próximo, ha sido determinante para el trágico desenlace.
Cuando una persona está sufriendo acoso o ciberacoso, quienes les rodean tienen dos opciones: posicionarse del lado de la víctima y romper con la cadena de agresiones, o convertirse en cómplices del victimario, lo que les convierte en agresores de segundo grado, porque tanto la inacción como la reproducción del material que vulnera a la víctima, genera un proceso de revictimización en serie. En estos casos no hay término medio, o estás con la víctima o estás con el agresor.
Nada de lo que aquí digo es producto de mi invención. Basta una revisión a múltiples investigaciones internacionales sobre la prevención de la violencia, en general, y del acoso y el ciberacoso, en particular, para destacar que la clave está en el papel que jugamos cada una de las personas de nuestra sociedad, cuando presenciamos cualquier tipo de agresión. Tenemos el poder y la capacidad de convertirnos en testigos activos y en el caso de Verónica habría bastado con que la o las primeras personas que recibieron el vídeo, lo hubieran eliminado y hubieran denunciado al agresor. Con la cadena rota, la máquina de la violencia se rompe.
Hay esperanza para que estas situaciones cambien. En Elche hay un colegio que forma al alumnado desde Infantil 3 años hasta sexto curso de Primaria para que se posicione del lado de la víctima cuando ocurre una situación de acoso. En el colegio público ‘Julio María López Orozco’ se trabaja con el Modelo Dialógico de Prevención y Resolución de Conflictos, una actuación educativa de éxito ideada por el equipo de científicos sociales del Instituto Crea de la Universidad de Barcelona.
Al inicio del curso, las normas de la clase se elaboran de manera conjunta entre todo el alumnado y el profesorado a partir de varias premisas. La primera es el diálogo como herramienta fundamental para resolver cualquier conflicto, romper la ley del silencio, así como educar y respetar en que el “no es no”. También incluyen otras como pasar de las personas que molestan, ayudar a quien lo necesite y tratar bien a los demás. Lo importante es que las normas sean un referente del tipo de conducta que queremos que reproduzcan los niños y que se trabaje de manera específica tanto en las tutorías como cuando ocurre una situación de violencia.
Una guía para la elaboración de las normas lo constituye el libro ‘El Club de los Valientes’ de Begoña Ibarrola, porque permite identificar la agresión como un acto de cobardía y el respeto hacia los demás como un acto de valentía.
El alumnado también aprende a formar un “escudo de amigos” para defender a la víctima de una agresión, mientras que “la cortina mágica” es una herramienta para ignorar a quien reproduce conductas disruptivas en la clase.
Por otra parte, cuando ocurre una situación de violencia, la atención se centra en empatizar con la víctima, en mostrarle apoyo.
Luego, cuando ocurre cualquier situación de conflicto en otros espacios del centro como el patio, los niños tienen una referencia de cómo deben actuar de acuerdo al momento.
En el caso del comedor escolar, los monitores siguen la misma línea de trabajo de los docentes, lo que permite darle continuidad a la política de convivencia de las aulas en todo el colegio. Necesitamos que nuestra ciudad y el mundo se llenen de valientes que sean capaces de romper la cadena de agresiones que se reproducen en nuestro día a día y la educación es un factor clave para que las historias de Verónica y Amanda Todd no se repitan.
El Club de Valientes se utilizó por primera vez en la Comunidad de Aprendizaje (CdA) Sansomendi, un centro público del País Vasco, durante el curso 2014/2015. Desde entonces, cientos de centros de toda España lo llevan a cabo. Lo fundamental para su implementación es la formación del profesorado en el Modelo Dialógico de Prevención y Resolución de Conflictos y el resto de actuaciones educativas de éxito.